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Uno tiene la sensación de que nos hemos olvidado del primer mandamiento de la ley de Dios, de amar a Dios sobre todas las cosas. Por amor de Dios, debemos amarnos a nosotros mismos y al prójimo. Hemos sido creados para amar. Es el mandamiento nuevo que nos dio nuestro Señor Jesucristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, es decir, buscando el bien del prójimo, hasta dar la vida por él, si necesario fuera. El Vaticano II dice: “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es incitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por el mismo amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor, confiándose totalmente a Él.” (Gaudium et Spes 19).
No hemos sido creados para las cosas (aunque sean buenas), sino para Dios. Las cosas debemos usarlas en tanto en cuanto me ayudan a ser santo y a mi salvación eterna. El consumismo galopante de nuestros días hace que muchos se alejen de la Iglesia, se olviden de Dios y anden por el camino ancho que conduce al sufrimiento eterno. San Agustín decía: “Dios me crió, luego soy de Dios; me crió todo, luego todo cuanto soy, de Dios es.” “A sólo el Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás.” (Mt 4,10).
Sabemos que todas las cosas que ha hecho Dios son buenas, si las usamos rectamente, es decir, para salvarnos. Porque “el extravío de la vida está en usar y gozar mal de las criaturas” (San Agustín). Por tanto, hemos de usar las cosas como nos enseñan los santos. San Ignacio dice: “Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido”. Puedo tomarme un vinillo, pero no debo emborracharme, porque es pecado.
Santo Tomás de Aquino nos dice: “Hemos de usar rectamente de las cosas criadas porque debemos usarlas para lo que fueron hechas por Dios. Y han sido hechas para dos cosas, a saber: para gloria de Dios, porque todo lo hizo para sí; esto es para la gloria del Señor, como se dice en Proverbios 16, 4; y para nuestra utilidad, es decir, para que usándolas no cometamos pecado”.
La creación es la herencia que nos ha dejado nuestro Padre del Cielo: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y cuantos animales se mueven sobre ella” (Gen 1,26). Ni comunistas, ni socialistas, ni demócratas modernos han entendido estas divinas palabras.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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