1. DIVERSAS IMÁGENES DE LA IGLESIA
El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento presentan la Iglesia mediante diversas imágenes: La Iglesia es el único redil, cuya única y obligada puerta es Cristo; grey de la que el mismo Dios se profetizó Pastor (Is. 4011; Ez. 34, 1155); Cristo es el Buen Pastor y Príncipe de los pastores (Jn. 10, 11;2º Pedro 5, 4).
La imagen más perfecta de la Iglesia en el Nuevo Testamento es la de Cuerpo de Cristo: “del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles en Cristo» (1 Cor. 12, 12).
La unidad del cuerpo no elimina la diversidad de los miembros: “En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia” (LG 7).
2. CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
El Hijo de Dios, encarnándose en las purísimas entrañas de la Virgen Santísima, se hizo cabeza de la humanidad pecadora, para redimirnos del pecado y salvarnos; sólo así podía el hombre unirse sobrenaturalmente a Cristo por medio de la gracia (Jn 15, 46).
Nuestro Señor Jesucristo manifestó muchas veces el plan que tenía de incorporarnos a Él sobrenaturalmente como miembros con su Cabeza: “Permaneced en mí, como yo en vosotros… Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15, 45); “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56).
Jesús pide al Padre por sus discípulos, diciendo: “Que seamos uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mi, para que sean perfectamente uno” (Jn 17, 2223).
A Pablo, enemigo acérrimo de los cristianos, Jesús le dice: “¿Por qué me persigues?”, considerándose Él mismo perseguido en los miembros de su Cuerpo Místico.
Convertido al Cristianismo, San Pablo explicará y desarrollará magistralmente esta misteriosa realidad del Cuerpo Místico de Cristo: “¿No sabéis que nuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Cor. 6, 15); “Nosotros, aunque muchos, formamos un solo cuerpo” (1 Cor. 10, 17); “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno es parte, según la disposición de Dios en la Iglesia” (1º Cor. 2728); “Todo fue creado por Él y para Él. Él es antes que todo y todo subsiste en Él. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia” (Col. 1, 1518).
3. EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO ES LA IGLESIA CATÓLICA
Pío XII, en su magistral encíclica “Corporis Christi mystici”, dice: “Para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo, que es la Iglesia Santa, Católica, Apostólica, Romana, nada más excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama el Cuerpo Místico de Cristo, expresión que dimana y como brota de lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres frecuentemente se enseña”.
La doctrina del Cuerpo Místico de Cristo podemos resumirla en estos principios:
1º Todos los cristianos, unidos entre sí, somos miembros de un mismo cuerpo.
2º La Cabeza de este cuerpo es Cristo. Por tanto, todos los cristianos somos también miembros de Cristo, y como tales podemos llamarnos con toda verdad complemento de Cristo, como el miembro, en verdad, es complemento de la cabeza en el cuerpo humano.
3º Cristo es el modelo de perfección al que tiende este cuerpo en su actividad sobrenatural.
4. LA VIDA DE CRISTO EN SU CUERPO MÍSTICO
Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: “La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real” (LG 7).
Esta unión se da particularmente en el caso del Bautismo, por el cual nos unimos a la muerte y a la resurrección de Cristo (cf Rm 6, 45; 1Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, “compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con Él y entre nosotros” (LG 7).
La unión con Cristo produce la caridad entre los fieles: “Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él” (LG 7).
La unión con Cristo anula todas las divisiones humanas: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 2728).
5. EL ESPÍRITU SANTO, ALMA DEL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
El Cuerpo Místico de Cristo es un cuerpo esencialmente dinámico, vivo, su principio de unidad y vitalidad es el Espíritu Santo: “Baste para confirmar esto, que siendo Cristo la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma. Lo que es en nuestro cuerpo el alma, eso es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia” (Divinum illud, 1, nº 13, León XIII).
El Concilio Vaticano II, recogiendo la doctrina tradicional de la Iglesia, dice: “Y para que nos renováramos incesantemente en Él (cf. Ef. 4, 23) nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve que su oficio puede ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano” (Constitución dogmática sobre la Iglesia, nº 7).
6. LA VIRGEN MARÍA, MADRE DEL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
En la encíclica Mystyci Corporis Pío XII dice que: “La que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fue hecha espiritualmente, por un nuevo título de dolor y de gloria (junto a la Cruz de Jesús), Madre de todos los miembros… Ella es Madre Santísima de todos los miembros de Cristo”.
“La Virgen María es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (San Agustín).
7. LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS
Con la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo está íntimamente relacionado el dogma de “la Comunión de los Santos” que profesamos en el Credo. Es uno de los dogmas más hermosos y consoladores, profundamente enraizado en la Sagrada Escritura y la Tradición Divina.
“Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros… Es, pues, necesario creer que existe una comunión de bienes en la Iglesia” (Santo Tomás de Aquino).
La Comunión de los Santos es la comunicación de bienes espirituales, tesoro de la Iglesia, que se da entre los fieles de la tierra, del purgatorio y del cielo por la íntima unión de caridad y solidaridad con que todos están unidos entre sí con Cristo.
El tesoro espiritual de la Iglesia es el conjunto de bienes espirituales, que son: los méritos y frutos infinitos del Señor, los méritos de la Santísima Virgen y de los Santos que son incalculables, el valor y fruto del sacrificio de la Santa Misa y las buenas obras de los fieles: oraciones, sacrificios, sacramentos, apostolado, indulgencias, etc…
Así como la savia se comunica a todas y a cada una de las partes del árbol y la sangre a todas las partes del cuerpo, del mismo modo los fieles de la Iglesia militante se comunican unos a otros los bienes espirituales por la oración, el sacrificio, el buen ejemplo, las obras de caridad.
Los fieles de la Iglesia militante se comunican con los de la Iglesia purgante con la oración y los sufragios y con la Iglesia triunfante por la oración, el culto y la imitación de las virtudes de los bienaventurados.
8. APÓSTOLES DE CRISTO
Todo el Cuerpo Místico de Cristo es esencialmente apostólico. Toda la Iglesia es apostólica, en cuanto que fue enviada por Cristo a predicar el Evangelio al mundo entero, todos los católicos deben ser apóstoles: “La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado”.
Se llama apostolado “a toda actividad del cuerpo místico” que tiende a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra”. “La fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo” (Catecismo Romano, nº 863).
“Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: que la salvación de muchos depende de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo dirigidas a este objeto y de la colaboración de los pastores y fieles(…) con lo que vienen a ser cooperadores de nuestro divino Salvador” (Pío XII).