Daniel Ferreres había nacido el 29 de abril de 1911, en Cinctorres, Castellón de la Plana, a 15 kilómetros de Morella. Toda aquella comarca estaba bajo la influencia de dos gigantes de la santidad: el Beato Enrique de Ossó y el Siervo de Dios don Manuel Domingo Sol. En un hogar cristianísimo en un ambiente social que irradiaba vidas sacerdotales heroicas, Daniel Ferreres creció en las mejores condiciones. Desde los 17 años estuvo empleado en la Sucursal que la Caja de Pensiones para la Vejez y de Ahorros tiene en Lérida. A los 24 años era ya nombrado Interventor. Siempre fue muy responsable en su trabajo. Militaba en la Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña.
Fue amigo íntimo de Francisco Castelló y su compañero de cárcel, y sus restos descansan en la misma fosa. El 20 de julio de 1936, frente a la parroquia de San Pedro, en Lérida, se abalanzaron sobre él, golpeándole brutalmente en plena calle. En estas condiciones fue conducido a la cárcel, en la que ya estaba apresado su tío, el deán y Vicario General de la diócesis, don Rafael García. Este gran sacerdote se ofreció voluntariamente para ser sacrificado con algunos otros, a fin de salvar a los 600 presos que, después de incendiar la Catedral y todas las Iglesias de Lérida, las columnas de milicianos querían asesinar. El 14 de diciembre, Daniel Ferreres sufrió un simulacro de juicio. Fue condenado a muerte. En los días que mediaron entre la sentencia de muerte y el fusilamiento, Daniel escribió unas cartas a sus padres y hermanos, que son un modelo de grandeza espiritual. Su tío don Ramiro Cierco es testimonio de la fortaleza de Daniel en aquellas jornadas. Fue fusilado junto con otros 17 compañeros el 30 de diciembre de 1936. Hay testigos que aseguran que al subir al camión de la muerte Daniel y sus compañeros entonaron el Himno de perseverancia de la Obra de Ejercicios Parroquiales: Amunt, germans, fem nostra via!
Para calificar la entereza de Daniel Ferreres, reproducimos las dos cartas que escribió a sus padres:
«Cárcel de Lérida, 19 de diciembre de 1936.
Queridísimos padres y hermanos:
No lloréis, rezad; he sido escogido por Dios para mártir de su Santa Causa, de lo cual debéis estar orgullosos; habéis tenido un hijo y hermano que dio por ello gustoso lo más querido de este mundo. La vida por Dios, la Patria y la Tradición Católica, ¿podíais esperar fuera mejor empleada? Entonces, ¿por qué entristecerse? ¡Arriba los corazones y demos vivas fervientes a lo que no puede morir! ¡VIVA!
Padres de mi vida, que tan buenos habéis sido siempre para mí sobre todo cuán bien me habéis hecho al enseñarme la Doctrina de la verdad (que yo pecador tantas veces he faltado), gracias mil por tanto bien. Todos los sacrificios para hacerme un hombre bueno y honrado han dado su fruto en las horas de zozobra e inquietud para España y para la Institución que me honró con su confianza; hice cuanto pude por salvarlas, ¿por qué entristecerse? ¡estad orgullosos! No me juzgó un tribunal de justicia; sí un tribunal de REQUISADORES de vidas y haciendas de hombres nobles y honrados que les enseñaremos a vivir después de vernos morir.
Seguid dando a esos hermanitos que os quedan las mismas lecciones que me disteis a mí: «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo», y tendréis la recompensa de Dios, el agradecimiento de la Patria y el reconocimiento ferviente del amor filial de tan sublimes enseñanzas.
A los que de nombre les he llamado tíos, en esta ciudad, que tanto les he hecho sufrir, en este largo calvario de acontecimientos, mi reconocimiento es como a padres, por eso incluyo conceptos en esta carta sin darles tal nombre.
A vosotros queridos hermanos, que bajo el mismo hogar nos hemos pasado la niñez, sed católicos prácticos, patriotas ardorosos, buenos para todos y tenedme presente en los días de vuestra vida.
Hasta el cielo, seres queridos, que en esta tierra me habéis animado en los trances, aconsejado en mis errores y orientado en todo, para vosotros todo el afecto, estima y querer de vuestro Daniel. »
Esta segunda carta la escribió momentos antes de ser sacrificado.
«Cárcel de Lérida, 30 de diciembre de 1936.
Queridos padres hermanos y tíos:
Mi último adiós en esta tierra a vosotros seres queridos, os lo dirijo.
Son las 6 de la tarde, nos comunican la separación de esta tierra de todos vosotros; podéis ver que mi pulso funciona mejor que nunca, es Dios que me da la fuerza moral y física que transmitió a tantos Santos y Mártires; por eso no debéis de entristeceros, pensad que voy a juntarme con los abuelos, tíos y hermanos, ellos me esperan, y juntos cantaremos las alabanzas al que es Rey de Reyes y Señor de Señores.
Decid o escribid a su hora a la Oficina Central y decidles que en las horas de zozobra e inquietud para España y para la Institución, procuré cumplir con el máximo interés para salvarlas.
«VIVA DIOS», «VIVA ESPAÑA», «VIVA LA TRADICIÓN CATÓLICA». Por y para Dios todo cuanto soy y poseo. El me lo dio, a Él le pertenece ¡VIVA DIOS!
Seres queridos, sed buenos cristianos y sabréis en las horas supremas saborear las satisfacciones de tan sublimes enseñanzas.
Perdono a todos mis enemigos con toda la extensión e interpretación de las palabras pronunciadas en el sublime «PADRENUESTRO».
A mi memoria quiero si les es posible entreguen una onza de oro para la reconstrucción religiosa y otra para el Tesoro Nacional.
Poniendo Mártir de la Familia Ferreres. Cinctorres.
HASTA EL CIELO OS ESPERA VUESTRO DANIEL.»
Sus propios carceleros quedaron admirados de tanto heroísmo. Ante uno de ellos que blasfemaba, un compañero suyo le increpó: «Deja a Dios, ¿no dices que no existe?» El blasfemo replicó: «Sí, existe de otra manera esos locos no morirían como mueren.»
La intercesión de los mártires siempre vale ante Dios. Daniel Ferreres Guardiola es uno de esos jóvenes maravillosos que por Cristo y la fe supo entregar intrépidamente su vida. Pidamos la glorificación de los mártires.
«Perdono a todos mis enemigos con toda la extensión e interpretación de las palabras que pronunciamos en el sublime PADRE NUESTRO.»






