“Subió también José desde la Galilea, de la ciudad de Nazaret, a la Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él del linaje y familia de David para inscribirse en el censo juntamente con María su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que estando allí se le cumplieron a ella los días del parto, y dio a luz a su Hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, pues no había para ellos lugar en el mesón” (Lc.2, 4-7).
Dice san Ignacio que la composición de lugar es: “mirando el lugar o espelunca del nacimiento, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto, y como estaba aparejado”.
Contempla a la Virgen María, rebosante de pureza, hermosura y alegría, espera el momento anhelado. Llegada la hora, como el rayo luminoso que atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo, Dios hecho hombre entra en la historia de los hombres, como había profetizado Isaías: una virgen concebirá y dará a luz a Emmanuel, Dios con nosotros.
La Virgen María, estrecha a su hijito contra su pecho y, con amor ardiente y cariño infinito, lo besa y acaricia una y mil veces: “¡Jesús, hijo mío y Dios mío!”. Dios hecho un bebé; la Omnipotencia divina reducida a la suma impotencia. El dueño del Cielo y de la tierra nace en un establo de animales, sin una cuna donde ser colocado.
¡Un establo es el palacio del Hijo de David! ¡Un pesebre el trono del Hijo de Dios! En el pesebre se unen dos cosas que el mundo de hoy, el estado de bienestar, tiene por inconciliables: pobreza y felicidad. Si quieres vivir feliz, sé pobre como el Niño Jesús; ¡pídele ayuda a san José!
Y el Niño Jesús se dejaba manejar y envolver en pobres pañales, no podía hacer nada por sí mismo. Necesitaba de las manos de su Madre y de su bendito padre.
¿Qué será la pobreza, cuando es la primera lección que Jesús nos da? Cristo empezó predicando con el ejemplo. En el sermón de la montaña dirá: “Bienaventurados los pobres”. Y de los que tienen amor a las riquezas dice: “Es más fácil a un camello pasar por el agujero de una aguja que a un rico entrar en el reino de los Cielos” (Mc. 10,25). Pidamos a la Sagrada Familia la pobreza de espíritu, el desasimiento del corazón de todos los bienes de la tierra. Ahí está el secreto de la felicidad en la Tierra y del gozo eterno del Cielo.
Nuestro compatriota, san Juan de Ávila, nuestro doctor de la Iglesia, nos recuerda: ” ¿Por qué queréis, Niño, poneros en un pesebre? Para dar una gran bofetada a nuestra tibieza y flojura… ¡Qué condenación de mis riquezas, de mis regalos y mis solturas”
Nuestra doctora de la Iglesia, santa Teresa de Jesús nos dice: “La pobreza es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí; es un señorío grande. La verdadera pobreza trae una honra consigo que no hay quien la sufra”.
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