1. EL REDENTOR PROMETIDO
Apenas nuestros primeros padres cometieron el pecado original, Dios se compadeció de ellos y determinó que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, se hiciera hombre para redimir a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
Mientras no llegaba el Redentor prometido, el pecado original se borraba por actos de fe y de esperanza en el futuro Redentor; los pecados personales se perdonaban por actos de perfecta contrición.
La esperanza de la venida del Redentor empieza con el anuncio a Adán y Eva de parte del ángel. Sus hijos Caín y Abel, representan las dos tendencias opuestas ante la Religión que habían de seguir los hombres a través de los siglos. De la descendencia de Set, tercer hijo de nuestros primeros padres, saldría el prometido Redentor.
La multiplicación de la humanidad pecadora, la mezcla de buenos y malos, traerían la perversidad y corrupción de los buenos y la inmoralidad general de las costumbres, de tal manera que Dios castigó a la Humanidad con el diluvio universal. Sólo se libró el justo Noé con toda su familia. Dios bendijo a Noé y a sus hijos Sem, Cam y Jafet, y les mandó lo mismo que a nuestros primeros padres: “Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra” (Gen 9, 1).
Los descendientes de Sem, Cam y Jafet se establecieron en Asia, Africa y Europa, respectivamente. De la descendencia de Sem formó Dios a su Pueblo: Israel.
2. EL PUEBLO ESCOGIDO
Entre los diversos pueblos de la Tierra, Dios escogió uno que llamó especialmente suyo, para que fuera depositario de su Revelación y el genuino representante de la verdadera religión.
Dios eligió a Abraham, descendiente de Sem, como patriarca para fundar el Pueblo escogido: “Yahvé dijo a Abraham…: De ti nacerá una nación grande y te bendeciré” (Gen 12, 2).
La promesa hecha a Abraham, la reitera Dios a los patriarcas Isaac y Jacob, a quien el mismo Dios le cambió el nombre por el de Israel.
Jacob tuvo doce hijos, padres de las doce tribus de Israel, con las que se formaría el Pueblo de Dios. De la tribu de su hijo Judá saldría el Mesías.
Moisés fue el primer jefe del Pueblo escogido. Condujo a su pueblo de la esclavitud de Egipto a la Tierra prometida. Recibió de Dios las Tablas de la Ley y toda la Legislación del Pueblo de Dios en el monte Sinaí.
Josué introdujo al Pueblo escogido en la tierra prometida, en el país de Canaán (Palestina).
A David le prometió Dios la perpetuidad del Reino mesiánico en su propio linaje; sus salmos cantan las glorias del futuro Mesías.
Los Profetas anuncian el tiempo, el lugar y otras circunstancias del advenimiento del Mesías Redentor, precisando sus características esenciales.
La expectación mesiánica era el alma y la vida del Pueblo de Dios, Israel, y esta expectación transcendió a otros pueblos. Por eso, el mundo entero presentía, esperanzado, un salvador.
3. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
“Llegada la plenitud de los tiempos” (Gal 4,41), Dios determina la Encarnación. La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, sin dejar de ser Dios, se hizo niño en las purísimas entrañas de la Virgen María, para redimir a los hombres.
“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María. Y entrando donde estaba Ella, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaba aquel saludo. El ángel le dijo: ”No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
María respondió al ángel: ¿cómo será esto, pues no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre Ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y está ya en el sexto mes aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios. Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel, dejándola, se fue» (Lc 1, 2638).
Nueve meses después, la Virgen dio a luz a Jesús, el Redentor prometido, en un pesebre de Belén.
“Por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 17).
El Redentor prometido es el Hijo de Dios hecho hombre. El Hijo de Dios, siendo Dios eternamente, y, sin dejar de serlo, se hizo hombre en las purísimas entrañas de la Virgen María y nació en Belén.
Jesús es una persona divina, la segunda persona de la Santísima Trinidad.
4. HUMANIDAD DE JESUCRISTO
Jesucristo tiene dos naturalezas: la naturaleza divina porque es Dios y la naturaleza humana porque es hombre.
La naturaleza humana de Jesucristo está constituida por un cuerpo y un alma.
El cuerpo de Jesucristo formado por el Espíritu Santo de las purísimas entrañas de la Virgen Santísima, se distinguió por su perfecta integridad y pureza, por su excelente salud y por su varonil hermosura.
El rostro de Jesús reflejaba las perfecciones de su alma y manifestaba al HombreDios; su mirada, sobre todo, era irresistible.
El alma de Jesús era perfectísima por la armonía de sus cualidades naturales y por los dones sobrenaturales de los que estaba adornada.
