Sentido y eficacia de las festividades litúrgicas
Ahora bien, para que estos deseados beneficios se recojan con mayor abundancia y adquieran una mayor estabilidad en la sociedad cristiana, es de todo punto necesario la más amplia difusión posible del conocimiento de esta regia dignidad de nuestro Salvador. Para este fin no hay medio más eficaz que la creación de una festividad propia y peculiar de Cristo Rey. Porque para enseñar al pueblo las realidades de la fe y atraerle por medio de éstas a los goces interiores del espíritu, las fiestas anuales de los sagrados misterios tienen una eficacia mucho mayor que cualquier otra enseñanza, aun la más grave, del magisterio eclesiástico.
Porque estas enseñanzas son conocidas generalmente sólo por una minoría de fieles más instruídos que los demás; las fiestas litúrgicas, en cambio, impresionan e instruyen a todos los fieles; los documentos del magisterio hablan una sola vez; las fiestas de la liturgia, cada año y perpetuamente; las enseñanzas pontificias penetran en las inte1igencias; la liturgia, en la inteligencia y en el hombre entero. Porque, como el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, debe quedar impresionado y movido por las solemnidades externas de los días festivos de tal manera que con la variada hermosura de los actos litúrgicos aprenda mejor las divinas enseñanzas y, convirtiéndolas en su propio jugo y sangre, obtenga un provecho mucho mayor en la vida espiritual.
Por otra parte, la historia demuestra que estas festividades·litúrgicas·fueron establecidas, sucesivamente, en el transcurso de los siglos, de acuerdo con las necesidades o conveniencias del pueblo cristiano, como, por ejemplo, cuando fué necesario robustecerlo frente a un peligro común, defenderlo contra los envolventes errores de la herejía, animarlo y encenderlo con mayor insistencia para que conociese y venerase con mayor devoción un determinado misterio de la fe o algún beneficio particular de la divina bondad. Por esto, desde los primeros siglos del cristianismo, cuando los fieles sufrían una durísima persecución, se iniciaron las conmemoraciones litúrgicas en honor de los mártires, para que, como dice San Agustín, “las festividades de los mártires fuesen al mismo tiempo exhortaciones al martirio” Y cuando más adelante se concedió a los santos confesores, vírgenes y viudas los honores litúrgicos, estos honores demostraron una eficacia maravillosa para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en las épocas de paz. Y fueron sobre todo las fiestas instituídas en honor de la Santísima Virgen las que contribuyeron a que el pueblo cristiano no sólo rindiera un culto más religioso a la Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que aumentase el amor de los fieles hacia la Madre celestial que el Redentor les había otorgado como herencia. Entre los beneficios que hay que atribuir al culto público de la Virgen y de los santos, hay que enumerar también el hecho de que la Iglesia haya podido en todo tiempo rechazar victoriosamente la epidemia de los errores heréticos. En esta materia es forzoso admirar el designio de la divina Providencia, la cual, así como del mal suele derivar el bien, así también ha permitido a veces el enfriamiento de los pueblos en la fe y en la piedad, o las asechanzas de las doctrinas falsas contra la verdad católica, con el resultado final, sin embargo, de un nuevo esplendor para la verdad católica y un vigoroso renacer de la fe y de la piedad hacia muchos y muy altos ideales de santidad. Las fiestas incluidas en el año litúrgico durante los tiempos modernos han tenido el mismo origen y han producido idénticos frutos; y así, cuando sobrevino el enfriamiento en la reverencia y en el culto al Santísimo Sacramento, se instituyó la fiesta del Corpus Christi. para que con la solemnidad de las procesiones públicas y las oraciones prolongadas durante toda la octava siguiente se reavivase en los fieles la adoración pública del Señor. De la misma manera, la festividad del Sagrado Corazón de Jesús fué creada cuando la triste y helada severidad del jansenismo debilitó y enfrió a las almas alejándolas del amor de Dios y de la confianza en su salvación eterna.
La fiesta de Cristo Rey y el laicismo contemporáneo
Y si ahora ordenamos a todos los católicos del mundo el culto universal de Cristo Rey, remediaremos las necesidades de la época actual y ofreceremos una eficaz medicina para la enferrmedad que en nuestra época aqueja a la humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra época el llamado laicismo, sus errores y sus criminales propósitos; sabéis muy bien, venerables hermanos, que esta enfermedad no ha sido producto de un solo día, ha estado incubándose desde hace mucho tiempo en las entrañas mismas de la socicdad. Porque si comenzó negando el imperio de Cristo sobre todos los pueblos; se negó a la Iglesia el derecho que ésta tiene, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, de promulgar leyes y de regir a los pueblos para conducirlos a la felicidad eterna. Después, poco a poco, la religión cristiana quedó equiparada con las demás religiones falsas e indignamente colocada a su rnismo nivel; a continuación la religión se ha visto entregada a la autoridad política y a la arbitraria voluntad de los reyes y de los gobernantes. No se detuvo aquí este proceso: ha habido hombres que han afirmado como necesaria la substitución de la religión cristiana por cierta religión natural y ciertos sentimientos naturales puramente humanos. Y mo han faltado Estados que han juzgado posible prescindir de Dios, y han identificado su religión con la impiedad y el desprecio de Dios. Los amargos frutos que con tanta frecuencia y durante tant< I tiempo ha producido este alejamiento de Cristo por parte de los individuos y de los Estados, han sido deplorados por Nos en nuestra encíclica Ubi arcano, y volvemos a lamentarlos también hoy: la siembra universal de los gérmenes ele la discordia; el incendio del odio y de las rivalidades entre los pueblos, que es aun hoy día, el gran obstáculo para el restablecimiento de la paz; la codicia desen frenada, disimulada frecuentemente con las apariencias del bien público y del amor de la patria, y que es al mismo tiempo fuente de luchas civiles y de un ciego y descontrolado egoísmo, que, atendiendo exelusivamente al provecho y a la comodidad particulares, se convierte en la medida universal de todas las cosas; la destrucción radical de la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; la desaparición de la unión y de la estabilidad en el seno de las familias, y, finalmente, las agitaciones mortales que sacuden a la humanidad entera. Nos albergamos una gran esperanza de que la festividad anual de Cristo Rey, que en adelante se celebrará, acelerará felizmente el retorno de toda la hmanidad a nuestro amantísimo Salvador. Sería, sin duda alguna, misión propia de los católicos la preparación y el aceleramiento de este retorno por medio de una activa colaboración; sin embargo, son muchos los católicos que ni tienen en la convivencia social el puesto que les corresponde ni gozan de la autoridad que razonablemente deben tener los que alzan a la vista de todos la antorcha de la verdad. Esta desventaja podrá atribuirse tal vez a la apatía o a la timidez de los buenos, que se retiran de la lucha o resisten con excesiva debilidad; de donde se sigue como natural consecuencia que los enemigos de la Iglesia aumenten en su audacia temeraria. Pero si los fieles, en general, comprenden que es su deber militar con infatigable esfuerzo bajo las banderas de Cristo Rey, entonnces, inl1amados ya cn el fuego del apostolado, se consagrarán a llevar a Dios de nucvo los rebeldes e ignorantes y trabajarán por mantener incólumes los derechos del Señor.



