Capítulo 24
Que se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas
Hijo, no quieras ser curioso ni tener cuidados impertinentes. «¿Qué te va» a ti de esto o de lo otro? «Sígueme tú» (Jn 21,22). ¿Qué te importa que aquel sea tal o cual, o que este viva o hable de este o del otro modo?
No tienes que responder por otro, sino dar razón de ti mismo. Pues, ¿por qué te entremetes?
Mira que yo conozco a todos, y veo cuanto pasa debajo del sol, y sé de qué manera está cada uno, qué piensa, qué quiere y a qué fin dirige su intención.
Por eso se deben encomendar a mí todas las cosas; pero tú consérvate en santa paz y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere.
Sobre él vendrá lo que hiciere o dijere, porque no puede engañarme.
No te preocupe la sombra de un gran nombre, ni el tener muchos amigos, ni el ser particularmente amado de los hombres, porque estas cosas causan distracciones y grandes tinieblas en el corazón.
De buena gana te hablaría mi palabra y te revelaría mis secretos, si tú esperases con diligencia mi venida y me abrieses la puerta del corazón.
Está apercibido y vela en oración y humíllate en todo.
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