El alma de Jesús estaba adornada con la plenitud de la gracia: “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 4). Santidad de Jesucristo “de cuya plenitud todos nosotros recibimos” (Jn 1, 16).
El entendimiento y la voluntad de Jesús animaban una psicología perfecta y espléndida, delicadamente sensible a las necesidades de los demás.
Por su ciencia infusa Jesús conocía interiormente todas las cosas creadas, naturales y sobrenaturales, de las que era Rey y Señor.
Por su ciencia experimental, Jesús adquirió conocimientos progresivos a semejanza de los demás hombres: “Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2, 52).
Por la unión beatífica con el Padre, Jesucristo gozaba en este mundo viendo a Dios Padre y en Dios a todas las cosas. Jesús gozaba cuando hacía milagros.
Lo que mejor sintetiza la hermosura de la naturaleza humana de nuestro divino Redentor es su Sagrado Corazón. El Corazón de Jesús es como el símbolo de su maravillosa vida interior y especialmente de su puro e infinito amor a Dios Padre y a los hombres.
5. LA REDENCIÓN
Nuestro Señor Jesucristo consumó la redención del género humano con su vida, pasión y muerte. Con su vida nos enseñó el camino del Cielo; con su pasión nos animó a sufrir y hacer penitencia por nuestros pecados; y con su muerte en la cruz nos enseña a morir antes que pecar.
La vida mortal de Jesucristo fue digna del segundo Adán, del HombreDios. Su pasión fue la satisfacción exigida por la justicia divina a la cabeza de la humanidad culpable.
La muerte de Nuestro Señor Jesucristo fue un sacrificio inefable en el que nuestro divino Redentor se inmoló a sí mismo en el altar del Calvario y en el ara de la Cruz como víctima ofrecida a su eterno Padre por la salvación de todos los hombres: “Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y víctima a Dios” (Ef 5, 2).
Cristo quiso derramar hasta la última gota de su sangre para manifestarnos su amor y mostrarnos la malicia del pecado.
Jesucristo alcanzó para toda la Humanidad la salvación. Recuperó para nosotros los dones sobrenaturales, la amistad divina y la condición de hijos adoptivos de Dios y herederos del Cielo.
Pero para que los frutos de la Redención se apliquen de hecho a todos los hombres es necesario que los hombres correspondan a Dios con su fe, su amor, su obediencia, el arrepentimiento de sus pecados, la oración y la frecuente recepción de los sacramentos que nos transmiten la vida divina.
“Aunque Jesucristo murió por todos, no todos se aprovechan del beneficio de su muerte” (Concilio de Trento).
6. SUFRIMIENTOS DE JESÚS
Jesús sufrió terriblemente en su naturaleza humana. Transcribimos de los cuatro evangelistas los momentos más importantes de la pasión del Señor.
“Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní… y les dice: ”Mi alma está triste hasta el punto de morir, quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú”… Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra».
“Pilato les contestó: ”¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?»… la multitud gritó “¡Crucifícale!” Pilato les dijo: “Pero ¿qué mal ha hecho?”… “¡Crucifícale!”… “Inocente soy de la sangre de este justo. Allá vosotros”. Y todo el pueblo respondió: “¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado».
“Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús dentro del pretorio y reunieron alrededor de Él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña. Después, doblaban la rodilla delante de Él, y le hacían burla diciendo: ”¡Salve, Rey de los judíos!»; y le escupían y le quitaban la caña para golpearle en la cabeza. Y después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle».
“Tomaron, pues, a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario. Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por Jesús. Él, volviéndose a ellas, dijo: ”Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos… Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué harán?» Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con Él. Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, “Calvario”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero Él después de probarlo, no lo quiso beber».
7. CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
“Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda… se repartieron sus vestidos echando a suertes. Y se quedaron allí para custodiarle. Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de la condena: ”Este es Jesús, el Rey de los judíos». Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a Ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!” Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de Él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios; que se salve ahora, si es que de verdad le quiere, ya que dijo: ”Soy Hijo de Dios».
“Jesús decía: ”Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» Uno de los malhechores le insultaba: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!” Pero el otro le reprendió, diciendo: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa».
8. MUERTE DE JESÚS
“Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: ”¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto es, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la hacercaron a la boca. Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”.
Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Templo se rasgó por medio. Jesús, dando un fuerte grito, dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente, Éste era Hijo de Dios”.
“Como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado porque aquel sábado era muy solemne, los judíos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. Lo atestigua el que lo vio (San Juan) y su testimonio es válido, y él sabe que es verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: ”No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura que dice: “Mirarán al que traspasaron”.