Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: abril 2014

Elevación y caída de los ángeles y los hombres

30 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in La voz de los santos, Uncategorized

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1. NATURAL Y SOBRENATURAL

Dios, Nuestro Señor, no sólo creó a los ángeles y a los hombres sino que, además, los elevó a un estado superior a su naturaleza, a un estado sobrenatural.

Natural es todo aquello que forma parte de una naturaleza.

Sobrenatural es todo aquello que no constituye parte de la naturaleza ni es efecto de ella, sino que está por encima del ser, de las fuerzas y de las exigencias de la naturaleza.

Lo sobrenatural penetra la esencia y las fuerzas de la naturaleza perfeccionándola dentro del orden creado (dones preternaturales) o elevándola al orden divino del ser y del obrar (dones absolutamente sobrenaturales).

 2. ELEVACIÓN Y CAÍDA DE LOS ÁNGELES

02angelesSanto Tomás dice que la elevación sobrenatural de los ángeles tuvo lugar al mismo tiempo que Dios los creó. Los ángeles fueron elevados al estado de gracia, pero no al estado de glorificación.

Los ángeles fueron sometidos a una prueba moral para merecer, con la ayuda de la gracia y su libre cooperación, la visión beatífica de Dios, en un estado definitivo y glorioso.

Los ángeles buenos superaron la prueba y recibieron como premio la felicidad eterna del Cielo: “Vi y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los vivientes y de los ancianos, y era su número de miriadas y de millares de millares” (Apoc 5, 11).

Los ángeles malos, capitaneados por Lucifer, se rebelaron contra la voluntad divina y fueron castigados eternamente en el infierno: “Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas” (2 Pedr 2, 4), y fueron transformados en horribles demonios.

El tremendo castigo del infierno ha de hacernos entender la malicia que encierra en sí el pecado mortal y proponernos firmemente no hacer jamás un solo pecado.

  3. ACCIÓN DIABÓLICA EN EL MUNDO

En la Sagrada Escritura aparece la influencia nefasta del diablo en el mundo. Jesús le llama “pecador y homicida desde el principio” (1Jn 3, 8) “padre de la mentira” (Jn 8, 44).

Los demonios nos tientan con engaños, imaginaciones, excitaciones, malos pensamientos, para que pequemos y nos condenemos como ellos están condenados eternamente: “Estad alerta y velad, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente anda en torno vuestro mirando a quién devorar” (1 Ped 5, 8).

La Sagrada Escritura ofrece los ejemplos de las caídas en pecados de nuestros primeros padres (Gen 3, 1ss), la traición de Judas (Ju 13, 2 y 27), la negación de Pedro (Lc 22, 31), la mentira de Ananías (Hech 5, 3), etc., para que estemos alerta, vigilemos y no hagamos caso nunca a los demonios.

El diablo podrá tentarnos pero, con la gracia de Dios, podemos vencerle siempre. En la tentación debemos acudir a la Virgen Santísima, al Ángel de la Guarda y a todos los santos; usar agua bendita, hacer la señal de la cruz y los actos de fe, esperanza y caridad.

Es consolador saber que el demonio sólo puede tentar en la medida que Dios le permite: “Dios no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas” (1Cor 10, 13).

Otra especie de acción diabólica en el mundo es la posesión diabólica, por la que el mal espíritu se apodera del cuerpo humano. El testimonio explícito de Cristo habla de la realidad de este fenómeno. Jesús mismo expulsó demonios (Mc 1, 23ss; Mt 8, 16; 8, 28ss; 9, 32; 12, 22; 17, 18) y confirió a sus discípulos poderes sobre los malos espíritus (Mt 10, 1 y 8; Mc 16, 17; Lc 10, 17ss).

La Iglesia, haciendo uso del poder que le concedió Nuestro Señor Jesucristo, expulsa a los demonios por medio de los exorcismos, oraciones oficiales de la Iglesia para expulsar los malos espíritus.

4. LOS ÁNGELES CUSTODIOS

Es doctrina de fe por el Magisterio universal y ordinario de la Iglesia que los ángeles buenos tienen la misión de proteger y velar por la salvación de los hombres: “¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para servicio de los que han de heredar la salvación?” (Hebr 1, 14).

Cada creyente tiene su particular ángel de la guarda desde el día del Bautismo. Más aun, según la doctrina general de los teólogos, no sólo los creyentes, sino todos los hombres, incluidos los infieles, tienen desde el día de su nacimiento un ángel de la guarda particular. Esta doctrina se funda en las siguientes palabras del Señor: “Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el Cielo la faz de mi Padre, que está en los Cielos” (Mt 18, 10).

También es sentencia común de los teólogos que cada pueblo y nación tiene la especial protección de su ángel custodio.

