La venida de los Magos de Oriente a Belén la narra san Mateo en su Evangelio (Mt 2, 1-12). Siguieron la estrella luminosa hasta adorar al Niño Jesús. Unos ángeles anunciaron el nacimiento del Mesías a los israelitas y una estrella a los gentiles. Los Magos siguieron la estrella, la expectación del Mesías era conocida en Oriente. Otros no se movieron de su lugar. Sigamos la estrella de las inspiraciones divinas, dejemos todo para cumplir la voluntad de Dios.
Fueron unos cuatro meses de viaje, si venían de Persia; más corto si venían de Arabia. Vencieron muchas incomodidades y quizás respetos humanos ante los que se burlaban de ellos; pero fueron fieles a la llamada de Dios. Perseveraron hasta llegar a Belén. No olvidemos que la constancia es el distintivo del amor.
Llegaron a Jerusalén y se dirigieron al palacio de Herodes preguntando: “¿Dónde está el nacido Rey de los judíos? Porque nosotros vimos su estrella y hemos venido a adorarle. Herodes se turbó y con él toda Jerusalén”. A veces, también nosotros nos turbamos cuando pensamos que el Señor puede pedirnos algo a lo que estamos apegados desordenadamente. Recibida la información, partieron los Magos hacia Belén. Apenas salidos de Jerusalén, se aparece de nuevo la estrella y se alegraron con grandísima alegría.
Llegan a Belén y “entrando en casa, hallaron al Niño con María su Madre, y, postrándose, le adoraron; y abiertos sus cofres, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra” (Mt. 2, 11). Postrados, adoraron al Rey y Mesías, prometido a los judíos, a Dios hecho Niño, al Salvador del mundo. Gran gozo experimentaron al ofrercerle sus dones y sus corazones. Ofrezcamos nosotros lo mejor que tengamos, con un corazón siempre puro.
San Mateo dice que lo Magos encontraron al Niño con su Madre. Aprendamos a adorar y amar a Jesús siempre en brazos de su Madre. A ella debemos nuestra fe. Sigamos siempre nuestra Estrella. La vida trae dificultades y problemas. María nos guiará y nos alentará en los momentos difíciles. Nos protege constantemente. Nos ama tiernísimamente con su corazón de Madre. “Mira a la estrella siempre, invoca a María” (san Bernardo).
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