…«Francisco Franco ha muerto. Y con él ha muerto un es­pañol excepcional, como reconoce el mundo entero. Permitidme que ponga a vuestra consideración, brevemente, tres virtudes que creo pueden tener para nosotros razón de ejemplaridad».

Franco«Lo primero que hay que reconocer y admirar en Francisco Franco es su amor a España. Este amor fue norte y guía, ilu­sión y aliento ardiente de toda su vida. Él la quiso siempre unida, en paz y en camino de una prosperidad siempre cre­ciente».

«La Divina Providencia quiso que ya desde su juventud su personalidad, tuviera una actuación decidida en los aconteci­mientos más trascendentales de nuestra Patria, por eso la figu­ra recia y firme de Francisco Franco llena con su luz y forja con indeleble trazo la historia de los hechos acaecidos en la España de estas seis últimas décadas».

«Estos mismos valores fueron ahondando más y más en su corazón el amor hacia España, hasta convertirse en él obsesión y gozo, peso y gloria». «Estos treinta años —afirmaba— he con­sagrado toda mi voluntad, mi quehacer y todas mis energías a la causa de España».

«Y porque amó a su Patria, se entregó totalmente al trabajo constante para mejor servirla. Todos los biógrafos, de Francisco Franco han reconocido que el trabajo constituyó una obsesión de su vida. Horas interminables en la mesa de su despacho, al frente de sus Gobiernos, en las múltiples y prolongadas audien­cias, sin que el desaliento ni la fatiga hicieran mella en su es­píritu. Siempre aconsejando, orientando e impulsando. Nunca puso límite a las horas de trabajo ni de día ni de noche. El Sa­grario de su capilla sabe de las horas de la noche —mientras los demás dormíamos confiados— pasadas en prolongada vela cuando los problemas de la Patria exigían a su fe la inspiración del cielo».

«Pero, sobre todo, Francisco Franco ha sido un hombre que ha vivido de una Fe profunda y sincera. Nacido en un hogar cris­tiano, su madre, de honda raigambre cristiana, fue comunicando a sus hijos la reciedumbre de su fe. Y aquella fe, que recibió de Dios en el seno de su familia, fue creciendo y madurando hasta constituir la ayuda y el baluarte firme de su vida. Para Franco la fe es el don más grande que el Señor ha concedido a los pueblos, a las familias y a los individuos. Él siempre cre­yó que la misión histórica de España era defender esta fe, por eso consideró que todos los materialismos ateos eran ya por na­turaleza enemigos de su Patria».

«De aquí que, fiel a este principio, se esforzara por hacer que el pueblo viviera honda y profundamente su fe como elemento imprescindible para su progreso y, sobre todo, como razón últi­ma de su quehacer histórico. ¿Quién no recuerda la Consagra­ción que él hizo de España a Cristo-Eucaristía en las fechas im­borrables del Congreso Eucarístico de Barcelona? ¿Quién no re­cuerda su Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles? ¿Quién no ha leído con emoción las palabras con que inicia su ya histórico testamento? Si hubiera que sintetizar la vida de Francisco Franco en estas últimas dé­cadas, podría reducirse a estas dos ideas: Dios y España. Así lo hace él en su Testamento cuando afirma: «Quisiera unir en estos momentos los nombres de Dios y de España».

Homilía:   Boletín   Oficial   del   Arzobispado   de   Burgos, 1 diciembre 1975, págs. 454, 455.