Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos diarios: 19 noviembre, 2013

Los pastores de Belén

19 martes Nov 2013

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el Niño Jesús, en la cueva de Belén, jesús, Los pastores, manifestación de Jesús

Por aquellos contornos había unos pastores que pernoctaban al raso y velaban por sus rebaños. Un ángel del S4212366783_b1818ffd85_zeñor se les apareció y la gloria del Señor los rodeó de luz, y ellos se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: “No temáis,; mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. Al instante apareció junto al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc. 2, 8-14).

Las señales que dan los ángeles a los pastores del nacimiento del Mesías, el Señor, no pueden ser más desconcertantes: pesebre, pañales, pobreza… Sí, así son las cosas de Dios. Él mismo diría años después: “El que se humillare hasta hacerse como un niño de estos, ese es el más grande en el reino de los cielos” (Mt. 18, 4). Y ése es el camino de la perfección cristiana: sencillez, pobreza, humildad, inocencia… ya en su nacimiento, Jesús muestra su predilección por los pobres y despreciados, como eran los pastores, que en Israel eran tenidos como publicanos.

No temáis, dicen los ángeles, arcángeles y querubines a los sencillos pastores. Temor natural ante lo extraordinario, pero se tranquilizaron cuando oyeron la Buena Nueva que ellos esperaban, como buenos israelitas. No temamos. Dice un misionero que ha recibido varias amenazas de muerte que descubrió que el miedo no se puede vencer con la valentía, el miedo se vence con la caridad, el amor a Dios y al prójimo. Dios humillado en un pesebre y los ángeles proclamando su gloria y alabanza.

Cuando los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos a Belén y comprobemos este mensaje que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado”. Fueron presurosos y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo dieron a conocer lo que se les habían dicho acerca de este niño. Todos los que lo oyeron se admiraron de lo que le decían los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas palabras meditándolas en su corazón. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por  todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho” (Lc 2,15-20).

Los pastores dóciles a las palabras de los ángeles se dirigieron a Belén con prisas, ansiosos de ver lo que les habían anunciado. Noche estrellada, las estrellas brillaban en el firmamento, y en sus corazones crecía la alegría a pasos agigantados. ¡Nos ha nacido el Mesías y quiere vernos! San José oye voces y risas y sale de la cueva y, como amigos queridos, los lleva ante el pesebre en que duerme su Hijo Jesús.

“Hallaron a María y a José y al Niño”. María coge al Niño y se lo muestra a los pastores y se lo deja para que acaricien y besen a Jesús. Es la primera manifestación de Jesús y quiere que sea por su Santísima Madre. Jesús viene a salvarnos de la esclavitud del pecado, pero por medio de María, la Niña Hermosa de Nazaret. Ese es el camino para ir a Jesús, María Santísima. Y María guardaba todas estas cosas en su corazón.

Como indignos esclavitos hagámonos presentes en la cueva de Belén con Jesús en los brazos de su Madre. Y como los pastores, postrémonos a los pies del Niño Dios, a los pies de María y José. Yo siempre he pensado que el Niño Jesús no pasó la noche en la cueva -admito que esté equivocado-. Aquellos buenos pastores se disputarían el honor de llevárselo a su casa. Y el más anciano decidió acoger a la Sagrada Familia en la mejor casa de ellos.

¡Quién pudiera haber estado en Belén aquella noche! No nos despistemos, el mismo Jesús que adoraron los pastores, lo tenemos vivo en el Sagrario. Está escondido en la Eucaristía y te pide a ti y a mí que vayamos a hacerle compañía, para tratar de amistad con quien sabemos que nos ama.

El corazón inquieto

19 martes Nov 2013

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Agustín de Hipona, amor a Dios, el corazón humano, Señor Jesucristo

0828-SAN-AGUSTIN[1]En su juventud y madurez Agustín de Hipona quería ser feliz con las cosas de este mundo. Después de su conversión, lleno su corazón de amor a Dios exclama: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Descanso que las almas fieles a Dios gozarán eternamente y que ya tiene su inicio en la tierra.

Vivimos en una sociedad en que muchas personas ansían, cada vez más, los bienes materiales y las hay incluso que se hacen esclavas de las cosas de este mundo, cosas mundanas. Porque bien sabemos que todo lo creado es bueno, como dice Dios Padre Todopoderoso en el Génesis. El afán de poseer, la codicia de riquezas envilece las almas.