En Fátima se apareció tres veces a los pastorcitos el Ángel de Portugal. La Iglesia honra al arcángel San Miguel como su protector especial.

5. ELEVACIÓN SOBRENATURAL DEL HOMBRE

Dios pudo haber creado al hombre en un estado puramente natural, destinado a un fin puramente natural. Pero no fue así: Dios creó al hombre en estado de gracia, elevándolo al orden sobrenatural, como había hecho con los ángeles, y destinándolo, como a ellos, a un fin sobrenatural.

El estado sobrenatural del hombre comprendía los dones sobrenaturales y los preternaturales.

Dones sobrenaturales: La gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.

La gracia santificante es un don sobrenatural que da como una segunda naturaleza al alma para que participe, en cierto modo, de la vida divina.

Las virtudes sobrenaturales son disposiciones permanentes del alma, por las que el hombre hace el bien moral de manera sobrenatural y meritoria.

Los dones del Espíritu Santo son perfecciones sobrenaturales que Dios concede para obedecer dócil y prontamente sus inspiraciones y facilitarnos el ejercicio de las virtudes.

Dones preternaturales: don de integridad, don de impasibilidad, don de inmortalidad y don de ciencia infusa.

El don de integridad consiste en el dominio de la concupiscencia: las pasiones de Adán y Eva estaban encauzadas por la razón y la razón la tenían supeditada a la ley de Dios.

El don de impasibilidad es la inmunidad de sufrimientos, es decir, el don de no sufrir.

El don de inmortalidad consistía en que el cuerpo humano mortal por naturaleza no sufriría la muerte.

El don de ciencia infusa es el conocimiento infundido por Dios de muchas verdades naturales y sobrenaturales, suficientes para conocer todo lo que les convenía a nuestros primeros padres.

6. CAÍDA DE ADÁN Y EVA

Dios impuso a nuestros primeros padres el deber de abstenerse de comer del fruto de un árbol del Paraíso. Ellos, haciendo mal uso de su libertad, desobedecieron a Dios.

pecado de adan y eva“La serpiente (el diablo) era el más astuto de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho. Y dijo a la mujer: ¿Cómo es que Dios ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín? Respondió la mujer a la serpiente: Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte. Replicó la serpiente a la mujer: De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, porque conoceréis el bien y el mal.

Y como la mujer vio que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a los dos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos y cogiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores” (Gen 3, 17).

“Adán que estaba destinado a ser plenamente divinizado por Dios, por seducción del diablo quiso ser como Dios, pero sin Dios, antes que Dios y según Dios” (San Máximo).

Dios expulsó del paraíso terrenal a Adán y Eva. Adán y Eva tuvieron muchos hijos e hijas, los nombres de los tres hijos que conocemos son Caín, Abél y Set.

Como el pecado de nuestros primeros padres es la base de los dogmas del pecado original y de la redención del género humano, ha de admitirse la historicidad del relato bíblico tal y como la narra el Génesis.

La respuesta de la Comisión Bíblica del año 1909, decía que no es lícito poner en duda el sentido literal histórico con respecto a los hechos siguientes: a) al primer hombre le fue impuesto un precepto por Dios para probar su obediencia; b) Adán transgredió este precepto divino por insinuación del diablo, presentado bajo la forma de una serpiente; c) nuestros primeros padres se vieron privados del estado primitivo de inocencia.

7. EFECTOS DEL PECADO ORIGINAL

Por el pecado original nuestros primeros padres perdieron los dones sobrenaturales y los dones preternaturales; y atrajeron sobre ellos la cólera de Dios.

El pecado original se propaga a todos los descendientes de Adán y Eva por generación. “Por un hombre entró el pecado en el mundo y, por el pecado, la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres por cuanto todos habían pecado” (Rom 5, 12).

Por el pecado original nuestro entendimiento experimenta gran dificultad para conocer la verdad y evitar el error, especialmente sobre el orden moral y sobrenatural.

Por el pecado original, nuestra voluntad siente gran dificultad para vencer el vicio y practicar la virtud.

Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida por el pecado original, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el campo de educación, de la política, de la acción social y de las costumbres.

Desde el primer pecado de Adán y Eva, una invasión de pecado inunda el mundo: asesinatos, guerras, vicios, abortos, eutanasias… El mundo “todo entero yace en poder del maligno” (1Jn 5, 19).

San Agustín decía: “Yo no soy quien ha inventado el pecado original, pues la fe católica cree en él desde antiguo; tú, que lo niegas, eres sin duda un nuevo hereje”.

8. EL PROTOEVANGELIO

Dios hizo renacer la esperanza de Adán y Eva en el mismo paraíso terrenal, al prometerles la redención de toda la humanidad en las palabras que dijo a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras tú acechas su calcañar” (Gen 3, 15).

