Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: mayo 2014

Imitación de Cristo 67

30 viernes May 2014

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Capítulo 30

Que se ha de pedir el favor divino,
y de la confianza de recobrar la gracia

Jesucristo.- 1. Hijo, «Yo soy el Señor, que conforta en el día de la tribulación» (Nah 1,7).
Ven a mí, cuando no te hallares bien.
Lo que sobre todo impide la consolación celestial es que muy tarde vuelves a la oración.
Porque antes de orar con atención buscas muchas consolaciones, y te recreas en lo exterior.
De aquí viene que todo te aprovecha poco hasta que conozcas que yo soy el que libro a los que esperan en mí; y fuera de mí no hay auxilio eficaz, consejo provechoso ni remedio durable.
Mas, cobrado ya el aliento después de la tempestad, esfuérzate con la luz de mis misericordias, porque cerca estoy -dice el Señor- para reparar todo lo perdido, no sólo cumplida, sino abundante y colmadamente.SagradoCorazonDeJesus

2. «¿Por ventura hay cosa difícil para mí?» (Jér 32,37) ¿O seré yo como el que dice y no hace?
¿Dónde está tu fe? Ten firmeza y perseverancia.
Sé varón fuerte y magnánimo, y a su tiempo te llegará el consuelo.
Espérame, espera. «Yo vendré y te curaré» (Mt 8,7).
Tentación es lo que te atormenta y vano temor el que te espanta.
¿Qué aprovecha el cuidado de lo que está por venir, sino para tener tristeza sobre tristeza? «Bástale a cada día su trabajo» (Mt 6,34).
Vana cosa es, y sin provecho, entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quizá nunca acaecerá.

3. Pero es propio de la humana flaqueza engañarse con tales imaginaciones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente del enemigo.
Pues él no cuida que sea verdadero o falso aquello con que nos burla o engaña, ni si derribará con el amor de lo presente o con el temor de lo futuro.
«No se turbe, pues, ni tema tu corazón» (Jn 14,27).
Cree en mí y ten confianza en mi misericordia.
Cuando tú piensas que estás lejos de mí, estoy muchas veces más cerca de ti.
Cuando tú piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces está cerca mayor ganancia de merecimiento.
No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria.
No debes juzgar como sientes ahora ni embarazarte ni acongojarte con cualquier contrariedad que te venga, como si no hubiese esperanza de remedio.

4. No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a tiempo alguna tribulación o te prive del consuelo deseado, porque de este modo se llega al reino de los cielos.
Y, sin duda, te conviene más a ti y a los demás siervos míos ser ejercitados en adversidades que si todo os sucediese a vuestro gusto.
Yo penetro los pensamientos secretos, y conviene mucho para tu bien que algunas veces te deje desabrido, para que no te ensoberbezcas en los sucesos prósperos ni quieras complacerte en ti mismo por lo que no eres.
Lo que yo te di te lo puedo quitar y volvértelo cuando me agrade.

5. Cuando te lo diere, mío es; cuando te lo quitare, no tomo cosa tuya, pues «mía es cualquier dádiva buena y todo don perfecto» (Sant 1,17).
Si te enviare pesadumbre o alguna contrariedad, ni te indignes ni desfallezca tu corazón.
Presto puedo levantarte y mudar toda pena en gozo.
Justo soy y muy digno de ser alabado cuando así me porto contigo.

6. Si bien lo entiendes, y lo miras a la luz de la verdad, nunca te debes entristecer ni descaecer tanto por las adversidades, sino antes holgarte más y darme gracias; y tener por único gozo que afligiéndote con dolores, yo te perdono.
«Así como me amó el Padre, yo os amo» (Jn 15,9), dije a mis amados discípulos; los cuales no envié, por cierto, a goces temporales, sino a grandes peleas; no a honras, sino a desprecios; no a ocio, sino a trabajos; no al descanso, sino a recoger grandes frutos de paciencia.
Acuérdate, hijo mío, de estas palabras.

