Me sorprende que se sorprendan
Si Santo Domingo, o San Ignacio, o San Juan Bosco, o San Antonio María Claret, tuviesen en sus manos la Televisión, ¿qué programas, qué noticiarios, qué películas verían los televidentes?
¿Podrían sorprenderse los discípulos de Carlos Marx y los discípulos de Rousseau, de que no se proyectarán ideas impías, nihilistas, demoledoras, anticristianas? Es de lógica elemental.
Cuando la Televisión está en manos de los hijos de las tinieblas, de los zorros herodianos, de los marxistas y librepensadores, ¿puede alguien sorprenderse de que toda obscenidad, toda irreligión, toda ideología anticristiana y antihumana tenga lugar? Es de lógica elemental.
Lo sorprendente sería que Fidel Castro, Gorvachov y todos los marxistas contemplaran día tras día las emisiones televisivas de los Santos que les llamaban a abjurar de sus errores y a convertirse. Lo sorprendente es que hoy los que quieren ser católicos hasta el fin, se sienten
en la butaca para llenarse de las doctrinas y de los modos de sus enemigos y de los asesinos de sus hermanos en la fe.
¿Televisión marxista? No, gracias, paso. Lo que sorprende es que se sorprendan y se quejen, los que no piensan según la lógica más elemental.
Recibid a María
En la Cruz entregó nuestro Señor a San Juan, su Santa Madre. El discípulo San Juan somos todos nosotros. Jesús proclama desde la Cruz, la palabra salvadora de lo que es verdad de nuestra fe: María es nuestra Madre, y sin María no hay vida y salvación. Pero quiero fijarme en lo que sigue: “el discípulo la recibió en su casa”. Esa correspondencia al amor de Jesús y a la Maternidad de María fue la felicidad de San Juan porque María se fue con él para siempre.
Hijos de la Virgen lo somos de forma muy especial y muy tierna todos los miembros de nuestra Asociación. Pero tenéis que llevaros a la Virgen a vuestra casa. Llevadla a vuestro corazón y llevarla en todo los pasos del día. “Con María, por María, para María y en María”.
Vamos a llevarnos a María siempre a todo, trabajo y descanso, salir y entrar, entre los pucheros y entre los libros.
“Se la robé a San Juan y me la llevé a mi casa. Cesó todo y quedeme con la azucena en mis manos”.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 86, abril de 1985
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