PRÁCTICAS PARTICULARES E INTERIORES PARA LOS
QUE QUIEREN ALCANZAR LA PERFECCIÓN

257. Además de las prácticas exteriores de devoción que se acaban de referir, y que no se deben olvidar por negligencia ni menosprecio en cuanto el estado o la condición de cada uno lo permita, he aquí algunas prácticas interiores muy propias para los que el Espíritu Santo llama a una alta perfección, que, en cuatro palabras, se reducen a ejecutar todas las acciones por María, con María, en María y para María, a fin de practicarlas más perfectamente por Jesús, con Jesús, en Jesús y para Jesús.

virgen-maria258. 1.º Es menester ejecutar las acciones por María, es decir, es menester obedecer en todo a la Santísima Virgen y conducirse en todo por su espíritu, que es el espíritu de Dios. Los que son guiados por él, son hijos de Dios (Rom. 8,14). Los que son guiados por el espíritu de María, son hijos de María, y por consiguiente hijos de Dios, y entre tantos devotos de la Santísima Virgen, no hay más verdaderos y fieles devotos que los que se conducen por su espíritu. Porque el espíritu de María es el espíritu de Dios, ya que Ella no se guió jamás por su propio espíritu, sino siempre por el espíritu divino, que de tal modo se hizo dueño de María, que vino a ser su propio espíritu. Por esto San Ambrosio dijo: El alma de María esté en cada uno de nosotros para glorificar al Señor, y el espíritu de María para regocijarnos en Dios. ¡Qué dichosa es un alma, cuando a ejemplo de un hermano jesuita llamado Rodríguez (hoy San Alonso Rodríguez), muerto en olor de santidad, está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo!

259. Para que un alma se deje conducir por este espíritu de María es menester: 1.º Renunciar a su propio espíritu, a sus propias luces y a su voluntad antes de hacer alguna cosa: por ejemplo, antes de hacer la oración, de decir u oír la Santa Misa, de comulgar, etc., pues las tinieblas de nuestro propio espíritu y la malicia de nuestra propia voluntad y operación, si las seguimos, aun cuando nos parezcan buenas, pondrían obstáculos al santo espíritu de María. 2.º Es necesario entregarse al espíritu de María, para ser por él movidos y conducidos de la manera que Ella quiera. Es necesario ponerse y dejarse en sus manos virginales, como un instrumento en las manos de un trabajador, como un laúd en las manos de diestro tañedor. Es necesario perderse y abandonarse en Ella, como una piedra que se arroja al mar; y esto se hace sencillamente y en un instante, por una sola ojeada del espíritu, un ligero movimiento de la voluntad o por medio de palabras, diciendo, por ejemplo: Me renuncio a mí mismo y me doy a Vos querida Madre mía. Y aunque no se experimente ninguna dulzura sensible en este acto de unión, no por eso deja de ser verdadero: lo mismo que si, Dios no permita, dijéramos con toda sinceridad: Me doy al diablo, aunque lo dijéramos sin ningún cambio sensible, no perteneceríamos con menos verdad al demonio. 3.º Se debe, de cuando en cuando, durante la obra y después de ella, renovar el mismo acto de ofrecimiento y de unión, y cuanto más así lo hagamos, más pronto nos santificaremos, antes llegaremos a la unión con Jesucristo, unión que siempre sigue necesariamente a la unión con María, siendo así que el espíritu de María es el espíritu de Jesús.