Capítulo 9

Que todas las cosas se deben referir a Dios como a último fin

Jesucristo.- 1. Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, si deseas de verdad ser bienaventurado.
Con esta intención se purificará tu deseo, que vilmente se abate muchas veces a sí mismo y a las criaturas.

Porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces y te quedas árido.
Atribúyelo, pues, todo principalmente a mí, que soy el que todo lo he dado.
Así, considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por esto todas las cosas se deben reducir a mí como a su origen.

2. De mí sacan agua como de fuente viva el pequeño y el grande, el pobre y el rico; y los que me sirven de buena voluntad y libremente, recibirán gracia por gracia.
Pero el que se quiere ensalzar fuera de mí o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo ni dilatado en su
El calvario y la Misa corazón, mas estará impedido y angustiado de muchas maneras.
Por eso no te apropies a ti alguna cosa buena ni atribuyas a
ningún hombre la virtud, sino refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre.
Yo lo di todo; yo quiero que se me devuelva todo; y con gran rigor exijo que se me den gracias por ello.

3. Esta es la verdad con que se destruye la vanagloria.
Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entrare en el alma, no habrá envidia alguna ni quebranto de corazón, ni te ocupará el amor propio.
La caridad divina lo vence todo y dilata todas las fuerzas del alma.
Si bien lo entiendes, en mí solo te has de alegrar y en mí solo has de esperar, porque «ninguno es bueno sino solo Dios» (Lc 18,19), el cual es de alabar sobre todas las cosas y debe ser bendito en todas ellas.