Capítulo 26
De la excelencia del espíritu libre, la cual se alcanza mejor
con la oración humilde que con la lectura
El Alma.- 1. Señor, obra es de varón perfecto no aflojar nunca el ánimo en el deseo de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa de un alma libre que no pone desordenado afecto en criatura alguna.
2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me guardes de los cuidados de esta vida, para que no me inquiete demasiado, para que no me deje llevar del deleite, de las muchas necesidades del cuerpo y de todos los impedimentos del alma, para que no sucumba enervado con tantas molestias.
No hablo de las cosas que la vanidad mundana con tanto afecto desea, sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu siervo con la común maldición de los mortales, para que no pueda entrar en la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.
3. ¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan.
No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia.
Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.
Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.
4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la comida, la bebida, el vestido y todas las demás cosas necesarias para sustentar el cuerpo.
Concédeme usar de todo lo necesario templadamente y que no me ocupe en ello con sobrado afecto.
No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más deleita, porque de otro modo la carne se rebelaría contra el espíritu.
Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas, para que en nada me exceda.
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