Las alegrías pascuales
Jesucristo resucitó para ya no morir jamás. Esa verdad es el fundamento de nuestra fe, y de nuestra vida cristiana. Si Cristo no hubiera resucitado, aún viviríamos en el pecado, y nuestra fe sería vana.
También esa verdad es la fuente de nuestro gozo, porque Jesucristo, ahora y por siempre, es infinitamente feliz y se goza infinitamente en hacer felices a los suyos.
Jesucristo resucitado me ama, ahora, como ama a los apóstoles, que ya gozan de su presencia. Esta verdad me aturde, que Dios ponga su amor en mí. Y una verdad no menos consoladora corresponde a esta primera: Dios se deja amar por mí. Dios pone el primer mandamiento y el resumen de todos ellos, precisamente en eso: Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas. Indefinible poder de nuestro corazón: yo puedo, debo; es el gozo más inacabable, el amor a mi Dios, y ser amado por El.
Pero es que además, Jesucristo resucitado, desde el cielo, me está preparando la morada para que en ella, pueda amarle eternamente, ligando para siempre mi felicidad a la suya. Allí siempre estaremos con el Señor Jesús.
Por eso quiere el Señor que confíe en su amor. Su amor es firme, es verdadero, no cambia.
Correspondiendo a su amor, quiere que por encima de todo confíe yo en El; que yo me entregue del todo a Él y que le diga a cada instante: «Corazón de Jesús, en Vos confío; y como sé que me amáis, haced de mi lo que queráis».
El meditar en la realidad de la vida actual de Cristo resucitado, vivo así, en el cielo y en el Santísimo Sacramento, inmensamente feliz e inmensamente deseoso de hacernos felices y consolarnos, ha de ser el alimento del verdadero gozo pascual. Cristiano, siempre alegre; alegre en la verdad de Cristo resucitado que venció a la muerte, mi muerte, y al pecado, mi pecado. ¡Pronto estaré ya con El!
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 96, abril de 1986
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