San Juan Berchmans en una de sus máximas escribió: “Todo lo que me da tristeza, proviene del diablo.”

st_joannes_berchmansDios, que es fuente de la felicidad, infunde en el corazón de sus hijos la alegría y el gozo de saberse queridos y guardados por su amorosa providencia. El diablo, el eterno desesperado, ese triste ser incapaz de amar como dice Santa Teresa, intenta infundir en las almas lo que él posee: tristeza y desesperación.

Debemos poner mucha atención al hacer nuestro examen de conciencia para ver si nuestro carácter mejora o empeora; si nuestro carácter está inclinado a la alegría, o más bien se deja influir de los engaños del diablo que nos traen tristeza, si a nuestro prójimo le comunicamos alegría y gozo del alma, o más bien nos mostramos adustos y ásperos, como dominados de aquel espíritu que al rey Saul le llevó a la tristeza y a la desesperación.

Aquel escritor que decía: “Señor, que los malos sean buenos; que los buenos sean santos y que los santos sean simpáticos”, estaba afirmando esa misma verdad.

El Ritual Romano pide a Dios en el momento del bautismo “Que este nuevo hijo Tuyo, te sirva Señor alegre en Tu Iglesia.”

Porque Dios quiere al dador alegre, y quiere que sus hijos le sirvan llenos de alegría, puesto que servir a Dios es reinar. Reinar desde el mundo y sobre el demonio que son la fuente del mal y de la tristeza para el hombre.

Nuestra Asociación ha de señalarse en una sana alegría, comunicativa, gozosa, cristiana. Únicamente el pecado puede quitarnos la alegría al hacernos siervos del Diablo. Luchar para vivir en permanente alegría.

Hasta en el rostro quería san Ignacio que se manifestara la virtud de la alegría cuando dejó escrito: “el rostro muestre antes alegría que tristeza.”

Los males del mundo, las tribulaciones y las luchas no podrán nunca arrebatarnos nuestra alegría que viene de Cristo y de María. San Agustín se complacía en decir: “Las vitales alegrías de un corazón puro, eres Tú, Cristo” y ¿no llamamos a nuestra Madre la Santísima Virgen: “Causa de nuestra alegría”?

Dejémonos poseer por Jesús y por María y viviremos felices. El Sagrario, la devoción tierna a la Virgen Santísima, como a Madre, son los raudales diarios que nos llenarán de alegría íntima. Así vivieron los santos. No hay mártires ni santos tristes. Tampoco los debe haber entre nosotros.

Oh Jesús, en medio de una juventud herida por el pecado y la tristeza, danos una juventud alegre y fuerte conforme a la enseñanza de San Pablo: “la alegría de Dios al servirle nosotros, es nuestra fortaleza.”

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 74, febrero de 1984