Capítulo 19
De la tolerancia de las injurias
y cómo se prueba el verdadero paciente
Jesucristo.- 1. Hijo, ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte, considerando mi pasión y la de los otros santos.
«Aún no has resistido hasta derramar sangre» (Heb 12,4).
Poco es lo que padeces en comparación de lo que padecieron tantos, tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, de tan diversos modos probados y ejercitados.
Conviénete, pues, traer a la memoria las cosas muy graves de otros, para que fácilmente sufras tus pequeños trabajos.
Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause tu impaciencia.
Pero, sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con paciencia.
2. Cuánto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras y más mereces; y lo llevarás también más ligeramente teniendo el ánimo preparado y acostumbrado con diligencia.
No digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni debo aguantar semejantes cosas, porque me dañó gravemente y me levanta cosas que nunca pensé; mas de otro sufriré de grado lo que pareciere debo sufrir.
Indiscreto es tal pensamiento, que no considera la virtud de la paciencia ni mira quién la ha de galardonar; antes repara en las personas y en las injurias que le hacen.
3. No es verdadero paciente el que no quiere padecer sino lo que le parece y de quien él quiere.
El verdadero paciente no mira quién le molesta; si es su superior, su igual o inferior; si es hombre bueno y santo, o perverso e indigno; mas, sin diferencia de personas, cualquier adversidad, y cuantas veces le venga, todo lo recibe de buena gana, de la mano de Dios, y lo estima por mucha ganancia porque nada de cuanto se padece por Dios, por poco que sea, puede pasar sin mérito ante el divino acatamiento.
4. Está, pues, preparado para la batalla, si quieres tener victoria.
Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia.
Si no quieres padecer, rehúsas ser coronado; pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia.
Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la victoria.
El Alma.– 5. Hazme, Señor, posible por la gracia lo que me parece imposible por mi naturaleza.
Tú sabes cuán poco puedo yo padecer y qué presto me derriba la más leve adversidad.
Séame, por tu nombre, amable y deseable cualquier ejercicio de paciencia, porque el padecer y ser atormentado por ti es de gran salud para mi alma.
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