1. JESUCRISTO Y EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad que procede del Padre y del Hijo.

Nuestro Señor Jesucristo dijo a los apóstoles que el Espíritu Santo hablaría por ellos ante los tribunales: “Cuando os lleven para ser entregados, no os preocupéis de lo que habéis de hablar, porque en aquella hora se os dirá lo que habréis de decir, pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11).

Jesús prometió que enviaría el Espíritu Santo: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre” (Ju 14, 1516); el Espíritu Santo, “os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26); “el Espíritu de la verdad os guiará en el camino de la verdad integral”.

foto_trinidad_santaPoco antes de subir al Cielo, Jesucristo ordenó a los Apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que esperaran la promesa que les había hecho: “Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra” (Hech 1, 8).

2. EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO

Según la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo no es solamente el Espíritu del Padre: “El Espíritu de vuestro Padre será el que hable en vosotros” (Mt 10, 20), sino también el Espíritu del Hijo: “Dios envió el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones” (Gal 4, 6).

La Palabra de Dios enseña que el Espíritu Santo es enviado por el Padre: “El Abogado, el Espíritu Santo que el Padre os enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo” (Jn 14, 26); y también es enviado por el Hijo: “Cuando venga el Abogado, que yo os enviaré de parte de mi Padre” (Jn 15, 26).

La Iglesia ortodoxa griega enseña que el Espíritu Santo procede únicamente del Padre. Un sínodo de Constantinopla, presidido por Focio en el año 879 rechazó como herético el “Filioque” (y del hijo) de los latinos, que fue introducido en el símbolo nicenoconstantinopolitano en el tercer concilio de Toledo, el año 589.

El segundo concilio ecuménico de Lyón de 1274 declaró: “Confesamos con fiel y devota profesión que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un solo principio; no por dos espiraciones, sino por una sola espiración”.

3. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

Diez días después de la Ascensión del Señor a los Cielos, vino el Espíritu Santo sobre los apóstoles: “Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén judíos que allí residían, hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar a cada uno en su propia lengua.

Estupefactos y admirados decían: “¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues, ¿cómo cada uno de nosotros los oímos en nuestra lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses, árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”. Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?” (Hech 2, 113).

4. INHABITACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL ALMA

 Dios está naturalmente presente en toda alma por esencia, presencia y potencia. En el alma en gracia está presente sobrenaturalmente, como huésped de honor, como amigo y santificador del alma. A esta presencia sobrenatural de Dios se le denomina inhabitación del Espíritu Santo en el alma del justo.

Como todo lo que obra Dios fuera de sí mismo, lo obran en común las tres divinas personas, en realidad en el alma del justo inhabita la Santísima Trinidad.

Atribuimos la inhabitación de Dios en el alma al Espíritu Santo porque es un don divino motivado por el amor y el Espíritu Santo es el Espíritu de amor que procede del Padre y del Hijo: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5).

El hombre es templo vivo de Dios: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23).

San Pablo, dirigiéndose a los corintios, les dice: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?… ¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que, por tanto, no os pertenecéis? ” (Cor 3, 16 y 6, 19).

¡Con cuánto amor debemos cuidar la pureza de nuestra alma y de nuestro cuerpo, de manera que el Espíritu Santo permanezca siempre con nosotros como en un templo agradable! ¡Con cuánto fervor debemos invocar al Espíritu Santo, y pedirle que nos santifique con sus dones y que nos perfeccione con sus frutos!

5. LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Los dones del Espíritu Santo son perfecciones sobrenaturales que Dios nos concede para obedecer dócilmente sus inspiraciones y facilitarnos el ejercicio de las virtudes cristianas.

Por medio de estos dones sobrenaturales las personas se sitúan en estado de poder seguir con facilidad y alegría los impulsos del Espíritu Santo.jovenes de san jose

Los dones del Espíritu Santo son siete. Cuatro que se refieren a la razón: don de sabiduría, ciencia, entendimiento y consejo; y tres a la voluntad: don de fortaleza, piedad y temor de Dios.

