Capítulo 10
Que en despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios
El Alma.- 1. Otra vez hablaré, Señor, ahora, y no callaré. Diré en los oídos de mi Dios, mi Señor y mi Rey, que está en el cielo:
«¡Oh Señor, cuán grande es la abundancia de tu dulzura, que escondiste para los que te temen!» (Sal 30,20). Pero, ¿qué eres para los que te aman? ¿Qué para los que te sirven de todo corazón?
Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman.
En esto me has mostrado singularmente la dulzura de tu caridad: en que cuando yo no existía, me creaste, y cuando erraba lejos de ti, me trajiste para que te sirviese, y me mandaste que te amase.
2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de ti?
¿Cómo podré olvidarme de ti, que te dignaste de acordarte de mí, aun después que yo me perdí y perecí?
Sobre toda esperanza usaste de misericordia con tu siervo, y sobre todo merecimiento me diste tu gracia y amistad.
¿Qué te volveré yo por esta gracia? Porque no se concede a todos que, dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y escojan vida retirada.
¿Por ventura es gran cosa que yo te sirva, cuando toda criatura está obligada a servirte?
No me debe parecer mucho servirte, sino más bien me parece grande y maravilloso que tú te dignes recibir por siervo a un tan pobre e indigno, y unirlo con tus amados siervos.
3. Tuyas son todas las cosas que tengo y con que te sirvo.
Pero, al contrario, tú me sirves más a mí que yo a ti.
El cielo y la tierra que creaste para el servicio del hombre, están prontos y hacen cada día todo lo que les has mandado. Y esto es poco, pues aun los ángeles destinaste para servicio del hombre.
Mas a todas estas cosas excede, que tú mismo te dignaste de servir al hombre y le prometiste que te darías a ti mismo.
4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh, si pudiese yo servirte todos los días de mi vida!
¡Oh, si al menos pudiese siquiera un solo día hacerte algún digno servicio!
Verdaderamente, tú eres digno de todo servicio, de toda honra y alabanza eterna.
Verdaderamente, tú eres mi Señor, y yo pobre siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte.
Así lo quiero, así lo deseo, y lo que me falta ruégote que tú lo suplas.
5. Grande honra y gran gloria es servirte y despreciar todas las cosas por ti.
Por cierto, grande gracia tendrán los que de voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio.
Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal.
Alcanzarán gran libertad de corazón los que por tu amor entran por la senda estrecha y desechan todo cuidado del mundo.
6. ¡Oh agradable y alegre servidumbre de Dios, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo!
¡Oh sagrado estado de la sujeción religiosa, que hace al hombre igual a los ángeles, apacible a Dios, terrible a los demonios y recomendable a todos los fieles!
¡Oh servidumbre digna de ser abrazada y siempre deseada, con la cual se merece el Sumo Bien y se adquiere el gozo que durará para siempre!
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