Imitación de Cristo 66

30 viernes May 2014

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Capítulo 29

Cómo debemos rogar a Dios y bendecirle
en el tiempo de la tribulación

El Alma.- 1. Sea tu nombre, Señor, para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y tribulación.
Yo no puedo huirla, mas necesito acudir a ti para que me ayudes y me la conviertas en provecho.
Señor, ahora estoy atribulado y no le va bien a mi corazón, sino que me atormenta mucho esta pasión.
¿Y qué diré ahora, Padre amado? Rodeado estoy de angustias. «¡Sálvame de esta hora!».
«Mas he llegado a este trance para que seas tú glorificado» (Jn 12,27), cuando yo estuviere muy humillado y fuere librado por ti.
«Dígnate, Señor, librarme» (Sal 39,14), porque yo, pobre, ¿qué puedo hacer y adónde iré sin ti?
Dame paciencia, Señor, en este trance.
Ayúdame, Dios mío, y no temeré, por más atribulado que me halle.

2. Y entre estas congojas, ¿qué diré ahora?
«Hágase», Señor, «tu voluntad» (Mt 6,10). Bien he merecido yo ser atribulado y angustiado.
Aún me conviene sufrir, y ¡ojalá sea con paciencia, hasta que pase la tempestad y haya bonanza!
Pues poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta tentación y amansar su furor, porque del todo no sucumba, así como antes lo has hecho muchas veces conmigo, Dios mío, misericordia mía.
Y cuanto más difícil es para mí, tanto más fácil es para ti «esta mudanza de la diestra del Altísimo» (Sal 76,10).

Fe y buena fe necesidad de la Iglesia

30 viernes May 2014

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Hemos insistido en lo importante que es para nuestra vida la verdad cristiana, íntimamente ligada a la presencia del mismo Cristo resucitado en su Iglesia.
Pero algunos piensan: «Después del Concilio, la Iglesia reconoce el valor que tiene ante Dios la conciencia sincera, aunque no profese la verdad revelada; ya no parece urgente ni primordial, como se pensaba antes, la labor misionera; acaso lo mejor sería no inquietar a los hombres con la invitación a la fe». En resumen, ¿no basta la «buena fe» sin necesidad de la «fe»?
¿Cuál es, en realidad, la enseñanza de la Iglesia en este punto?
guerra camposEl Concilio -voy a utilizar lo más posible sus palabras- reafirma la doctrina tradicional de la Iglesia y la formula del modo siguiente:
«La Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su cuerpo que es la Iglesia». «Todos los hombres están obligados a buscar la verdad»; «están llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios. Ahora bien -continúa diciendo el Concilio-, «quienes, ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna». Gracias a Dios, el Espíritu actúa en el interior de los hombres, incluso donde no alcanza la acción exterior de la Iglesia. Y hay hombres que se dejan guiar por el Espíritu; tienen, sin saberlo, valores religiosos. Pero no se puede desorbitar, con optimismo infundado, esta situación. No es satisfactoria. No disminuye la urgencia de la acción misional. Porque no todo es buena fe, a los ojos de Dios, que es quien la juzga. Seguir la conciencia es seguir la voz de Dios, que resuena en ella; no un proceder arbitrario. Dice el Concilio: «Quienes voluntariamente pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa». «Con mucha frecuencia los hombres, engañados por el maligno, se envilecen sirviendo a la criatura más bien que al Creador…; o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema». Además, cualquiera que sea el número de los que se salven por la buena fe, no se trata sólo de no tener culpa. La orfandad de un niño abandonado, aunque sea inculpable, es un estado de desgracia. Aquel que no ha descubierto la manifestación de Dios, vive privado de un gran bien: el de ver y esperar con la luz de la fe. Anda a tientas a través de los enigmas del pecado, el dolor y la muerte; no reconoce a Aquel que es su vida; «no recibe plena y conscientemente la obra salvadora de Dios».