Estas proféticas palabras son conocidas como el Protoevangelio y se refieren a la victoria de Jesucristo y de su Madre Santísima sobre el pecado y el demonio.

Gracias a la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo la humanidad recobra la gracia santificante y los dones sobrenaturales, que son los más importantes, pero no se recobran los dones preternaturales.

Del pecado original solamente se ha librado la Inmaculada Virgen María que, por haber sido escogida para Madre del Redentor, fue concebida en gracia santificante, por singular privilegio de Dios.

 

Página para meditar nº 84

30 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Reunión de grupo

La reunión de grupo es la célula primera de toda la Asociación. Donde dos o tres 6C juntan en mi nombre allí estoy Yo en medio de ellos, nos dice el Señor. Jamás puede fallar la palabra del Señor. Plena aplicación tienen estas palabras en la reunión de grupo. Toda la reunión en la reunión con Jesús. Nos reunimos solo dos: allí esta Jesús para que oremos por nuestros hermanos. Dos eran los discípulos que ala marchaban a Emaús, separándose de la Comunidad, allí estuvo Jesús. Se enardeció su corazón y volvieron llenos de celo y afán de comunicar su vida a los demás hermanos. ¡Señor Jesús, que nunca abandone mi reunión de grupo! Si algún día solamente nos reunimos dos, procuraré vivir mi reunión con más Intensidad, seguro de que Jesús se me hará más presente aún. Y entonces lleno, daré nuevo calor a mis hermanos. ¿Qué es la Asociación? La reunión de los amigos de Jesús que comunican a los demás la intimidad de su caridad. Doce hombres íntimamente poseídos de esa verdad, harán de nuestra Asociación el jardín de los consuelos de Jesús. Harán santos a todos los demás. ¿No seré yo uno de esos?

cruzLa Cruz de la salvación

Al hacer la señal de la Cruz, trazo la Cruz sobre mi frente, sobre mis labios, sobre mi corazón. Porque Jesús ha de vivir en mi mente, en mis palabras, en mi amor. Pero Jesús reina en mí desde la Cruz. Reina en el mundo desde la Cruz. Huir de la Cruz es huir de Jesús. Llegará el día, y ya ha llegado en el que los siervos de la Cruz sufrirán desaires, injusticias, persecución. Frente a la Cruz que es la guerra de Dios contra el hombre sensual y mundano, frente a la Cruz que es la pobreza del espíritu frente a la riqueza del espíritu, se levanta arrogante la cátedra de humo de todas las sabidurías y razonamientos humanos que prometen la paz del mundo. Pero no, queridos míos, salgamos fuera de las murallas del mundo que nos asfixian llevando en nuestras manos alzadas el improperio de la Cruz: no a los hombres hemos de complacer, sino a Jesús Crucificado que nos resucitará un día por la fidelidad a nuestro deber, a la Santa Iglesia, a lo que quiere el Papa, a nuestra condición de miembros de una Asociación santa: S. Luis Gonzaga.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 84, febrero de 1985

Mirari vos. Sobre los errores modernos

23 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Carta Encíclica del Papa Gregorio XVI promulgada el 15 agosto 1832

 Admirados tal vez estáis, Venerables Hermanos, porque desde que sobre Nuestra pequeñez pesa la carga de toda la Iglesia, todavía no os hemos dirigido Nuestras Cartas según Nos reclamaban así el amor que os tenemos como una costumbre que viene ya de los primeros siglos. Ardiente era, en verdad, el deseo de abriros inmediatamente Nuestro corazón, y, al comunicaros Nuestro mismo espíritu, haceros oír aquella misma voz con la que, en la persona del beato Pedro, se Nos mandó confirmar a nuestros hermanos[1].

Gregory_XVIPero bien conocida os es la tempestad de tantos desastres y dolores que, desde el primer tiempo de nuestro Pontificado, Nos lanzó de repente a alta mar; en la cual, de no haber hecho prodigios la diestra del Señor, Nos hubiereis visto sumergidos a causa de la más negra conspiración de los malvados. Nuestro ánimo rehuye el renovar nuestros justos dolores aun sólo por el recuerdo de tantos peligros; preferimos, pues, bendecir al Padre de toda consolación que, humillando a los perversos, Nos libró de un inminente peligro y, calmando una tan horrenda tormenta, Nos permitió respirar. Al momento Nos propusimos daros consejos para sanar las llagas de Israel, pero el gran número de cuidados que pesó sobre Nos para lograr el restablecimiento del orden público, fue causa de nueva tardanza para nuestro propósito.