El beato Juan Pablo ll dijo que vivimos inmersos en una cultura de muerte. Una contracultura que asesina a millones de niños y niñas inocentes; unas personas que prefieren el dinero al amor fraterno que enseñó nuestro Señor Jesucristo; unos hombres y mujeres que han dado la espalda a Dios, arrastrados por el hedonismo. Han dejado de ser espirituales. Estamos volviendo a la barbarie. El hombre que deja de vivir como hijo de Dios se deshumaniza. Creado por Dios, sólo Dios puede llenar las ansias de felicidad del hombre y la mujer. Las cosas materiales no llenan plenamente el corazón humano. Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a uno y amará a otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc. 16,13).

Que la Virgen María nos proteja bajo su manto.

P. Manuel Martínez Cano, m.C.R.

El infierno en san Antonio Mª Claret

19 martes Nov 2013

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Infierno, puertas del infierno

La segunda mitad del siglo XIX fue dolorosísima para la Iglesia, pero Dios llenó la tierra de grandes Santos. Nombraremos sólo dos que vienen a nuestro caso. Uno de ellos fue san Antonio Mª Claret que en su autobiografía nos proyecta la visión del infierno.

9230Sanantoniomariaclaret«Las primeras ideas de que tengo memoria son que cuando tenía unos cinco años, estando en la cama, en lugar de dormir, yo siempre he sido muy poco dormilón, pensaba en la eternidad, pensaba, siempre, siempre, siempre; yo me figuraba unas distancias enormes, a éstas añadía otras y otras, y, al ver que no alcanzaba al fin, me estremecía y pensaba: los que tendrán la desgracia de ir a la eternidad de penas, ¿jamás acabarán el penar, siempre tendrán que sufrir? ¡Sí, siempre, siempre tendrán que penar!

Esto me daba mucha lástima, porque yo, naturalmente, soy muy compasivo. Y esta idea de la eternidad de penas quedó en mí tan grabada, que ya sea por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las muchas veces que pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo presente. Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores, en el púlpito, en el confesonario, por medio de libros, estampas, hojas volantes, conversaciones familiares, etc.

La razón es que, como yo, según he dicho, soy de corazón tan tierno y compasivo que no puedo ver una desgracia, una miseria que no la socorra, me quitaré el pan de la boca para dar al pobrecito y aun me abstendré de ponérmelo en la boca para tenerlo y darlo cuando me lo pidan, y me da escrúpulo el gastar para mí recordando que hay necesidades que remediar; pues bien, si estas miserias corporales y momentáneas me afectan tanto, se deja comprender lo que producirá en mi corazón el pensar en las penas eternas del infierno, no para mí, sino para los demás que voluntariamente viven en pecado mortal.

Yo me digo muchas veces: Es de fe que hay cielo para los buenos e infierno para los malos; es de fe que las penas del infierno son eternas; es de fe que basta un solo pecado mortal para hacer condenar un alma, por razón de malicia infinita que tiene el pecado mortal, por haber ofendido a un Dios infinito. Sentados esos principios certísimos, al ver la facilidad con que se peca, con la misma con que se bebe un vaso de agua como por risa y por diversión; al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal y que van caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo.

Ni sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen en estas mismas verdades que yo creo y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a las gentes de caer en los infiernos.

Y aun admiro cómo los seglares, hombres y mujeres que tienen fe, no gritan y me digo: Si ahora se pegara fuego a una casa y, por ser de noche, los habitantes de una misma casa y los demás de la población están dormidos y no ven el peligro, el primero que lo advirtiese, ¿no gritaría, no correría por las calles gritando: ¡Fuego, fuego! en tal casa? Pues ¿por qué no han de gritar fuego del infierno para despertar a tantos que están aletargados en el sueño del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en llamas del fuego eterno?

Esa idea de la eternidad desgraciada que empezó en mí desde los cinco años con muchísima viveza y que siempre más la he tenido muy presente, y que, Dios mediante, no se me olvidará jamás, es el resorte y aguijón de mi celo para la salvación de las almas.

A este estímulo, con el tiempo se añadió otro que después explicaré, y es el pensar que el pecado no sólo hace condenar a mi prójimo, sino que principalmente es una injuria a Dios, que es mi Padre. ¡Ah!, esta idea me parte el corazón de pena y me hace correr como… Y me digo: Si un pecado es de una malicia infinita, el impedir un pecado es impedir una injuria infinita a mi Dios, a mi buen Padre.