Por eso -escuchemos de nuevo al Concilio-: «La Iglesia, acordándose del mandato del Señor…, procura con gran solicitud fomentar las misiones, para promover la gloria de Dios y la salvación de todos éstos». «La actividad misionera conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad».
Se necesita la luz de la revelación para desvelar en su plenitud la significación de la misma conciencia, como reflejo de Dios y aspiración a Dios. Al apreciar los valores humanos, lo que hace la Iglesia es «referirlos a su fuente divina». Porque la valoración del hombre depende de la dignidad de la persona humana; y ésta sólo tiene sentido si somos algo más que brotes transitorios de una naturaleza en continua mutación: si estamos en comunión con una libertad personal e inmortal, superior a todas las cosas. El hombre -recuerda el Concilio- es para sí mismo un problema y un misterio. Sólo la «manifestación del misterio de Dios ilumina el sentido de la propia existencia, la íntima verdad del hombre mismo».

Así la luz de la conciencia, de la buena fe, remite al Evangelio. Está esperando la presentación de éste, como respuesta a las aspiraciones que el mismo Dios siembra en nuestro corazón. «Cuanto hay allí de bueno y verdadero -entre los hombres que no conocen a Dios- la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio». Ella sabe que tiene por misión manifestar al Dios oculto.
Los que, sin culpa, desconocen a Dios, pueden salvarse con una religiosidad más o menos inconsciente; pero los que conocemos al Señor hemos de comunicarlo para bien de todos. San Pueblo, en Atenas, no se conformó con registrar el hecho de que los atenienses adoraban a un Dios desconocido: se lo dio a conocer, revelándoles su íntima presencia, y la resurrección de Cristo.
La oscuridad de los que caminan a tientas incluye a veces la actitud positiva del que busca y se acerca. La oscuridad de los que se desentienden de buscar es negativa. La inhibición de los creyentes, cuando omiten proponer la luz, sería una regresión, una traición al Evangelio y a nuestros hermanos.
Por tanto, según la doctrina de la Iglesia, la buena fe está necesariamente orientada hacia la fe en Cristo, que nos habla en la Iglesia.

La Iglesia, según la voluntad salvadora del Señor, invita a los no creyentes a que abran su corazón al Evangelio.
No emitimos juicio sobre la culpa interior de nadie, porque «sólo Dios es juez y escrutador del corazón humano», y todos estamos pendientes del juicio de Dios. Cuando nos dirigimos a los no creyentes, nos desnudamos de toda orgullosa seguridad. Nos lo advierte el Concilio: «No olviden todos que serán juzgados con mayor severidad». Es Cristo resucitado el que ha dicho: «Predicad el Evangelio a toda criatura: el que creyere y fuere bautizado, se salvará, mas el que no creyere se condenará». Lo ha dicho para todos: para todos es la vocación, para todos la esperanza, para todos la responsabilidad.

José Guerra Campos, obispo

Civilización moderna sin Dios

30 viernes May 2014

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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El Santo Padre Francisco ha denunciado varias veces la mundanidad: “Sí, el diablo quiere que la Iglesia sea mundana, muy mundana.” Ya Pío IX, en el Syllabus, catálogo de 80 errores condenados por la Iglesia, condena el 80 con estas palabras: “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna”. Los Sumos Pontífices siempre defendieron la verdadera civilización humana y cristiana. Sin la Iglesia no hay verdadera humanidad. Sin Dios vamos a hacia la barbarie.

5La civilización moderna, la modernidad, es la exaltación del hombre sin Dios. Su finalidad no es la vida moral, sino la técnica y la ciencia. Y así, se fabrican vacunas que salvan millones de vidas y, al mismo tiempo, se hacen clínicas para asesinar a niños y niñas inocentes; 45 millones cada año. Eso que llaman civilización moderna es contrario al Evangelio y orden natural querido por Dios. Pío XII, decía: “Es todo el mundo el que hay que rehacer desde sus cimientos: de salvaje en humano, de humano en divino, es decir, según el Corazón de Dios”.

La Iglesia no puede reconciliarse con un mundo salvaje, amoral y ateo. La Iglesia tiene que morir en el empeño de convertir este mundo. La Iglesia tiene enemigos, pero los cristianos no tenemos enemigos. Tenemos hermanos a quienes debemos evangelizar y llevar a la práctica de los siete sacramentos. Ahora nos odian pero una vez convertidos serán los apóstoles de los últimos tiempos. El primer apostolado rezar por ellos.