La insolencia de los facciosos, que intentaron levantar otra vez bandera de rebelión, fue nueva causa de silencio. Y Nos, aunque con grandísima tristeza, nos vimos obligados a reprimir con mano dura[2] la obstinación de aquellos hombres cuyo furor, lejos de mitigarse por una impunidad prolongada y por nuestra benigna indulgencia, se exaltó mucho más aún; y desde entonces, como bien podéis colegir, Nuestra preocupación cotidiana fue cada vez más laboriosa.

Mas habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la costumbre establecida por Nuestros mayores, lo que habíamos retrasado por las causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este gratísimo día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en las mayores calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra mente con celestial inspiración para daros los consejos que más saludables puedan ser para la grey cristiana.

Los males actuales

2. Tristes, en verdad, y con muy apenado ánimo Nos dirigimos a vosotros, a quienes vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que ésta es la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección[3]. Sí; la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna[4]. Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las lenguas malvadas.

Se combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad. Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre. Se niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos. Universidades y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima, por la que solamente subsisten los reinos y se confirm el vigor de toda potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de los príncipes, y la destrucción de todo poder legítimo. Debemos buscar el origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego, subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de todos los tiempos.

Los Obispos y la Cátedra de Pedro

 3. Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros más, quizá más graves, enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que, constituidos en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos a la ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey católica, Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo ánimo, Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristen como desgarradores.

Deber Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece el conducir las ovejas tan sólo a pastos saludables, sin mancha de peligro alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu, la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del pueblo cristiano.

4. Bien cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la Iglesia sufre con cualquier novedad[5], y que, según consejo del pontífice San Agatón, nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse, sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido[6]. Firme e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas tienen la fuente de todos sus derechos[7]. Para reprimir, pues, la audacia de aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia[8].

5. Debéis, pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe, precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el regimen y administración de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron los Padres del Concilio de Florencia[9]. Por lo tanto, cada Obispo debe adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como padre de sus almas[10]; y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohibe desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las almas[11]. Finalmente téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.

Disciplina de la Iglesia, inmutable

 6. Reprobable, sería, en verdad, y muy ajeno a la veneración con que deben recibirse las leyes de la Iglesia, condenar por un afan caprichoso de opiniones cualesquiera, la disciplina por ella sancionada y que abarca la administración de las cosas sagradas, la regla de las costumbres, y los derechos de la Iglesia y de sus ministros, o censurarla como opuesta a determinados principios del derecho natural o presentarla como defectuosa o imperfecta, y sometida al poder civil.

En efecto, constando, según el testimonio de los Padres de Trento[12], que la Iglesia recibió su doctrina de Cristo Jesús y de sus Apóstoles, que es enseñada por el Espíritu Santo, que sin cesar la sugiere toda verdad, es completamente absurdo e injurioso en alto grado el decir que sea necesaria cierta restauración y regeneración para volverla a su incolumidad primitiva, dándola nueva vigor, como si pudiera ni pensarse siquiera que la Iglesia está sujeta a defecto, a ignorancia o a cualesquier otras imperfecciones. Con cuyo intento pretenden los innovadores echar los fundamentos de una institución humana moderna, para así lograr aquello que tanto horrorizaba a San Cipriano, esto es, que la Iglesia, que es cosa divina, se haga cosa humana[13]. Piensen pues, los que tal pretenden que sólo al Romano Pontífice, como atestigua San León, ha sido confiada la constitución de los cánones; y que a él solo compete, y no a otro, juzgar acerca de los antiguos decretos, o como dice San Gelasio: Pesar los decretos de los cánones, medir los preceptos de sus antecesores para atemperar, después de un maduro examen, los que hubieran de ser modificados, atendiendo a los tiempos y al interés de las Iglesias[14].

Celibato clerical

 7. Queremos ahora Nos excitar vuestro gran celo por la religión contra la vergonzosa liga que, en daño del celibato clerical, sabéis cómo crece por momentos, porque hacen coro a los falsos filósofos de nuestro siglo algunos eclesiásticos que, olvidando su dignidad y estado y arrastrados por ansia de placer, a tal licencia han llegado que en algunos lugares se atreven a pedir, tan pública como repetidamente, a los Príncipes que supriman semejante imposición disciplinaria. Rubor causa el hablar tan largamente de intentos tan torpes; y fiados en vuestra piedad, os recomendamos que pongáis todo vuestro empeño en guardar, reivindicar y defender íntegra e inquebrantable, según está mandado en los cánones, esa ley tan importante, contra la que se dirigen de todas partes los dardos de los libertinos.

