VIII. MATRIMONIO, DIVORCIO Y ABORTO
1 -¿Tiene algo que ver el liberalismo con el matrimonio?
-El liberalismo tiene que ver con toda la vida social. Al proclamar que la libertad es el valor exclusivo, por encima de la verdad y de la moral, ha desencajado toda la vida social. El liberalismo destruye la unidad conyugal, la autoridad educativa de los padres, o sea, pulveriza la familia. El liberalismo, con el sufragio universal y la disolución de las corporaciones, ha desencadenado la lucha de clases, los grandes males del capitalismo injusto. Y el liberalismo, con su rechazo de Dios, es la causa de la descristianización de la sociedad moderna, desde el ámbito de la política. Por tanto, acerca del matrimonio, el liberalismo ha desnaturalizado su esencia y su misión.
2 -¿Qué enseña el liberalismo sobre el matrimonio?
-Ya lo recoge Pío IX en las proposiciones LXV y LXVI del «Syllabus», formuladas como sigue: «No se puede sufrir en manera alguna que se diga que Cristo haya elevado el matrimonio a la dignidad de sacramento», «el sacramento del matrimonio no es sino una cosa accesoria al contrato y separable de éste». Toda vía más, en el «Syllabus» se condenan estos otros errores:
«El vínculo del matrimonio no es indisoluble por derecho natural, y en varios casos puede sancionarse por la autoridad civil el divorcio propiamente dicho» (Proposición LXVII). Asimismo: «Por virtud del contrato meramente civil puede tener lugar entre los cristianos el verdadero matrimonio; y es falso que o el contrato de matrimonio entre los cristianos es siempre sacramento, o que el contrato es nulo si se excluye el sacramento» (Proposición LXXI). El liberalismo niega la sacramentalidad del matrimonio para los cristianos, así como la indisolubilidad del mismo.
3 -La indisolubilidad del matrimonio es cosa de la Iglesia, pero no pertenece a la Revelación.
-Totalmente falso. La indisolubilidad del matrimonio consta en la Revelación. El mismo Jesucristo lo recordó:
«Por la dureza de vuestro corazón … pero al principio no fue así… por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre» (Gén. II, 18 y 24; Mt. V, 32 y XIX, 3-9; Mc. II, 12 y 10; Lc. XVI, 18; Romanos, VII, 2 y 3, y I Corintios, VII, 10 y 11). Jesús paladinamente explica a los judíos que «al principio» el matrimonio era indisoluble, por voluntad divina reflejada en el derecho natural. Pablo VI se ha hecho intérprete de esta verdad en la «Humanae vitae», cuando dice: «Ningún fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible -como tantas veces han declarado nuestros predecesores que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes sus Mandamientos, los constituía en custodios y en intérpretes auténticos de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente necesario para salvarse. En conformidad con esta misión, la Iglesia dio siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina coherente tanto sobre la naturaleza del matrimonio … », Y el Derecho Canónico, en su canon 1.012, párrafo 2, enseña que «entre bautizados no puede haber contrato matrimonial válido que por el mismo hecho no sea sacramento».
4 -Esto era antes del Concilio, ya que las corrientes actuales son favorables y han evolucionado referente a la indisolubilidad del matrimonio.
-No hay tal cambio. La doctrina del matrimonio sacramental está espléndidamente iluminada por toda la tradición cristiana. Destacamos las grandes encíclicas «Arcanum divinae sapientiae», de León XIII, y la «Casti connubii», de Pío XI. Pero Juan XXIII reafirmaba en la «Pacem in terris»: «Por lo que toca a la familia, la cual se funda en el matrimonio libremente contraído, uno e indisoluble, es necesario considerarla como la semilla primera y natural de la sociedad humana… » (13). Yen la «Gaudium et Spes», del Vaticano, se puede leer: «Por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. Así que el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt. XIX, 6) se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente por la íntima unión de sus personas y actividades. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad». (48)