El mundo moderno es el mundo del liberalismo, del capitalismo salvaje y de los nacionalismos. Volvamos al Magisterio de la Iglesia. Volvamos al Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Volvamos a Maria Reina.

 

P. Manuel Martínez Cano, mCR

El Espíritu Santo

30 viernes May 2014

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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1. JESUCRISTO Y EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad que procede del Padre y del Hijo.

Nuestro Señor Jesucristo dijo a los apóstoles que el Espíritu Santo hablaría por ellos ante los tribunales: “Cuando os lleven para ser entregados, no os preocupéis de lo que habéis de hablar, porque en aquella hora se os dirá lo que habréis de decir, pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11).

Jesús prometió que enviaría el Espíritu Santo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre” (Ju 14, 1516); el Espíritu Santo, “os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26); “el Espíritu de la verdad os guiará en el camino de la verdad integral”.

foto_trinidad_santaPoco antes de subir al Cielo, Jesucristo ordenó a los Apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que esperaran la promesa que les había hecho: “Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra” (Hech 1, 8).

2. EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO

Según la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo no es solamente el Espíritu del Padre: “El Espíritu de vuestro Padre será el que hable en vosotros” (Mt 10, 20), sino también el Espíritu del Hijo: “Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones” (Gal 4, 6).

La Palabra de Dios enseña que el Espíritu Santo es enviado por el Padre: “El Abogado, el Espíritu Santo que el Padre os enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo” (Jn 14, 26); y también es enviado por el Hijo: “Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte de mi Padre” (Jn 15, 26).

La Iglesia ortodoxa griega enseña que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre. Un sínodo de Constantinopla, presidido por Focio en el año 879 rechazó como herético el “Filioque” (y del hijo) de los latinos, que fue introducido en el símbolo nicenoconstantinopolitano en el tercer concilio de Toledo, el año 589.

El segundo concilio ecuménico de Lyón de 1274 declaró: “Confesamos con fiel y devota profesión que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un solo principio; no por dos espiraciones, sino por una sola espiración”.

3. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

Diez días después de la Ascensión del Señor a los Cielos, vino el Espíritu Santo sobre los apóstoles: “Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén judíos que allí residían, hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar a cada uno en su propia lengua.

Estupefactos y admirados decían: “¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues, ¿cómo cada uno de nosotros los oímos en nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses, árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”. Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?” (Hech 2, 113).

4. INHABITACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL ALMA

 Dios está naturalmente presente en toda alma por esencia, presencia y potencia. En el alma en gracia está presente sobrenaturalmente, como huésped de honor, como amigo y santificador del alma. A esta presencia sobrenatural de Dios se le denomina inhabitación del Espíritu Santo en el alma del justo.

Como todo lo que obra Dios fuera de sí mismo, lo obran en común las tres divinas personas, en realidad en el alma del justo inhabita la Santísima Trinidad.

Atribuimos la inhabitación de Dios en el alma al Espíritu Santo porque es un don divino motivado por el amor y el Espíritu Santo es el Espíritu de amor que procede del Padre y del Hijo: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5).

El hombre es templo vivo de Dios: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23).

San Pablo, dirigiéndose a los corintios, les dice: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?… ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que, por tanto, no os pertenecéis? ” (Cor 3, 16 y 6, 19).

¡Con cuánto amor debemos cuidar la pureza de nuestra alma y de nuestro cuerpo, de manera que el Espíritu Santo permanezca siempre con nosotros como en un templo agradable! ¡Con cuánto fervor debemos invocar al Espíritu Santo, y pedirle que nos santifique con sus dones y que nos perfeccione con sus frutos!

5. LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Los dones del Espíritu Santo son perfecciones sobrenaturales que Dios nos concede para obedecer dócilmente sus inspiraciones y facilitarnos el ejercicio de las virtudes cristianas.

