3. Contradicciones de una sociedad neutra o permisiva
Si se esgrime el impedimento de las opiniones discrepantes para eximirse de urgir exigencias morales en el orden político, habrá que advertir que ese intento tropieza con el obstáculo mucho mayor de las contradicciones y la insinceridad de una sociedad «permisiva». Lo cual es una prueba, per oppositum, de la necesidad de una invariante moral. Hemos visto ya esa prueba condensada en el ejemplo del abortismo. Recapitulemos ahora con perspectiva total.
a) El permisivismo moral en el orden político fomenta el agnosticismo moral, por cuanto tiende a rebajar el nivel de la ley moral hacia lo «permitido legal».
b) Fomenta la renuncia, no sólo a la coacción legal, sino también a la solicitud educativa y a la estimulación de los valores morales. Propende a una organización social que se cuida sólo de los «derechos». Pero una sociedad de solos «derechos» es inviable, es suicida. Ni siquiera logra que funcionen los derechos. Tiende a proclamar «derechos» vacíos, es decir, sin señalar quien es el sujeto al que se puede exigir el «deber» correspondiente (28). Y en la vida social ‑además de los derechos exigibles por los demás hay deberes intrínsecos a cada uno de nosotros, que nadie nos puede exigir. Los hombres no pueden exigir lo que más necesitan: el amor, la dedicación a promover y facilitar el bien, la solicitud cariñosa, la comprensión, el perdón, la renuncia al propio derecho por amor a los débiles (29). Son deberes morales (exigidos por Dios), no derechos exigibles por los beneficiarios. Sin ellos la sociedad no funciona; desfallece la tensión positiva y creadora; se produce un vacío irrellenable.
c) Y he aquí las contradicciones de la sociedad permisiva:
‑Contradicción en cuanto a los valores humanos que esa sociedad dice servir. Reserva la solicitud legal, y aun la solicitud educativa, para dos únicos valores: la no violencia y la «felicidad» o satisfacción subjetiva de los ciudadanos, que no se sienten comprimidos. Pues bien, «es superfluo traer pruebas de que las sociedades permisivas… generan frecuentemente mas violencia. Y siempre producen en los ciudadanos y en el tono medio de la vida social un vacío, una desgana, nada gratificantes. Una laxa mediocridad, que es la situación a la que estamos asomándonos (30). Este vacío, esta mediocridad desganada, podríamos evocarlos con unas palabras escritas hace más de medio siglo por Don José Ortega y Gasset al tratar el fenómeno de la emancipación política y social respecto a los mandatos, el de la tendencia a una vida sin principios morales, vida de pura espontaneidad:
Piensan «que les han quitado un peso de encima… Pero la fiesta dura poco. Sin mandamientos que nos obliguen a vivir de un cierto modo, queda nuestra vida en pura disponibilidad. Esta es la horrible situación intima en que se encuentran ya las juventudes mejores del mundo. De puro sentirse libres, exentas de trabas, se sienten vacías. Una vida en disponibilidad es mayor negación de si misma que la muerte. Porque vivir… es cumplir un encargo, y en la medida en que eludamos poner a algo nuestra existencia, evacuamos nuestra vida» (31).
‑Contradicción en que no tutela los derechos. (Cuando la tutela de los derechos de los demás es precisamente el límite que el «permisivismo» impone a las libertades.) ¿Quien determina los derechos que hay que tutelar? ¿Quien los selecciona? Arbitrariedad sobre arbitrariedad. Como falta siempre el consenso unánime !porque en una sociedad a merced de opiniones, supuesta cualquier opción legal o educativa, por permisiva que sea, siempre caben opiniones y comportamientos opuestos, que según una moral permisiva son tan lícitos como los demás), de hecho el límite de los derechos tutelados lo fija un grupo: una mayoría (real o supuesta) o una minoría. Como este límite, por suposición, no se impone en virtud de criterios morales superiores, la imposición, fluctuante según convenciones o tácticas, no se justifica moralmente; y tampoco se justifica la coerción que la acompaña y que contradice al criterio de permisividad.
