Magisterio Pontificio

“Quas primas” del Sumo Pontífice Pío XI sobre la fiesta de Cristo Rey

pio_xiEn la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, hemos analizado las causas que abruman angustiosamente a la humanidad actual. Y hemos hecho, además, dos claras afirmaciones: el mundo ha sufrido y sufre este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a Jesucristo y su santísima ley en la vida privada, en la vida de familia y en la vida pública del Estado; y es imposible toda esperanza segura de una paz internacional verdadera mientras los individuos y los Estados nieguen obstinadamente el reinado de nuestro Salvador. Por esto, advertimos entonces que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino de Cristo, y prometimos además consagrar a esta labor todas nuestras fuerzas. Hemos dicho en el reino de Cristo, porque estábamos y estamos convencidos que el medio más eficaz para el restablecimiento y la consolidación de la paz es la restauración del reinado de Jesucristo. Motivo de clara esperanza de tiempos mejores fueron entre tanto para Nos ciertas tendencias que se observaban en los pueblos de retorno a Cristo y a su Iglesia, única causa de salvación; tendencias nuevas en algunos pueblos, y en otros fruto de un largo proceso, de las cuales podía deducirse que muchos

que hasta entonces habían estado como desterrados del reino del Redentor, por haber despreciado su autoridad, preparaban felizmente y aceleraban su retorno a la obediencia obligatoria.

Porque los acontecimientos solemnes del Año Santo, dignos todos de perpetuo recuerdo, ¿no han rendido un honor y gloria eternos al Fundador de la Iglesia, Señor y Rey Supremo? La Exposición Misional ha impresionado profundamente a todos los que la han visitado, demostrando el infatigable esfuerzo de la Iglesia por la dilatación creciente del reino de su Esposo por todos los continentes e islas -aun las de mares  más remotos-, el crecido número de regiones conquistadas para el catolicismo por la sangre y los sudores de valientes e invictos misioneros y las vastas regiones que todavía quedan por someter a la suave y salvadora soberanía de nuestro Rey. Además, todas las grandes multitudes que a lo largo del Año Santo han venido de todas partes a Roma dirigidas por sus obispos y sacerdotes, ¿qué otro propósito han tenido sino postrarse, con sus almas purificadas, ante el sepulcro de los apóstoles y proclamar en nuestra presencia que viven y vivirán sujetos a la soberanía de Jesucristo? Este reinado de nuestro Salvador ha resplandecido con nueva luz cuando Nos mismo, después de comprobar las extraordinarias virtudes de seis vírgenes y confesores, los hemos elevado al honor de los altares, ¡Qué gozo y qué consuelo tan grandes embargaron  nuestra alma cuando en el majestuoso templo de San Pedro, después de promulgados por Nos los decretos de canonización, una inmensa muchedumbre de fieles cantó como himno de acción de gracias el Tu, Rex gloriae, Christe! Porque mientras los hombres y los Estados alejados de Dios corren a la muerte impulsados por el odio y las guerras civiles, la Iglesia de Dios, proporcionando sin cesar a los hombres el alimento del espíritu, engendra y da luz a las nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de elevar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a todos los que le obedecieron y sirvieron con plena fidelidad el reino de la tierra. Por último, al conmemorarse en este año jubilar el décimo sexto centenario del concilio de Nicea, ordenamos la celebración de esta ilustre fecha y Nos personalmente la conmemoraremos en la Basílica Vaticana, porque el sagrado concilio de Nicea definió y proclamó como dogma de fe católica la consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre y afirmó además la real dignidad de Jesucristo al incluir en su Símbolo o fórmula de fe aquellas palabras: cuyo reino no tendrá fin.

Habiendo, pues, reunido este Año Santo un conjunto tan vari de motivos para destacar el reino de Jesucristo, juzgamos realizar un acto totalmente conforme a nuestro deber apostólico, si, atendiendo a las súplicas elevadas a Nos, individualmente y en común, por muchos cardenales, obispos y fieles católicos, clausuramos este año jubilar introduciendo en la sagrada liturgia una festividad especialmente dedicada a Nuestro Señor Jesucristo Rey. Este asunto es para Nos tan grato, que deseamos, venerables hermanos, deciros algo acerca de él; labor vuestra será acomodar después a la inteligencia del pueblo todo lo que vamos a deciros sobre el culto de Cristo Rey; de esta manera, la solemnidad que ahora se instituye producirá en adelante los más variados frutos.