Matrimonio cristiano

 8. Aquella santa unión de los cristianos, llamada por el Apóstol sacramento grande en Cristo y en la Iglesia,[15] , reclama también toda nuestra solicitud, por parte de todos, para impedir que, por ideas poco exactas, se diga o se intente algo contra la santidad, o contra la indisolubilidad del vínculo conyugal. Esto mismo ya os lo recordó Nuestro predecesor Pío VIII, de s. m., con no poca insistencia, en sus Cartas. Pero aun continúan aumentando los ataques adversarios. Se debe, pues, enseñar a los pueblos que el matrimonio, una vez constituido legítimamente, no puede ya disolverse, y que los unidos por el matrimonio forman, por voluntad de Dios, una perpetua sociedad con vínculos tan estrechos que sólo la muerte los puede disolver. Tengan presente los fieles que el matrimonio es cosa sagrada, y que por ello está sujeto a la Iglesia; tengan ante sus ojos las leyes que sobre él ha dictado la Iglesia; obedézcanlas santa y escrupulosamente, pues de cumplirlas depende la eficacia, fuerza y justicia de la unión. No admitan en modo alguno lo que se oponga a los sagrados cánones o a los decretos de los Concilios y conozcan bien el mal resultado que necesariamente han de tener las uniones hechas contra la disciplina de la Iglesia, sin implorar la protección divina o por sola liviandad, cuando los esposos no piensan en el sacramento y en los misterios por él significados.

Indiferentismo religioso

 9. Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo[16], entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo[17] y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha[18]; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él[19]. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?[20].

Libertad de conciencia

10. De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religió. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error! decía San Agustín[21]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo[22] del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio -por parte del pueblo- de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades.

Libertad de imprenta

 11. Debemos también tratar en este lugar de la libertad de imprenta, nunca suficientemente condenada, si por tal se entiende el derecho de dar a la luz pública toda clase de escritos; libertad, por muchos deseada y promovida. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar qué monstruos de doctrina, o mejor dicho, qué sinnúmero de errores nos rodea, diseminándose por todas partes, en innumerables libros, folletos y artículos que, si son insignificantes por su extensión, no lo son ciertamente por la malicia que encierran; y de todos ellos sale la maldición que vemos con honda pena esparcirse sobre la tierra. Hay, sin embargo, ¡oh dolor!, quienes llevan su osadía a tal grado que aseguran, con insistencia, que este aluvión de errores esparcido por todas partes está compensado por algún que otro libro, que en medio de tantos errores se publica para defender la causa de la religión. Es de todo punto ilícito, condenado además por todo derecho, hacer un mal cierto y mayor a sabiendas, porque haya esperanza de un pequeño bien que de aquel resulte. ¿Por ventura dirá alguno que se pueden y deben esparcir libremente activos venenos, venderlos públicamente y darlos a beber, porque alguna vez ocurre que el que los usa haya sido arrebatado a la muerte?

12. Enteramente distinta fue siempre la disciplina de la Iglesia en perseguir la publicación de los malos libros, ya desde el tiempo de los Apóstoles: ellos mismos quemaron públicamente un gran número de libros[23]. Basta leer las leyes que sobre este punto dio el Concilio V de Letrán y la Constitución que fue publicada después por León X, de f. r., a fin de impedir que lo inventado para el aumento de la fe y propagación de las buenas artes, se emplee con una finalidad contraria, ocasionando daño a los fieles[24]. A esto atendieron los Padres de Trento, que, para poner remedio a tanto mal, publicaron el salubérrimo decreto para hacer un Indice de todos aquellos libros, que, por su mala doctrina, deben ser prohibidos[25]. Hay que luchar valientemente, dice Nuestro predecesor Clemente XIII, de p. m., hay que luchar con todas nuestras fuerzas, según lo exige asunto tan grave, para exterminar la mortífera plaga de tales libros; pues existirá materia para el error, mientras no perezcan en el fuego esos instrumentos de maldad[26]. Colijan, por tanto, de la constante solicitud que mostró siempre esta Sede Apostólica en condenar los libros sospechosos y dañinos, arrancándolos de sus manos, cuán enteramente falsa, temeraria, injuriosa a la Santa Sede y fecunda en gravísimos males para el pueblo cristiano es la doctrina de quienes, no contentos con rechazar tal censura de libros como demasiado grave y onerosa, llegan al extremo de afirmar que se opone a los principios de la recta justicia, y niegan a la Iglesia el derecho de decretarla y ejercitarla.

Rebeldía contra el poder

 13. Sabiendod Nos que se han divulgado, en escritos que corren por todas partes, ciertas doctrinas que niegan la fidelidad y sumisión debidas a los príncipes, que por doquier encienden la antorcha de la rebelión, se ha de trabajar para que los pueblos no se aparten, engañados, del camino del bien. Sepan todos que, como dice el Apóstol, toda potestad viene de Dios y todas las cosas son ordenadas por el mismo Dios. Así, pues, el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios, y los que resisten se condenan a sí mismos[27]. Por ello, tanto las leyes divinas como las humanas se levantan contra quienes se empeñan, con vergonzosas conspiraciones tan traidoras como sediciosas, en negar la fidelidad a los príncipes y aun en destronarles.

