La vida contemplativa es un tesoro de la Iglesia que salta hasta la vida eterna. Los monjes y las monjas son absolutamente necesarios en la vida de la Iglesia. El beato Juan XXIII dijo que la vida contemplativa “constituye una de las estructuras fundamentales de la Santa Iglesia. Está presente en todas las etapas de su historia dos veces milenaria.” El Decreto sobre las Misiones del concilio vaticano ll dice: “La vida contemplativa pertenece a la plenitud de presencia de la Iglesia. Por ello es necesario establecerla en todas las Iglesias nuevas”
Todos los cristianos podemos ser contemplativos, pues la gran doctora de la Iglesia, santa T
eresa de Jesús dice que “Dios anda entre los pucheros”, y la contemplación es darnos cuenta de la presencia de Dios y tratarlo con amor. Podemos vivir la presencia de Dios intermitentemente durante nuestras obligaciones de estado o laborables. El Señor suple nuestras debilidades y miserias. La contemplación no requiere una actividad teórica, puede darse en la vida cotidiana y ordinaria.
Contemplar es vivir en la presencia de Cristo en este valle de lágrimas, sabiendo que somos ciudadanos del cielo: “buenos ciudadanos del cielo” (Fip.3, 20) “Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3,1-3)
El padre José María Alba decía: “No se teme nada cuando se vive en la contemplación”. “Si no se es contemplativo nunca se olvida de uno mismo”. “Hay que vivir siempre de la misericordia de Dios”
Los contemplativos nos enseñan el camino que va al cielo. Al volver de un viaje a Roma, donde fue a pedirle al Papa permiso para entrar en el Carmelo antes de la edad permitida, Santa Teresita del Niño Jesús se embelesaba contemplando los maravillosos paisajes de la Costa Azul. Más tarde dijo: “Los veía desaparecer sin pena. El objeto de mis deseos eran las bellezas del cielo, y para hacérselas ganar a las almas deseaba convertirme en una prisionera”
Prisioneros, esclavos del Señor, para salvar almas como la Madre de los contemplativos María Santísima.
P. Manuel Martínez Cano, mCR