(Con textos exclusivamente de Juan Pablo II)
«Y dijo Jesús a Simón Pedro: Desde hoy serás pescador de hombres» (Lc 5, 10)
UNA PREGUNTA DECISIVA
Queridísimos chicos y chicas que os halláis en el momento decisivo de vuestra elección.
Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón.
Quisiera preguntaros a cada uno: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo?
Hemos elaborado estas páginas, recogiendo algunos textos -de entre muchos-, en los que su Santidad Juan Pablo II explica qué es y cómo hemos de responder a la vocación, es decir, a ese proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y que debemos procurar llevar a cabo.
Las palabras del Papa son un camino seguro para descubrir en lo profundo del corazón qué quiere Dios de nosotros.
Ojalá que la fidelidad del Papa en su tarea de pescador de hombres consiga abundantísimos frutos de entrega en quienes lean este folleto.
Selección de textos: Pedro Beteta López J.
1. ¿A QUÉ TE LLAMA DIOS?
Me dirijo sobre todo a vosotros, queridísimos chicos y chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis en el momento decisivo de vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón de cosas extremadamente importantes, no sólo para vosotros individualmente, sino para la humanidad entera.
Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?[I].
Os halláis en la encrucijada de vuestras vidas y debéis decidir cómo podéis vivir un futuro feliz, aceptando las responsabilidades (…) del mundo que os rodea. Me habéis pedido que os dé ánimos y orientaciones, y con mucho gusto os ofrezco algunas palabras en el nombre de Jesucristo.
En primer lugar os digo: no penséis que estáis solos en esa decisión vuestra (…) y en segundo lugar que cuando decidáis vuestro futuro, no debéis decidirlo sólo pensando en vosotros.[II]
La convicción que debemos compartir y extender es que la llamada a la santidad está dirigida a todos los cristianos.[1] No se trata del privilegio de una élite espiritual. No se trata de que algunos se sientan con una audacia heroica. Menos aún se trata de un tranquilo refugio adaptado a cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos naturales. Se trata de una gracia propuesta a todos os bautizados, según modalidades y grados diversos.[2] [III]
La santidad cristiana no consiste en ser impecables, sino en la lucha por no ceder y volver a levantarse siempre, después de cada caída. Y no deriva tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar nunca la acción de la gracia en la propia alma, y ser más bien, sus humildes «colaboradores».[IV]
Cada laico cristiano es una obra extraordinaria de la gracia e Dios y está llamado a las más altas cimas de santidad. A veces éstos no parecen apreciar totalmente la divinidad de su vocación (…). Su específica vocación y misión consiste en -como levadura- meter el Evangelio en la realidad del mundo en que viven.[V]
¡Seguid a Cristo: vosotros, los solteros todavía, o los que os estáis preparando para el matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos, (…) los que sentís la necesidad de un amigo: ¡Seguid Cristo![VI]