14. Por aquella razón, y por no mancharse con crimen tan grande, consta cómo los primitivos cristianos, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la integridad del imperio, como lo probaron ya en el fiel y pronto cumplimiento de todo cuanto se les mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San Agustín, sirvieron fielmente a los emperadores infieles; mas cuando se trataba de la causa de Cristo, no reconocieron otro emperador que al de los cielos. Distinguían al Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al segundo[28]. Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la legión Tebea, cuando, según refiere Euquerio, dijo a su emperador: Somos, oh emperador, soldados tuyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque preferimos morir mucho mejor que ser asesinos[29]. Y esta fidelidad de los primeros cristianos hacia los príncipes brilla aún con mayor fulgor, cuando se piensa que, además de la razón, según ya hizo observar Tertuliano, no faltaban a los cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía, si hubiesen querido mostrarse como enemigos: Somos de ayer, y ocupamos ya todas vuestras casas, ciudades, islas, castros, municipios, asambleas, hasta los mismos campamentos, las tribus y las decurias, los palacios, el senado, el foro… ¿De qué guerra y de qué lucha no seríamos capaces, y dispuestos a ello aun con menores fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque según nuestra doctrina es más lícito morir que matar? Si tan gran masa de hombres nos retirásemos, abandonándoos, a algún rincón remoto del orbe, vuestro imperio se llenaría de vergüenza ante la pérdida de tantos y tan buenos ciudadanos, y os veriais castigados hasta con la destitución. No hay duda de que os espantariais de vuestra propia soledad…; no encontraríais a quien mandar, tendríais más enemigos que ciudadanos; mas ahora, por lo contrario, debéis a la multitud de los cristianos el tener menos enemigos[30].

15. Estos hermosos ejemplos de inquebrantable sumisión a los príncipes, consecuencia de los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa sino quebrar y aun aniquilar todos los derechos de los príncipes, mientras en realidad no tratan sino de esclavizar al pueblo con el mismo señuelo de la libertad. No otros eran los criminales delirios e intentos de los valdenses, beguardos, wiclefitas y otros hijos de Belial, que fueron plaga y deshonor del género humano, que, con tanta razón y tantas veces fueron anatematizados por la Sede Apostólica. Y todos esos malvados concentran todas sus fuerzas no por otra razón que para poder creerse triunfantes felicitándose con Lutero por considerarse libres de todo vínculo; y, para conseguirlo mejor y con mayor rapidez, se lanzan a las más criminales y audaces empresas.

16. Las mayores desgracias vendrían sobre la religión y sobre las naciones, si se cumplieran los deseos de quienes pretenden la separación de la Iglesia y el Estado, y que se rompiera la concordia entre el sacerdocio y el poder civil. Consta, en efecto, que los partidarios de una libertad desenfrenada se estremecen ante la concordia, que fue siempre tan favorable y tan saludable así para la religión como para los pueblos.

17. A otras muchas causas de no escasa gravedad que Nos preocupan y Nos llenan de dolor, deben añadirse ciertas asociaciones o reuniones, las cuales, confederándose con los sectarios de cualquier falsa religión o culto, simulando cierta piedad religiosa pero llenos, a la verdad, del deseo de novedades y de promover sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea.

Remedio, la palabra de Dios

 18. Con el ánimo, pues, lleno de tristeza, pero enteramente confiados en Aquel que manda a los vientos y calma las tempestades, os escribimos Nos estas cosas, Venerables Hermanos, para que, armados con el escudo de la fe, peleéis valerosamente las batallas del Señor. A vosotros os toca el mostraros como fuertes murallas, contra toda opinión altanera que se levante contra la ciencia del Señor. Desenvainad la espada espiritual, la palabra de Dios; reciban de vosotros el pan, los que han hambre de justicia. Elegidos para ser cultivadores diligentes en la viña del Señor, trabajad con empeño, todos juntos, en arrnacar las malas raíces del campo que os ha sido encomendado, para que, sofocado todo germen de vicio, florezca allí mismo abundante la mies de las virtudes. Abrazad especialmente con paternal afecto a los que se dedican a la ciencia sagrada y a la filosofía, exhortadles y guiadles, no sea que, fiándose imprudentemente de sus fuerzas, se aparten del camino de la verdad y sigan la senda de los impíos. Entiendan que Dios es guía de la sabiduría y reformador de los sabios[31], y que es imposible que conozcamos a Dios sino por Dios, que por medio del Verbo enseña a los hombres a conocer a Dios[32]. Sólo los soberbios, o más bien los ignorantes, pretenden sujetar a criterio humano los misterios de la fe, que exceden a la capacidad humana, confiando solamente en la razón, que, por condición propia de la humana naturaleza, es débil y enfermiza.

