1. A JESÚS POR MARÍA
Los papas y los santos de todos los tiempos han enseñado que para conocer y amar a Jesús hay que conocer y amar a la Virgen Santísima.
“Si queremos ser cristianos debemos ser marianos y reconocer la relación esencial que une a la Virgen con Jesús, que nos abre el camino que conduce a Él” (Pablo VI).
Juan Pablo II ha dicho recientemente que esa relación esencial consiste en que Jesús es carne y sangre de María: “Desde el hecho de la Encarnación, Cristo y María están indisolublemente unidos y desde ese mismo instante, María mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz”.
“El camino para llegar a Cristo es acercarse a María” (San Buenaventura). “Quien no tiene a María por Madre, no puede tener a Dios por Padre” (San Luis Mª Grignión de Monfort). “Nadie tiene tanto poder como María para unir los hombres a Cristo” (San Pío X).
“Amar a María es amar a Jesús” (Madre Teresa de Calcuta).
El P. William Fáber, convertido del anglicanismo al catolicismo, ha confesado: “No supe lo que es el amor a Jesucristo hasta que un día puse mi corazón a los pies de María”.
Juan Pablo II afirmó rotundamente: “¡Cómo quisiera, queridos amigos, que tuvierais devoción espontánea y frecuente a María, la mujer bendita entre todas las mujeres, la mujer glorificada al lado del Señor Jesús, la Madre que Dios nos da!”.
El Papa ha dicho también que el misterio de María, presentado en el misterio de Cristo, es el camino para profundizar en el conocimiento del misterio de la Iglesia.
2. CONCEPCI ÓN INMACULADA DE MARÍA
La Virgen María fue colmada de dones extraordinarios para que cumpliera fielmente la misión altísima a la que Dios la había llamado. Cuatro de estos dones han sido definidos dogmas de fe: La concepción Inmaculada, la Maternidad divina, la Virginidad perpetua y la Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
La Virgen María fue concebida sin mancha de pecado original.
La doctrina de la Concepción Inmaculada de María está implícitamente contenida en la Sagrada Escritura. “Pondré enemistad perpetua entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar”. (Gen 3, 15).
En el momento de la Anunciación el ángel Gabriel saluda a la Virgen como “llena de gracia” (Lc 1, 28). A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María “llena de gracia” por Dios había sido redimida desde su concepción.
Este dogma de nuestra fe lo proclamó solemnemente Su Santidad Pío IX el 8 de diciembre de 1854: “La Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano” (Bula Ineffabilis).
La Virgen Santísima fue redimida por la gracia de Cristo de manera más perfecta que el resto de las personas. Éstas fueron liberadas del pecado original heredado de Adán y Eva y la Virgen fue preservada antes de heredar el pecado original.
Por un privilegio especial de la gracia, la Virgen María también estuvo inmune de todo pecado personal durante toda su vida.
3. ESPAÑA Y LA INMACULADA
En su visita a España, Juan Pablo II, dijo que España es tierra de María Santísima.
Teólogos y obispos españoles defendieron docta y valientemente que la Virgen era Inmaculada en los concilios de Basilea y Trento (1439).
Los reyes Juan I de Aragón y Alfonso V levantaron templos a la Inmaculada y celebraron su fiesta “como si fuera domingo”. Los Reyes Católicos consagraron a la Inmaculada la mezquita mayor granadina. Carlos V firmó en Toledo los estatutos de la primera Cofradía de la Inmaculada y Felipe II grabó la Inmaculada en su escudo.
En el rey Carlos III recayó la gloria de conseguir para España y los territorios de ultramar el patronazgo de la Inmaculada en 1760, un siglo antes de la definición del dogma.
Cuando Pío IX quiso levantar un monumento en Roma que perpetuase el extraordinario acontecimiento de la definición del dogma de la Inmaculada, dispuso que radicara en la plaza de España.
El 8 de septiembre de 1857 el Papa bendijo el monumento desde el balcón de nuestra Embajada. Pío IX dijo “España ha sido el instrumento de la Providencia divina para allanar el camino de la definición del misterio… tengo la mayor complacencia de venir a la Embajada de Su Majestad Católica por haber sido siempre España la nación más devota de la Virgen y la que más fervoroso culto ha tributado a la Inmaculada Concepción”.
