La fiesta de Cristo Rey y la apostasía de la sociedad moderna

 Además, para condenar y reparar de alguna manera la pública apostasía que con tanto daño de la sociedad ha provocado el laicismo, ¿no será un extraordinario remedio la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey en todo el universo? Porque cuanto mayor es el indigno silencio con que se calla el dulce nombre de nuestro Redentor en las conferencias internacionales y en los Parlamentos, tanto más alta debe ser la proclamación de ese nombre por los fieles y la energía en la afirmación y defensa de los derechos de su real dignidad y poder.

pio_xiYa desde fines del siglo pasado se ha ido preparando eficaz y gloriosamente el camino a la institución de esta festividad. Es del dominio público la abundante producción bibliográfica que en todas las lenguas y por todo el universo se consagró a la sabia y elocuente defensa de este culto; e igualmente el reconocimiento del poder y de la autoridad de Cristo, que suponía la piadosa práctica de consagrar las familias al Sagrado Corazón de Jesús. No solamente las familias, también se consagraron al Corazón de Jesús ciudades y reinos enteros. Más aún: por iniciativa de León XIII la humanidad entera quedó consagrada al Divino Corazón en el Año Santo de 1900. Debemos recordar también el puesto que en esta solemne afirmación de la real soberanía de Cristo sobre la sociedad humana han tenido los frecuentes congresos eucarísticos, tan propios de nuestra época, y cuyo fin es convocar a los fieles de una diócesis, de una región, de una nación e incluso de todo el mundo para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y proclamar a Cristo como Rey dado a la humanidad por Dios, por medio de discursos y sesiones en las asambleas y en los templos, de la adoración pública del Santísimo Sacramento y de solemnísimas procesiones. Puede afirmarse con todo derecho que el pueblo cristiano, movido por una inspiración divina, ha sacado del silencio y del ocultamiento de los templos a aquel mismo Jesús a quien, cuando vino al mundo, los impíos no quisieron recibir; llevándolo como un triunfador por las calles para restablecer la totalidad íntegra de sus derechos de Rey.

Ahora bien: para realizar el propósito que acabamos de exponer, el Año Santo, que está acabando, nos ofrece la mejor oportunidad, ya que Dios, después de levantar benignamente la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes eternos, que superan todo sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Atendiendo pues, a las innumerables súplicas que nos han sido hechas y considerando en su conjunto los acontecimientos del Año Santo, sobran motivos para convencernos de que ha llegado, finalmente, el día, tan ansiado, en que promulguemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, Rey de toda la humanidad. Porque en este año, como hemos dicho al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. También en este año, una insólita Exposición Misional ha puesto a la vista de todos los admirables triunfos que han ganado para Cristo los operarios evangélicos en la extensión de su reino. En este año, finalmente, con ocasión del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la reivindicación del dogma de la consubstancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya, como en su propio fundamento, la soberanía de Cristo sobre todos los pueblos.

Institución de la fiesta de Cristo Rey

 

Por tanto, en virtud de nuestra autoridad apostólica, instituimos la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey y ordenamos su celebración universal el último domingo de octubre, es decir, el domingo inmediato anterior a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en este día se renueve todos los años la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, que mandó recitar anualmente nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X. Este año, sin embargo, queremos que se renueve la consagración el día 31 de diciembre, día en que Nos oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey y ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. No podemos clausurar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, un más amplio testimonio de nuestro agradecimiento -interpretando la gratitud de todos los católicos-por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.

No es necesario, venerables hermanos, que os expliquemos detalladamente la causa que nos ha movido a decretar que la festividad de Cristo Rey se celebre independientemente de otras fiestas litúrgicas que en cierto modo significan y solemnizan esta misma dignidad regia. Baste una advertencia: aunque, aunque en todas las fiestas litúrgicas de Nuestro Señor el objeto material es Cristo, su objeto formal, sin embargo, es totalmente distinto del nombre y de la potestad real de Jesucristo. Y la razón de haber señalado el domingo como día conmemorativo de esta festividad es el deseo de que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones diarias y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo el grandioso testimonio de su obediencia y de su fundación. Nos ha parecido también que el último domingo de octubre era el más apropiado para esta festividad porque con este domingo viene casi a finalizar el ciclo temporal del año litúrgico; de esta manera, los misterios de la vida de Cristo conmemorados durante el año, terminarán y quedaran coronados con esta solemnidad de Cristo Rey, y, antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Es, por tanto, deber vuestro y misión nuestra, venerables hermanos, hacer que la celebración de esta fiesta anual esté precedida, durante algunos días, de una serie de sermones en todas las parroquias, que instruyan oportunamente a los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, para que inicien de esta manera un tenor de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir con amor y fidelidad a su Rey, Jesucristo.