El pasado mes de abril tuvimos una hora Santa en desagravio al Señor Sacramentado de la horrible profanación de que fue objeto en una iglesia de Bilbao. Luego han venido otras más tristemente, en esta triste Patria sacudida por el poder de las tinieblas: profanación de una iglesia en Asturias; blasfemias públicas de la comparsa teatral catalana «Els comediants”, en Sevilla contra Dios y la Sagrada Eucaristía; difusión de la obra satánica «Teledeum» del repugnante grupo
“Els joglars» en diferentes ciudades de España… La gran nación de la fe cristiana que le dio el ser, la que evangelizó medio mundo y ha sido la tierra donde reinó el Amor de los amores, es hoy lugar de todas las abominaciones e impiedades. ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?
Preparemos nuestro corazón y nuestra mente para las grandes horas de la reconstrucción nacional que forzosamente tendrá que pasar por los caminos del heroísmo de muchos, las sangre martirial de los mejores, y la guerra santa justificadora y salvadora que limpie la faz de la Patria aherrojada. Pero desde “ya”, desde ahora vivamos con toda la fuerza de nuestra juventud una vida eucarística de reparación. “Siempre que se celebra la conmemoración de la Hostia sacrosanta, se realiza al obra de nuestra redención”. Con estas palabras, la primitiva Iglesia confesaba la identidad entre el sacrificio de la Cruz y el sacrificio del Altar. Es el mismo sacrificio; en uno y otro el mismo Corazón de Jesús, y en el Corazón la misma misericordia y la misma caridad. En la Misa se da la prolongación de aquel grito sublime de caridad que se oyó en la cima del Calvario: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Hijos míos: sacudid la pereza infamante; sacudid las distracciones que os roban la atención; sacudid vuestro yo amodorrado por egoísmos del momento. Pensad en uniros solamente a Jesús, a su dolor, a su caridad.
Convertid vuestra Misa en una unión estrechísima con su Sagrado Corazón. Uniros a san Juan al pie del Calvario, al pie de la Misa y hermanos de san Juan, haced de vuestras Misas un acto seguido de reparación de los pecados de la Patria, de nuestros pecados: “Señor perdónalos porque no saben lo que hacen: Señor da fin ya a esta hora de tinieblas y condenación: Señor ven a reinar en España, y no mires nuestros pecados, sino la fe de nuestros padres y de nuestros santos que todo lo dieron por la santa Iglesia”.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 77, mayo de 1984