Desde entonces, todos los años, el día 8 de diciembre, se dan cita, en una hermosa ofrenda floral a la Inmaculada, la Iglesia y España.
4. MARÍA, MADRE DE DIOS
El profeta Isaías vaticinó la maternidad divina de María: “He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Dios con nosotros)” (Is 7, 14).
El arcángel San Gabriel dijo a la Virgen: “Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo… y su reino no tendrá fin. El Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 31-35).
María es reconocida en los evangelios como “la madre de Jesús” (Jn 2, 1). Isabel la proclama “La madre de mi Señor” (Lc 1, 43), antes del nacimiento de Jesús.
La Iglesia ha enseñado siempre que María es Madre de Dios. El símbolo apostólico dice que el Hijo de Dios “nació de María Virgen”.
El concilio ecuménico de Éfeso (431) definió solemnemente que: “no nació primeramente un hombre vulgar de la Santa Virgen, y luego descendió sobre él el Verbo, sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne… De esta manera los Santos Padres no tuvieron inconveniente en llamar Madre de Dios a la Santa Virgen”.
“Si alguno no reconociere a María como Madre de Dios, es que se halla separado de Dios” (San Gregorio Nacianceno).
El dogma de la maternidad divina de María comprende dos verdades fundamentales:
a) María es verdadera madre de Dios, porque ha contribuido a la formación de la naturaleza humana de Cristo con todo lo que aportan las otras madres a la formación de sus hijos, frutos de sus entrañas.
b) María es verdadera Madre de Dios porque concibió y dio a luz a la Segunda persona de la Santísima Trinidad.
De este extraordinario privilegio de la maternidad divina de María, Santo Tomás deduce“ cierta dignidad infinita” en la Virgen, por su relación íntima con la Santísima Trinidad.
5. VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA
Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María por el poder del Espíritu Santo. Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina: “Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo” (Lc 1, 34). “El ángel Gabriel fue enviado por Dios… a una Virgen… y el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 26). “Estando desposada María, su madre, con José, antes de que conviviesen, se halló haber concebido María del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).
La Iglesia ha declarado dogma de fe que María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto.
El concilio de Letrán del año 649, presidido por el Papa Martín I, recalcó los tres momentos de la virginidad de María cuando enseñó que: “la santa y siempre Virgen María… concibió sin semilla y por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente… incorruptiblemente le engendró, permaneciendo Ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble”.
El dogma de la Virginidad de María afirma la integridad corporal de María no sólo en la concepción, sino también en el acto de dar a luz a Jesús. Así como un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo, de la misma manera el Sol de Justicia, Cristo Nuestro Señor, salió del seno de María guardando su integridad virginal.
La Sagrada Escritura revela implícitamente la virginidad perpetua de María en el relato de la crucifixión cuando Jesús encomienda su Madre a la protección de San Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). Porque si María hubiese tenido otros hijos, Jesús no hubiera entregado a su Madre a Juan.
Los “hermanos de Jesús”, de los que habla el Evangelio sólo son parientes de Jesús. Nunca se les llama “hijos de María”. Veamos un ejemplo. El evangelista San Mateo narra un hecho extraordinario de la vida de Jesús y las gentes, asombradas, comentan: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su Madre no se llama María y sus hermanos Santiago y José?” (Mt 13, 55). Pues bien, el mismo evangelista dice: “Había allí mirándole desde lejos muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle, entre ellas María Magdalena y María la madre de Santiago y José” (Mt 27, 55-56).
Los “hermanos de Jesús”, pues, no son hijos de la Virgen sino de una mujer llamada María, discípula de Jesús.
6. LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN SANTÍSIMA
La teología católica se basa en la plenitud de gracia testimoniada en San Lucas 1, 28 para probar la asunción corporal y glorificación de María.
En la mujer vestida del sol (Apoc 12, 1) ve la teología escolástica la representación de la Madre de Dios glorificada.