Los gobernantes y la Iglesia

19. Que también los Príncipes, Nuestros muy amados hijos en Cristo, cooperen con su concurso y actividad para que se tornen realidad Nuestros deseos en pro de la Iglesia y del Estado. Piensen que se les ha dado la autoridad no sólo para el gobierno temporal, sino sobre todo para defender la Iglesia; y que todo cuanto por la Iglesia hagan, redundará en beneficio de su poder y de su tranquilidad; lleguen a persuadirse que han de estimar más la religión que su propio imperio, y que su mayor gloria será, digamos con San León, cuando a su propia corona la mano del Señor venga a añadirles la corona de la fe. Han sido constituidos como padres y tutores de los pueblos; y darán a éstos una paz y una tranquilidad tan verdadera y constante como rica en beneficios, si ponen especial cuidado en conservar la religión de aquel Señor, que tiene escrito en la orla de su vestido: Rey de los reyes y Señor de los que dominan.

20. Y para que todo ello se realice próspera y felizmente, elevemos suplicantes nuestros ojos y manos hacia la Santísimo Virgen María, única que destruyó todas las herejías, que es Nuestra mayor confianza, y hasta toda la razón de Nuestra esperanza[33]. Que ella misma con su poderosa intercesión pida el éxito más feliz para Nuestros deseos, consejos y actuación en este peligro tan grave para el pueblo cristiano. Y con humildad supliquemos al Príncipe de los apóstoles Pedro y a su compañero de apostolado Pablo que todos estéis delante de la muralla, a fin de que no se ponga otro fundamento que el que ya se puso. Apoyados en tan dulce esperanza, confiamos que el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús, a todos nos ha de consolar en estas tribulaciones tan grandes que han caído sobre nosotros; y en prenda del auxilio divino a vosotros, Venerables Hermanos, y a las ovejas que os están confiadas, de todo corazón, os damos la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, en Santa María la Mayor, en el día de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, 15 de agosto de 1832, año segundo de Nuestro Pontificado.

[1] Luc. 22, 32.

[2] 1 Cor. 4, 21.

[3] Luc. 22, 53.

[4] Is. 24, 5.

[5] S. Caelest. pp., ep. 21 ad epp. Galliarum.

[6] Ep. ad Imp., ap. Labb. t. 2 p. 235 ed. Mansi.

[7] S. Innocent. pp., ep. 2: ap. Constat.

[8] S. Cypr. De unit. Eccl.

[9] Sess. 25 in definit.: ap. Labb. t. 18 col. 527 ed. Venet.

[10] Ep. 2 ad Nepot. a. 1, 24.

[11] Ex can. ap. 38; ap. Labb. t. 1 p. 38 ed. Mansi.

[12] Sess. 13 dec. de Euchar. in prooem.

[13] Ep. 52 ed. Baluz.

[14] Ep. ad epp. Lucaniae.

[15] Hebr. 13, 4 y Eph. 5, 32.

[16] Eph. 4, 5.

[17] Luc. 11, 23.

[18] Symb. S. Athanas.

[19] S. Hier. ep. 57.

[20] In ps. contra part. Donat.

[21] Ep. 166.

[22] Apoc. 9, 3.

[23] Act. 19.

[24] Act. Conc. Later. V. sess. 10; y Const. Alexand. VI Inter multiplices.

[25] Conc. Trid. sess. 18 y 25.

[26] Enc. Christianae 25 nov. 1766, sobre libros prohibidos.

[27] Rom. 13, 2.

[28] In ps. 124 n. 7.

[29] S. Eucher.: ap. Ruinart, Act. ss. mm., de ss. Maurit. et ss. n. 4.

[30] Apolog. c. 37.

[31] Sap. 7, 15.

[32] S. Irenaeus, 14, 10.

[33] S. Bernardus Serm. de nat. B.M.V. **** 7.

Catecismo Social de la Iglesia 57

23 miércoles Abr 2014

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6 -Luego, ¿hay inconveniente en que sistemáticamente se use del matrimonio en los períodos infecundos?

