Obispo de LÉRIDA.
«Esta Catedral, hace veinte años, más en concreto la víspera de San Miguel de 1955, cobijó en su ámbito la figura ya histórica de Francisco Franco. Personalmente venía entonces a hacer la ofrenda de su reconstrucción, costeada principalmente por el Estado que capitaneaba…».
…«El mensaje póstumo, cuya lectura emocionado por el Presidente del Gobierno ayer escuchamos, nos recordaba el alto ideal que se había propuesto alcanzar el Jefe del Estado, cuya consecución nos urgía, y para el cual indudablemente había trabajado sin descanso. No nos engañaba. A la hora en que lo dictaba o escribía, a las puertas de la muerte, la mentira no puede admitirse en quien, profesándose profundamente cristiano, sabe que se ha de encontrar ante la Verdad eterna. (…). Humillante sería pensar que el Jefe del Estado no había implorado más de una vez perdón, cuando también con fe suplicaba la luz del Altísimo para cumplir debidamente su misión de gobernante. La espontaneidad con que lo pide en su mensaje es la mejor declaración de la actitud de su espíritu en este punto. (…). Siempre resulta difícil hacer balance de las obras de cualquier persona (…). Dejemos que la perspectiva de la historia permita ponderar en su más justo valor la acción de quien, con indudable entrega y personal amor, ha dedicado su persona al servicio de la Patria, como lo exigía el juramento a que se había comprometido».
(Homilía: Bol. Of. del Obispado, 1 diciembre 1975 págs. 314-17.)
Arzobispo de MADRID.
«En esta hora nos sentimos todos acongojados ante la desaparición de esta figura auténticamente histórica. Nos sentimos, sobre todo, doloridos ante la muerte de alguien a quien sinceramente queríamos y admirábamos (…). Las buenas obras son nuestro equipaje, el único que tiene valor en esta hora. Como decía San Juan de la Cruz «a la caída de la tarde seremos examinados de amor».
«Y este amor de Francisco Franco es el que sí puedo elogiar yo en esta hora. Cada hombre tiene distintas maneras de amar. La del gobernante es la entrega total, incansable, llena a veces de errores inevitables, incomprendida casi siempre, al servicio de la comunidad nacional. El Concilio Vaticano II no dudó en proclamar la nobleza de este oficio de servir a la Patria desde el difícil puesto de la política (…).
«Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diría incluso, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento espiritual y material de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida. Este servicio a la patria es también una virtud religiosa (…).
Quien tanto y tanto luchó hasta extinguirse por nuestra Patria presentará hoy en las manos de Dios este esfuerzo que habrá sido su manera de amar, con limitaciones humanas, como las de todos, pero esforzada y generosa siempre. Yo estoy seguro de que Dios perdonará sus fallos, premiará sus aciertos y reconocerá su esfuerzo. Nosotros, con nuestra oración de hoy, le acompañaremos para que ese perdón y ese reconocimiento sean completos. Él ha muerto uniendo los nombres de Dios y de España, como acabamos de oír en el último Mensaje. Gozoso porque moría en el seno de la Iglesia de la que siempre ha sido hijo fiel» (…).
(Homilía, corpore praesente, en El Pardo: Bol. Of. de la Archidiócesis, 1 y 15 diciembre 1975, págs. 801-2.)