Esta contradicción es flagrante en quienes se empeñan en identificar la Moral con la pura «formalidad democrática»: moral sin invariantes, sin normas ni valores trascendentes. Hace muy poco un profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid (32) escribía que la Moral y la Democracia se definen negativamente y por limites, no por contenidos. La Democracia es sólo el «marco institucional y legal mínimo para no devorarse» (partiendo del «homo homini lupus»). La Moral consiste en «los elementos contractuales suficientes para neutralizar la corrupción o el devoramiento». «La ética democrática es una ética minimista que… busca sus propias normas… La instancia normativa es su propia racionalidad, ejercida como dialogo, acuerdos, estipulaciones legales, y contrastada por su operatividad en la praxis social». Los jueces sancionan las infracciones, pero «la ley infringida no es un mandato, sino un acuerdo roto».
¿Acuerdo roto? ¿Y los millones que no hayan pactado tal acuerdo? La coerción que se les impone ¿no es entonces mera violencia bruta? (33). De hecho, ese tipo de «moral democrática» apunta hacia la homogeneización totalitaria: implica la concentración en manos del poder político del triple poder, el político, el económico, el de los instrumentos de difusión cultural y de los criterios de conducta.
Con una mirada al mundo se hace patente el déficit moral que hay en muchas sociedades políticas:
= por el vacío que causa el desamparo de valores, la ausencia de ejemplaridad e impulso elevador; porque se prima la Libertad como indiferencia o anomía y no la Libertad como orientación estimulante hacia el Bien; por el clima, permitido y provocado, de agresión a la institución familiar; por la corrupción de menores…
= y por la sangrante conculcación de derechos primarios: aquí y allá se considera actuación política normal abogar por la eliminación de inocentes; el respeto a la dignidad de las personas está en baja: es excesivo el nivel de difamación, injurias, calumnias, perversión, violaciones… en gran medida impunes; la protección es insuficiente (reducida con frecuencia a remedios judiciales tardíos, cuando el daño es irreparable; por eludir otros inconvenientes, se descuida el deber de prevenir y gobernar); en el ámbito de la docencia y de las distintas formas de publicidad se pisotea el derecho de las familias a ser ayudadas en la educación de los hijos. ¿Se olvida un derecho inviolable de los niños y adolescentes ‑proclamado por el Concilio Vaticano II (34)‑, el de ser, no solamente no estorbados, sino estimulados en el aprecio de los valores morales y religiosos: y que el conjunto social se reconozca condicionado esencialmente por la articulación «padres‑niños»…
‑ De lo dicho fluye una tercera contradicción, la más intolerable: que, renunciando a valores morales absolutos, se absolutiza e impone coercitivamente otro sistema de valores relativos o arbitrarios. Como sin imponer algo la sociedad se desmoronaría, en toda sociedad, en un momento dado, se impone a los discrepantes un sistema intangible de valores, aunque se presuma hipócritamente de permisivismo. La cuestión que se esconde tras tantos disimulos es sencillamente: ¿esos puntos intangible, impuestos a los discrepantes, corresponden a un Orden Moral, acatado por su verdad? (35) ¿o son dictados y convenciones arbitrarias? (36).
Si hablamos, no desde la ficción política, sino con enfoque moral (según la verdad y… con examen de conciencia), en la mayor parte del mundo la cuestión no es, por ejemplo, saber ni hay «censura previa» o no; es solamente saber a qué se aplica la censura, y cuando no está regulada in iure, quién y de qué modo la aplica.
A veces la suplantación de lo Absoluto Moral por absolutizaciones de lo Instrumental y relativo (por ejemplo, las formas de gobierno, las formas de representación…) es tan llamativa que induce a recordar la recriminación de Jesús a escribas y fariseos: «Os preocupáis (escrupulosamente) del pago de los diezmos de la menta y la ruda… y descuidáis lo principal de la Ley: la justicia, la misericordia y la lealtad» «Bien sería hacer aquello… pero sin omitir esto» (37). Lo contrario ¿no equivale a «colar un mosquito y tragarse un camello»? (38).
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