-«Sistemáticamente», no se puede aprobar. Con Pío XII recordamos: «Una de las exigencias fundamentales del recto orden moral es que al uso de los derechos conyugales corresponde la sincera aceptación interna del oficio y de los deberes de la paternidad» (29-X-1951).

catecismo socialY continúa Pío XII: «La limitación del acto a los días de esterilidad conyugal se refiere, no al derecho mismo, sino sólo al uso del derecho, la validez del matrimonio queda fuera de discusión; sin embargo, la licitud moral de tal conducta de los cónyuges habría que afirmarIa o negarIa según que la intención de observar constantemente aquellos tiempos estuviera basada o no sobre motivos morales suficientes y seguros… Pero si no hay, según un juicio razonable y equitativo, tales graves razones personales o derivadas de las circunstancias exteriores, la voluntad de evitar habitualmente la fecundidad de su unión, mientras se continúa satisfaciendo plenamente su sensualidad, no puede derivarse sino de una falsa apreciación de la vida y de motivos extraños a las rectas normas morales… En nuestro último discurso sobre moral conyugal habíamos afirmado la legitimidad y al mismo tiempo los límites -bien amplios por cierto- de una regulación de la prole que, contrariamente al llamado control de nacimientos, es compatible con la ley de Dios» (29-X-1951).O sea, exactamente lo que Pablo VI enseña, como ya hemos indicado, que para la regulación de la natalidad, con procedimientos morales, deben existir «serios motivos, derivados o de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias externas o de justos motivos» («Humanae vitae», 16).

7 -En resumen, ¿cuáles son los límites de la paternidad responsable?

-Así los define Pablo VI: «En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales, la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido. La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada por la Iglesia » («Humanaevitae», 10).

8 -Es público que ha habido eclesiásticos que no están conformes con la «Humanae vitae» y aconsejan normas contrarias a la misma.

-Esta no es ninguna razón. Cualquier obispo o sacerdote que discrepe de la enseñanza pontificia, falta. Ningún teólogo, ninguna jerarquía, deben discrepar del Papa. A los sacerdotes Pablo VI decía: «Queridos hijos sacerdotes, que sois por vocación los consejeros y los directores espirituales de las personas y de las familias, a vosotros queremos dirigirnos ahora con toda confianza. Vuestra primera incumbencia -en especial la de aquellos que enseñan la teología moral- es exponer sin ambigüedades la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio. Sed los primeros en dar ejemplo de obediencia leal, interna y exactamente, al Magisterio de la Iglesia en el ejercicio de vuestro ministerio» (31-VI-68).

9 -Se ha repetido que la «Humanae vitae» no es una encíclica de doctrina infalible.

-Es doctrina católica. Un moralista como G. Mausbach, en su «Teología Morale», nos dice: «A un católico no le es nunca lícito sostener un juicio subjetivo de la conciencia en contra de una norma obligatoria de la Iglesia, es decir, en contra de la verdad moral que ella promulga por encargo del mismo Dios» (pág. 212). Y el Vaticano II enseña: «Los obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; y los fieles, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con un religioso asentimiento interno. Este asentimiento de la voluntad y de

la inteligencia se ha de prestar con especial motivo al Magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de forma que se reconozca con respeto su magisterio supremo y sean admitidas sinceramente las doctrinas por él expresadas, según su manifiesta mente y voluntad, que se deduce principalmente del carácter de los documentos, o de la frecuente proposición de la misma doctrina, o del modo mismo de expresarse («Constitución dogmática sobre la Iglesia», 25). Luego, la «Humanae Vitae», encíclica solemne del Papa, que responde a toda la tradición de la doctrina bíblica y católica, y expresión del pensamiento magisterial después de largos estudios, consultas, documentación, tiene tal autoridad que, discutirla, no lo puede hacer ningún católico legítimamente.

Imitación de Cristo 63

23 miércoles Abr 2014

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Capítulo 26

De la excelencia del espíritu libre, la cual se alcanza mejor
con la oración humilde que con la lectura

El Alma.- 1. Señor, obra es de varón perfecto no aflojar nunca el ánimo en el deseo de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado, no a la manera de un estúpido, sino con la prerrogativa de un alma libre que no pone desordenado afecto en criatura alguna.

jesucristo2. Ruégote piadosísimo Dios mío, que me guardes de los cuidados de esta vida, para que no me inquiete demasiado, para que no me deje llevar del deleite, de las muchas necesidades del cuerpo y de todos los impedimentos del alma, para que no sucumba enervado con tantas molestias.
No hablo de las cosas que la vanidad mundana con tanto afecto desea, sino de aquellas miserias que penosamente agravan y detienen el alma de tu siervo con la común maldición de los mortales, para que no pueda entrar en la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.

3. ¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan.
No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia.
Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.
Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y en lugar del amor carnal infúndeme el amor de tu nombre.

4. Porque muy embarazosas son para el espíritu fervoroso la comida, la bebida, el vestido y todas las demás cosas necesarias para sustentar el cuerpo.
Concédeme usar de todo lo necesario templadamente y que no me ocupe en ello con sobrado afecto.
No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza; pero la ley santa prohíbe buscar lo superfluo y lo que más deleita, porque de otro modo la carne se rebelaría contra el espíritu.
Ruégote, Señor, que me rija y enseñe tu mano en estas cosas, para que en nada me exceda.

 

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Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

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"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

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