El primer escritor eclesiástico que habla de la asunción corporal de la Virgen María es Gregorio de Tours (594).
Se conservan sermones antiguos en honor del tránsito de María. La Iglesia celebra la fiesta del tránsito de María en Oriente desde el siglo VI y en Roma desde fin del siglo VII.
Su Santidad Pío XII proclamó el 1 de noviembre de 1950, por la constitución “Munificentissimus Deus”, como verdad revelada por Dios que “la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, después de terminar el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
El concilio Vaticano II enseña que: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, fue asunta en alma y cuerpo a la gloria celestial, y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del pecado y de la muerte” (Const. dogn, cap VIII, 59).
Es creencia común entre los teólogos que la Virgen María sufrió muerte temporal, no como castigo del pecado, porque ella carecía del pecado original y de todo pecado personal, sino porque la Virgen, sometiéndose a la ley universal de la muerte, quiso semejarse en todo a su divino Hijo, pero no se tienen noticias de dónde murió.
San Epifanio, que investigó sobre el final de la vida de María, se vio forzado a confesar: “Nadie conoce su deceso”.
7. LA VIRGEN MARÍA, ESPERANZA DEL MUNDO
Juan XXIII, el primer Papa que leyó la tercera parte del secreto de Fátima, dijo: “En dar a conocer y cumplir el mensaje de Fátima está la esperanza del mundo”.
El mensaje de la Virgen de Fátima en síntesis es el siguiente: “Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace, prometo la salvación; estas almas serán predilectas de Dios, como flores colocadas por Mí en su trono”.
“Rezad el Rosario todos los días para alcan-zar la paz para el mundo y el fin de la guerra”.
“Sacrificaos por los pecadores y decid mu-chas veces, en especial siempre que hiciereis algún sacrificio: Oh Jesús, es por Vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.
“Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues van muchas almas al infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”.
“Es preciso que se enmienden, que pidan perdón de sus pecados. No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido”.
“Cuando viereis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atendieren a mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas; por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
El cardenal Garrone ha reconocido que María es la única esperanza del mundo: “No hay duda que el gran esfuerzo de misión y conversión que este tiempo reclama, será un esfuerzo mariano o no será nada, o resultará inútil”.
“Si la devoción a Nuestra Señora ha sido siempre esencial para la fe cristiana, hoy día es más indispensable y urgente que en pocos tiempos de la historia de la Iglesia” (Cardenal Ratzinger).
8. LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA
El gran apóstol de la devoción mariana de los últimos tiempos, San Luis María Grignión de Montfort, enseña que la verdadera devoción a la Virgen María ha de ser interior, tierna, santa, constante y desinteresada.
Devoción interna, que nace del alma, del corazón, manifestada en el profundo amor que le tenemos y en la estima de sus sublimes grandezas y privilegios.
Devoción tierna, llena de confianza como la de un niño con su buena madre, que acude a ella en todas sus necesidades de alma y cuerpo con toda la sencillez, ternura y confianza del mundo. María es el recurso continuo del cristiano que acude a Ella, sabiendo que siempre le atenderá con delicadeza y ternura.
Devoción santa que lleva al cristiano a evitar el pecado y a imitar las virtudes de María, especialmente su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración castísima, su mortificación en todas las cosas, su pureza divina, su caridad ardiente, su heroica paciencia, su dulzura angelical y su sabiduría divina.
Devoción constante, que afirma al cristiano en el bien y en la perseverancia de las prácticas de devoción, que se opone a las costumbres y máximas del mundo, a las pasiones desordenadas de la carne y a las tentaciones del demonio; una persona verdaderamente devota de la Virgen no es melancólica, escrupulosa ni cobarde.
Devoción desinteresada que inspira al cristiano que no se busque a sí mismo, sino sólo a Dios en su Madre Santísima. El cristiano ama a María no por los favores que recibe de Ella, sino por ser la Virgen digna de ser amada; por eso la ama y le sirve tan fielmente en los disgustos y sequedades como en las dulzuras y fervores sensibles; lo mismo sobre el Calvario, como en las bodas de Caná.