Si un hijo tuviese un padre muy bueno y viese que, sin más ni más, le maltratan, ¿no le defendería? Si viese que a este buen padre inocente le llevan al suplicio ¿no haría todos los esfuerzos posibles para librarle, si pudiese? Pues ¿qué debo hacer yo para el honor de mi Padre, que es así tan fácilmente ofendido e, inocente, llevado al calvario para ser de nuevo crucificado por el pecador, como dice san Pablo? ¿El callar no sería un crimen? ¿El no hacer todos los esfuerzos posibles lo sería…? ¡Ay Dios mío! ¡Ay Padre mío! Dadme el que pueda impedir todos los pecados, aunque de mí hagan trizas.

Igualmente me obliga a predicar sin parar el ver la multitud de almas que caen en los infiernos, pues que es de fe que todos los que mueren en pecado mortal se condenan. ¡Ay! Cada día se mueren ochenta mil personas (según cálculo aproximado), ¡y cuántas se morirán en pecado y cuántas se condenarán! Pues que tal es la muerte según ha sido la vida.

Y como veo la manera con que viven las gentes, muchísimas de asiento y habitualmente en pecado mortal, no pasa que no aumenten el número de sus delitos. Cometen la, iniquidad con la facilidad con que beben un vaso de agua, como por juguete y por risa obran la iniquidad. Estos desgraciados, por sus propios pies, marchan a los infiernos como ciegos, según el Profeta Sofonías: Caminaron como ciegos porque pecaron contra el Señor.

índiceSi vosotros vierais a un ciego que va a caer en un pozo, en un pozo, en un precipicio, un precipicio, ¿no le advertiríais? He aquí lo que yo hago y que en conciencia debo hacer: advertir a los pecadores y hacerles ver el precipicio del infierno al que van a caer. ¡Ay de mí si no lo hiciera, que me tendría por reo de su condenación!

Quizás me diréis que me insultarán, que los deje, que no me meta con ellos. ¡Ay, no, hermanos míos! No les puedo abandonar; son mis queridos hermanos. Decidme: Si vosotros tuvierais in hermano muy querido enfermo y que por razón y que por razón de la enfermedad estuviera en delirio, y en la fuerza de la fiebre os insultara, os dijera todas las perrerías del mundo, ¿le abandonaríais?

Estoy seguro de que no. Por lo mismo le tendríais más lástima y haríais todo lo posible para su salud. Este es el caso en que me hallo con los pecadores. Los pobrecitos están como delirantes. Por lo mismo, son más dignos de compasión, no los puedo abandonar, sino trabajar por ellos para que se salven y rogar a Dios por ellos, diciendo con Jesucristo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen ni lo que dicen.

Cuando vosotros veis a un reo que va al suplicio, os da compasión. Si le pudierais librar, ¡cuánto no haríais! ¡Ay, hermanos míos cuando yo veo a uno que está en pecado mortal, veo a uno que cada paso que va dando, al suplicio del infierno se va acercando; y yo que veo al reo en tan infeliz estado, conozco el medio de librarle, que es el que se convierta a Dios, que le pida perdón y que haga una buena confesión. ¡Ay de mi si no lo hiciera!

Quizá me diréis que el pecador no piensa en infierno, ni siquiera cree en infiernos. Tanto peor. Y que ¿por ventura pensáis que por esto dejará de condenarse? No por cierto; antes bien es una señal más clara de su fatal condenación, como dice el Evangelio: «El que no crea será condenado». Y, como dice Bossuet, esta verdad es independiente de su creencia; aunque no crea en el infierno, no dejará por esto de ir, si tiene la desgracia de morir en pecado mortal, aunque no crea ni piense en el infierno.

Os digo con franqueza que yo, al ver a los pecadores, no tengo reposo, no puedo aquietarme, no tengo consuelo, mi corazón se me va tras ellos, y para que vosotros entendáis algún tanto lo que me pasa, me valdré de esta semejanza. Si una madre muy tierna y cariñosa viera a un hijo suyo que se cae por una ventana muy alta o se cae en una hoguera, ¿no correría, no gritaría: hijo mío hijo mío mira que te caes? ¿No le agarraría y tiraría por detrás si le pudiera alcanzar? ¡Ay, hermanos míos! Debéis saber que más poderosa y valiente es la gracia que la naturaleza. Pues si una madre, por el amor natural que tiene a su hijo, corre, grita y agarra a su hijo y le tira y le aparta del precipicio: he aquí, pues, lo que hace en mí la gracia.

La caridad me urge, me impele, me hace correr de una población a otra, me obliga a gritar: ¡Hijo mío pecador, mira que te vas a caer en los infiernos! ¡Alto no pases más adelante! Ay, cuantas veces pido a Dios lo que pedía santa Catalina de Siena: Dadme, Señor, el ponerme por puertas del infierno y poder detener a cuantos van a entrar allá y decir a cada uno: ¿Adónde vas infeliz? ¡Atrás anda haz una buena confesión y salva tu alma y no vengas aquí a perderte por toda la eternidad!