El fundamento bíblico de los dones del Espíritu Santo, se encuentra en el libro de Isaías: “Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago, sobre el que reposará el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé” (Is 11, 13).

6. DONES QUE PERFECCIONAN LA RAZÓN

El don de sabiduría es el don que perfecciona la virtud de la caridad, dándonos gracia para juzgar acerca de Dios y de las cosas divinas por los más elevados principios.

El don de sabiduría es una experiencia del cristiano que saborea las verdades divinas usando los bienes del mundo como peldaños para alcanzar la santidad y no como fines en sí mismos. El joven que deja un partido de fútbol o cualquier otra cosa buena, por asistir a un retiro espiritual o hacer una obra de caridad, ha sido conducido por el don de sabiduría.

El don de ciencia es el que hace perfecta la virtud de la fe dándonos a conocer las cosas creadas en sus relaciones para con Dios.

No se trata, pues, de la ciencia experimental, ni de la filosófica, ni de la teológica, sino de la ciencia de los santos que usaron todo a la mayor gloria de Dios.

El don de entendimiento es el que nos da una penetrante intuición de las verdades reveladas, pero sin aclararnos el misterio.

Nos da una percepción espiritual que nos capacita para entender las verdades de la fe en consonancia con nuestras necesidades. Se distingue del don de ciencia en que éste se limita a las cosas creadas y el don de entendimiento se extiende a todas las verdades reveladas.

El don de consejo hace perfecta la virtud de la prudencia, dándonos a entender rápidamente y con seguridad, por una especie de intuición sobrenatural, lo que conviene hacer, especialmente en los casos difíciles, para mayor gloria de Dios y bien espiritual nuestro.

Sin el don de consejo, el juicio humano es demasiado falible.

7. DONES QUE PERFECCIONAN LA VOLUNTAD

El don de fortaleza perfecciona la virtud de la fortaleza, dando al alma fuerza y energía para hacer o padecer alegre e intrépidamente grandes sufrimientos, a pesar de todas las dificultades, en la vida cotidiana y en los momentos heroicos, como es el caso de los mártires.

El don de piedad hace perfecta la virtud de la religión obrando en nuestro corazón un afecto filial para con Dios, y una tierna devoción a las personas y cosas divinas, de manera que nos impulsa a cumplir con santo deseo nuestros deberes religiosos.

El don de temor inclina nuestra voluntad al respeto filial de Dios; nos aparta del pecado porque es una ofensa a Dios y nos hace esperar en los poderosos auxilios divinos.

No se trata del temor servil que nos da recordar nuestros pecados, ni tampoco del miedo del infierno, sino del temor reverencial y filial que nos mueve a huir de todo lo que pudiera ser ofensa de Dios.

Las virtudes sobrenaturales nos capacitan para los actos normales de la vida cristiana, mientras que los dones del Espíritu Santo nos capacitan para actos extraordinarios y heroicos.

Para fomentar los dones del Espíritu Santo en el alma es necesario que antes hayamos domado las pasiones desordenadas y los vicios, por medio de la práctica de la prudencia, la humildad, la obediencia, la mansedumbre y la castidad.

8. EL PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

San Mateo, San Marcos, San Lucas y el apóstol San Pablo en su carta a los Hebreos, transmiten las palabras del Señor: «Cualquier pecado o blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. Quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12, 3132).

Estas palabras del Señor se han de estudiar en su contexto, ya que parece contradecirse pues Él mismo dio a los Apóstoles el poder para perdonar todos los pecados. Efectivamente, de lo que aquí trata Jesús es del pecado de endurecimiento y obstinación que por falta de las disposiciones necesarias (arrepentimiento, propósito de la enmienda), no puede perdonarse, como no se perdonan tampoco los pecados del que va a confesarse con la intención de no manifestar al sacerdote uno de sus pecados mortales.