248. Como el tiempo no me permite detenerme aquí para explicar las excelencias y las grandezas del misterio de Jesús viviendo y reinando en María, o de la Encarnación del Verbo, me contentaré con decir en pocas palabras que éste es el primer misterio de Jesucristo, el más oculto, el más excelso y el menos conocido; que en este misterio es donde Jesús, de acuerdo con María, en el seno de Esta, que por lo mismo ha sido llamado por los santos la sala de los secretos de Dios, ha escogido a todos los elegidos; que en este misterio es donde El ha obrado todos los misterios que han sucedido a éste en su vida, por la aceptación que de ellos hizo: Jesús al entrar en el mundo, dice: He aquí que vengo, oh Dios, para cumplir tu voluntad (Hebr. 10,5,7); y, por consiguiente, que este misterio es un resumen de todos los misterios, que contiene la voluntad y la gracia de todos; en fin, que este misterio es el trono de la misericordia, de la liberalidad y de la gloria de Dios.
El trono de su misericordia para nosotros, porque, como no podemos acercarnos a Jesús si no es por María, no podemos ver ni hablar a Jesús si no es por María. Jesús, que atiende siempre a su querida Madre, concede allí siempre su gracia y su misericordia a los pobres pecadores. Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia (Hebr. 4,16). Es el trono de la liberalidad para con María, porque mientras este nuevo Adán permanece en este verdadero paraíso terrenal, obra en él ocultamente tantas maravillas, que ni los hombres ni los ángeles alcanzan a comprenderlas; por eso los Santos llaman a María la magnificencia de Dios, como si Dios sólo fuera magnifico en María. Es el trono de la gloria para su Padre, porque en María Jesucristo aplacó perfectamente a su Padre irritado contra los hombres; en Ella reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado, y por el sacrificio que en Ella hizo de su voluntad y de sí mismo, le dio más gloria, que jamás le habían dado todos los sacrificios de la ley antigua, y, finalmente, en ella le dio una gloria infinita, que jamás había recibido del hombre.
249. Quinta práctica. Se dirá con gran devoción el Ave María o la salutación angélica, cuyo precio, mérito, excelencia y necesidad, pocos cristianos, aun los más ilustrados, conocen. Ha sido preciso que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes santos muy esclavos suyos para mostrarles tan gran mérito, como a Santo Domingo, San Juan de Capistrano o al Beato Alano de Rupe, los cuales han compuesto libros enteros de las maravillas y de la eficacia de esta oración, y han predicado públicamente que habiendo comenzado la salvación del mundo por el Ave María, la de cada uno en particular está unida a esa divina oración; que el Ave María es la que ha hecho venir sobre esta tierra seca y estéril el fruto de la vida, y que esta misma oración bien dicha es la que debe hacer germinar en nuestras almas la palabra de Dios y llevar el fruto de vida, Jesucristo; que el Ave María es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerla producir su fruto a su tiempo, y que un alma que no está regada por esta oración no da fruto ni produce sino abrojos y espinas, y está próxima a ser maldecida.
250. He aquí lo que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano, como lo consigna él en su libro De dignitate Rosarii: Sepas, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que una señal próxima y probable de condenación eterna es tener aversión, flojedad, negligencia, en decir la salutación angélica. Ved cuán consoladoras y terribles son estas palabras, que no podrían creerse si por garantía de ellas no tuviésemos a este varón tan santo, y antes de él a Santo Domingo, y después a otros insignes varones, además de lo que nos dice la experiencia de muchos siglos, a saber: que siempre se ha notado que los que llevan la señal de la reprobación, cuales son los herejes, los impíos, los orgullosos y los mundanos, aborrecen y desprecian el Ave María y el Rosario.
Los herejes enseñan y aun recitan el Padre nuestro, pero no el Ave María ni el Rosario, al que tienen tal horror, que mejor llevarían sobre sí una serpiente, que un rosario; asimismo los orgullosos, aunque sean católicos, porque tienen las mismas inclinaciones que su padre Lucifer, no tienen sino menosprecio o indiferencia para con el Ave María, y consideran el Rosario como una devoción de mujercillas, que es buena solamente para los ignorantes y para los que no saben leer. Al contrario, se ha visto por experiencia que los que tienen grandes señales de predestinación aman y recitan con gozo el Ave María, y que cuanto más son de Dios, más aman esta oración. Esto mismo dijo la Santísima Virgen al bienaventurado Alano, a continuación de las palabras antes citadas.