Otro de los motivos que me impelen en predicar y confesar es el deseo que tengo de hacer felices a mis prójimos. ¡Oh, qué gozo tan grande es el dar salud al enfermo, libertad al preso, consuelo al afligido y hacer feliz al desgraciado! Pues todo esto y mucho más se hace con procurar a mis prójimos la gloria del cielo. Es preservarle de todos los males y procurarle y hacer que disfrute de todos los bienes, y por toda la eternidad. Ahora no lo entienden los mortales, pero, cuando estarán en la gloria, entonces conocerán el bien tan grande que se les ha procurado y han felizmente conseguido. Entonces cantarán las eternas misericordias del Señor y las personas misericordiosas serán por ellos bendecidas.»

Página para meditar

19 martes Nov 2013

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Hay en el colegio de los jesuitas de Bilbao un cuadro muy hermoso de Juan de Juanes que representa a Jesús en la última cena. Tiene en su mano izquierda las insignias de la Pasión y en la mano derecha nos indica su Sagrado Corazón. Ese magnífico cuadro durante nuestra guerra fue profanado. Un miliciano comunista le dio un bayonetazo en los labios y otro en el pecho. Así ha quedado desde entonces y produce una impresión honda el contemplar la figura del Señor con las dos llagas abiertas en el lienzo: en el centro del pecho y en medio de la boca.

Última_Cena_-_Juan_de_JuanesAl pensar en estos meses de vacaciones, me ha venido el recuerdo de este cuadro bilbaíno de Juan de Juanes, tratado sacrílegamente por nuestros pecados. Es posible que quien movido por el odio clavó su bayoneta en la imagen del Señor, no llegara a conocer toda la malicia que había en su gesto. Que el mismo Señor le haya alcanzado con su misericordia. Lo que sí es para nosotros un símbolo porque muchas veces, tal vez nuestros labios no han confesado intrépidamente a Jesucristo, nuestro Señor. Porque muchas veces tal vez, nuestro pecado ha sido no haber pagado la fidelidad debida al Señor Jesús, que me entregó sin reservas su corazón.

Muchos de vosotros habéis empleado las semanas de este verano en el apostolado del campamento, en la peregrinación a pie a Santiago; los menos en la ruta teresiana y en la ida a Santiago y Fátima; la mayor parte en unas vacaciones en la lejanía de la gran ciudad y en vuestros pueblos y lugares de origen. Pero todos a la vuelta hemos de reflexionar sobre lo que yo he hecho por Cristo este verano, y si el verano ha servido para acercarme más a Él.

Quiero daros la voz de alerta para que no nos perdamos en sueños e imaginaciones. Debemos caminar a través de un mundo que vive colectivamente en la gran apostasía que nos predijo el Señor. Y en medio de un mundo apóstata y post-cristiano, hemos de reparar por los que ofenden al Sagrado Corazón, adorarlo por los que odian y servirle por los que le persiguen. Hay millones de jóvenes lejos de la luz de Jesús. Un día volverán a Él, como hijos pródigos, si hay grupos de jóvenes que le sean obstinadamente fieles apóstoles por la oración de la juventud, dispuestos con sus palabras a dar testimonio público de que no hay salvación posible para los hombres y para las sociedades fuera de Jesús.

Las dos hermanas nuestras que han ingresado este verano en el Carmelo y la que ingresará el día de Santa Teresa, nos señalan el camino.

¡Labios rotos de Jesús y Corazón atravesado de Jesús! Danos a todos los que formamos nuestra asociación unos labios hechos para la súplica, la oración apostólica, y la enseñanza de la verdad; danos un corazón que sepa reparar, que sepa implorar el perdón para toda la juventud, que se llene de esperanza y anhelo, pidiéndole al cielo que se rompan los diques de la misericordia y llueva sobre la tierra el diluvio de gracia que ha de convertir a los hombres en el reinado prometido de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 61, septiembre de 1982

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“Espíritu Santo, infúndenos la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”. Padre Santo Francisco.

"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

Nuestro ideal: Salvar almas

Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

"Id al mundo entro y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" Marcos 16, 15-16.

"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

"Odiad el mal los que amáis al Señor." Salmo 97, 10.

"Jamás cerraré mi boca ante una sociedad que rechaza el terrorismo y reclama el derecho de matar niños." Monseñor José Guerra Campos.

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