Obispado de SAN SEBASTIÁN.

«Los asistentes no quedaron satisfechos con la homilía pro­nunciada (por Mons. José María Setién), porque en ella no se había hecho alusión a la vida y obra del Jefe del Estado. Por ello, se levantaron agrias voces de protesta contra don José Ma­ría Setién, incluso soeces insultos. Este incidente duró unos ocho minutos. Y para calmarlo, hubo de subir el Sr. Gobernador a los micrófonos del presbiterio, donde con voz firme pidió que se respetase el templo de Dios y la persona de la Jerarquía, alu­diendo al testamento 180px-Retrato_Oficial_de_Francisco_Francoespiritual del Caudillo y rogando a los asis­tentes una oración en silencio «por lo que no hemos oído». Re­cobrada una calma nerviosa, se hizo la oración de los fieles en la que el canónigo don José Arámburu pidió expresamente por el alma del Jefe del Estado, Francisco Franco, Caudillo de Espa­ña (…). Fuera del recinto sagrado, terminado el funeral, se can­tó por el gentío congregado en el atrio el himno de la Falange. Y, a continuación, un grupo bien nutrido de personas se acerca­ron al domicilio del Sr. Obispo en actitud amenazante… En el domicilio del Sr. Obispo, protegido por fuerzas de la Policía, des­pués de encaramarse al balcón del piso primero, se izó a media asta la bandera nacional, disolviéndose la gente después de un buen espacio de tiempo. Estas manifestaciones contra el señor Obispo Auxiliar han venido repitiéndose por espacio de varios días. Se recitaba el Padre nuestro, se cantaba el himno «Cara al sol», se daban gritos patrióticos y se proferían insultos contra Mons. Setién».

(Información del Bol. Of. del Obispado, sección «Iglesia Diocesana», núm. de diciembre de 1975, pág. 618.)

 

El 27 de noviembre, en la Acción de gracias, solemne por la proclamación del nuevo Rey, el Obispo Don Jacinto Argaya dijo:

«Permitidme una confidencia…: No pude estar presente aquí el día del funeral por el alma de S.E. el Caudillo. Fuimos testigos de la ejemplaridad de su vida familiar, de la devoción en sus prácticas religiosas y de tantos otros rasgos que le acreditaban como cristiano conse­cuente. Ese cristiano que tan manifiesto ha quedado en sus no­bles palabras póstumas de testimonio de fe, de perdón a los enemigos, de preocupación por la patria temporal que dejaba.

No se quebró después la línea que aquí se había iniciado. Sin entrar a enjuiciar su actuación política, nadie regateará elo­gios para la plena entrega a las tareas de gobierno, para la ri­gurosidad y seriedad impuesta en todas sus funciones, para el ejemplo de su vida privada, para la estabilidad lograda en un país que durante siglo y medio venía siendo atormentado por tremendos vaivenes políticos. No es posible eludir una alusión a sus últimos días. Incorporado a Cristo por el bautismo, por una fe intensamente vivida, por un amor a la Eucaristía paten­temente manifestado, le tocó hacer culminar esta incorporación con otra de tipo más personal y humano, si cabe hablar así: la del sufrimiento. Su muerte no fue la trágica de un atentado, de un accidente, sino, como la de Cristo, la culminación de un lar­go período de tremendos sufrimientos de toda índole. Parecía, ya el final, que no había lugar en su cuerpo para una nueva llaga o un nuevo sufrimiento. Acá en la tierra le tocó purificarse antes de pasar la frontera de la muerte. Y esos méritos obteni­dos en su vida y en su larga agonía le habrán acompañado aho­ra ante el Tribunal del Cielo. (…) El Jefe del Estado recién fallecido puedo estar ya, a estas horas, en condición de interceder por nosotros, pero puede también necesitar de nuestros sufragios.

Carecería de sentido, por otra parte, rendir un homenaje a la memoria de Franco y desconocer y olvidar sus últimos deseos que fueron los de su vida entera: «Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria». Marchando hacia la patria eterna, Francisco Franco nos ha precedido con la señal de la fe y duerme el sueño de la paz…»