Por medio de estos dones sobrenaturales las personas se sitúan en estado de poder seguir con facilidad y alegría los impulsos del Espíritu Santo.jovenes de san jose

Los dones del Espíritu Santo son siete. Cuatro que se refieren a la razón: don de sabiduría, ciencia, entendimiento y consejo; y tres a la voluntad: don de fortaleza, piedad y temor de Dios.

El fundamento bíblico de los dones del Espíritu Santo, se encuentra en el libro de Isaías: “Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago, sobre el que reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé” (Is 11, 13).

6. DONES QUE PERFECCIONAN LA RAZÓN

El don de sabiduría es el don que perfecciona la virtud de la caridad, dándonos gracia para juzgar acerca de Dios y de las cosas divinas por los más elevados principios.

El don de sabiduría es una experiencia del cristiano que saborea las verdades divinas usando los bienes del mundo como peldaños para alcanzar la santidad y no como fines en sí mismos. El joven que deja un partido de fútbol o cualquier otra cosa buena, por asistir a un retiro espiritual o hacer una obra de caridad, ha sido conducido por el don de sabiduría.

El don de ciencia es el que hace perfecta la virtud de la fe dándonos a conocer las cosas creadas en sus relaciones para con Dios.

No se trata, pues, de la ciencia experimental, ni de la filosófica, ni de la teológica, sino de la ciencia de los santos que usaron todo a la mayor gloria de Dios.

El don de entendimiento es el que nos da una penetrante intuición de las verdades reveladas, pero sin aclararnos el misterio.

Nos da una percepción espiritual que nos capacita para entender las verdades de la fe en consonancia con nuestras necesidades. Se distingue del don de ciencia en que éste se limita a las cosas creadas y el don de entendimiento se extiende a todas las verdades reveladas.

El don de consejo hace perfecta la virtud de la prudencia, dándonos a entender rápidamente y con seguridad, por una especie de intuición sobrenatural, lo que conviene hacer, especialmente en los casos difíciles, para mayor gloria de Dios y bien espiritual nuestro.

Sin el don de consejo, el juicio humano es demasiado falible.

7. DONES QUE PERFECCIONAN LA VOLUNTAD

El don de fortaleza perfecciona la virtud de la fortaleza, dando al alma fuerza y energía para hacer o padecer alegre e intrépidamente grandes sufrimientos, a pesar de todas las dificultades, en la vida cotidiana y en los momentos heroicos, como es el caso de los mártires.

El don de piedad hace perfecta la virtud de la religión obrando en nuestro corazón un afecto filial para con Dios, y una tierna devoción a las personas y cosas divinas, de manera que nos impulsa a cumplir con santo deseo nuestros deberes religiosos.

El don de temor inclina nuestra voluntad al respeto filial de Dios; nos aparta del pecado porque es una ofensa a Dios y nos hace esperar en los poderosos auxilios divinos.

No se trata del temor servil que nos da recordar nuestros pecados, ni tampoco del miedo del infierno, sino del temor reverencial y filial que nos mueve a huir de todo lo que pudiera ser ofensa de Dios.

Las virtudes sobrenaturales nos capacitan para los actos normales de la vida cristiana, mientras que los dones del Espíritu Santo nos capacitan para actos extraordinarios y heroicos.

Para fomentar los dones del Espíritu Santo en el alma es necesario que antes hayamos domado las pasiones desordenadas y los vicios, por medio de la práctica de la prudencia, la humildad, la obediencia, la mansedumbre y la castidad.

8. EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

San Mateo, San Marcos, San Lucas y el apóstol San Pablo en su carta a los Hebreos, transmiten las palabras del Señor: «Cualquier pecado o blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. Quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12, 3132).

Estas palabras del Señor se han de estudiar en su contexto, ya que parece contradecirse pues Él mismo dio a los Apóstoles el poder para perdonar todos los pecados. Efectivamente, de lo que aquí trata Jesús es del pecado de endurecimiento y obstinación que por falta de las disposiciones necesarias (arrepentimiento, propósito de la enmienda), no puede perdonarse, como no se perdonan tampoco los pecados del que va a confesarse con la intención de no manifestar al sacerdote uno de sus pecados mortales.

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"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

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