El santo Padre Francisco nos ha recordado varias veces que no nos dejemos engañar por los ídolos modernos que nos alejan del auténtico culto al único Dios verdadero. La pasión desordenada por la política, el dinero, el deporte, etc. se convierten en ídolos que entristecen los corazones y los desvían del culto al verdadero y único Dios vivo. Claro está que uno puede ser un político católico, un rico misericordioso, un deportista honrado. La idolatría nace cuando el corazón se centra únicamente en la materia y no ordena su vida en el cumplimiento de la ley de Dios, que es muy sencilla: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor de Dios. La idolatría es un pecado gravísimo. La Iglesia manda adorar al único Dios que existe Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y una sola esencia o naturaleza. El príncipe de este mundo, el diablo, corrompe los entendimientos y los corazones desviando el deseo de Dios, grabado en los corazones de los hombres y las mujeres, para que rindan culto idolátrico a la materia, la mentira y la corrupción.
Lo estamos viendo, Dios Nuestro Señor ha sido expulsado de muchas partes. La sociedad está volviendo al paganismo. Peor aún, al olvido y desprecio de la ley de Dios. Pero el Señor no cesa de llamar a la conciencia del hombre. Porque las personas pueden olvidarse y rechazar a Dios, pero Él no cesa de llamar a las conciencias para que vuelvan a la casa paterna como el hijo pródigo. Hoy como nunca hacen falta misioneros en todos los rincones de la Tierra.
San Pablo en su carta a los romanos dice:
“En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante sus obras. De manera que son inexcusables” (Rom 1, 19-20). Es palabra de Dios. Agnósticos, ateos son inexcusables. Y los que, por la misericordia infinita de Dios creemos, también somos inexcusables si no rezamos, hacemos penitencia y apostolado para que las almas se conviertan y se salven.
Pingback: Artículos de la semana (15/1/2014) | Blog del P. Manuel Martínez Cano