- RELIGIÓN Y SACRIFICIO
No ha habido en la historia de la Humanidad un pueblo sin religión, ni religión sin sacrificio ofrecido a Dios.
El hombre siente el deber de reconocer el supremo dominio del Creador, de darle gracias, aplacarlo y tenerle propicio y pedirle beneficios. Todo esto lo expresa ofreciendo a Dios alguna cosa que es inmolada o destruida en reconocimiento del supremo dominio de Dios sobre el hombre, y como señal de la ofrenda interior de su adoración.
En los primeros momentos de la Humanidad, vemos a Caín y Abel ofreciendo a Dios los frutos de la tierra y de lo mejor de sus ganados.
Abraham, Melquisedec y todos los Patriarcas ofrecieron a Dios sacrificios.
En la ley de Moisés se describen detalladamente las diversas clases de sacrificios que el pueblo de Israel ofrecía al Señor.
El supremo sacrificio ofrecido a Dios es la Santa Misa.
- EL SACRIFICIO DE LA MISA EN LA SAGRADA ESCRITURA
El profeta Malaquías profetió el sacrificio de la Santa Misa con estas palabras: “Desde el orto del sol hasta su ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura” (Mal 1, 11).
El sacrificio que profetiza Malaquías no puede referirse al sacrificio de Cristo en la Cruz, porque éste se ofreció en un solo lugar (en el Calvario) y no en todas partes como dice el profeta.
El sacrificio profetizado por Malaquías tiene su cumplimiento en el Sacrificio de la Misa, que es ofrecido en todo lugar y es puro en cuanto a la hostia ofrecida y al sacerdote principal que ofrece el sacrificio, que es Cristo.
En la Última Cena, Cristo designó su cuerpo como cuerpo de sacrificio y su Sangre como sangre de sacrificio: “Esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros”, “ésta es mi sangre, que es derramada por vosotros”. Términos bíblicos que expresan un verdadero y propio sacrificio.
Las especies de pan y vino separadas representan simbólicamente la separación real del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que tuvo lugar en el sacrificio de la Cruz.
«Me atrevo a afirmar que Dios, con ser omnipotente, no puede darnos nada de más valor que la Santa Misa; con
ser sapientísimo no pudo inventar nada más excelente, y con ser riquísimo, ningún obsequio mejor pudo hacernos» (San Agustín).
- EL SACRIFICIO DE LA NUEVA ALIANZA
San Irineo de Lyón decía que la carne y la sangre de Cristo en la Eucaristía son “el nuevo sacrificio de la Nueva Alianza”.
La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece a Dios por ministerio del sacerdote en memoria y renovación del sacrificio de la Cruz.
El sacrificio del Altar no es una simple conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino que es un sacrificio propio y verdadero, por el que Cristo, Sumo Sacerdote de la Nueva Ley, mediante su inmolación incruenta, renueva sacramentalmente lo que hizo en la cruz, ofreciéndose al Padre como víctima infinitamente agradable a la majestad divina.
El sacrificio eucarístico y el sacramento de la Eucaristía se realizan por medio de la misma consagración. La Eucaristía es sacramento en cuanto Cristo se nos da en ella como alimento del alma, y es sacrificio en cuanto en ella Cristo se ofrece a Dios Padre como Hostia.
El sacramento de la Eucaristía tiene como fin la santificación del hombre, y el sacrificio eucarístico la glorificación de Dios. La Eucaristía como sacramento es una realidad permanente y como sacrificio es una acción transitoria.
“Todas las obras buenas reunidas no equivalen al Sacrificio de la Misa, porque ellas son las obras de los hombres y la Santa Misa es la obra de Dios” (San Juan Mª Vianney).
- EL SACRIFICIO DE LA CRUZ Y DEL ALTAR
En el sacrificio de la Santa Misa se actualiza y conmemora el sacrificio de la Cruz.
El concilio de Trento enseña que Cristo dejó en su Iglesia un sacrificio visible: “en el cual se representase aquel sacrificio cruento que había que realizar una vez en la Cruz, se conservase su memoria hasta el fin de los siglos y se nos aplicase su virtud salvadora para la remisión de los pecados que cometemos a menudo”.
El sacrificio de la Cruz y el sacrificio del Altar son uno e idéntico sacrificio, sin más diferencia que el modo de ofrecerse: cruento en la cruz, incruento en el altar.
En el sacrificio de la Santa Misa y en el de la Cruz son idénticos la hostia y el sacerdote principal (Cristo).
El sacrificio de la Cruz y el de la Santa Misa es el mismo porque es una misma oblación, un mismo ofrecimiento de Cristo en la Cruz, sacramentalmente renovado en la Santa Misa.
“La Santa Misa, que renueva la inmolación del Salvador y nos aplica personalmente todo el mérito del sacrificio de la cruz, es el acto más excelso, más santo, más meritorio para el hombre y más glorioso para Dios” (San Pedro Julián).
- FINES DE LA SANTA MISA
La Santa Misa se celebra para adorar a Dios, para reparar nuestros pecados y los de la humanidad, para pedirle dones y para darle gracias por los beneficios que nos ha concedido.
Con la Santa Misa adoramos a Dios Padre. Por la mística inmolación de Jesucristo, se ofrece a Dios un sacrificio de valor infinito en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y de nuestra humilde servidumbre hacia El, que es lo propio de la adoración.
La Santa Misa es sacrificio de reparación por los pecados porque, como renovación que es del mismo sacrificio redentor de Cristo, tiene toda su virtud infinita y toda su eficacia reparadora.
Ningún sufragio aprovecha tan eficazmente a las almas del purgatorio como la aplicación del Santo Sacrificio de la Misa.
La Santa Misa tiene un inmenso valor impetratorio para obtener de Dios todas cuantas gracias necesitamos; porque, además de ser la oración de la Iglesia, se añade la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo que se inmola místicamente por nosotros y está realmente presente “siempre vivo para interceder por nosotros” (Hebr 7, 25).
La Santa Misa es sacrificio de acción de gracias, porque es el mismo Cristo quien se inmola por nosotros y ofrece a su Eterno Padre un sacrificio de acción de gracias que iguala, e incluso supera, a los grandes beneficios que de Él hemos recibido.
Nuestra deuda de gratitud para con Dios Padre quedaría eternamente insatisfecha sin la Santa Misa.
“Más honra a Dios una sola Misa que todas las demás obras de los ángeles y de los hombres por fervorosas que sean” (San Claudio de la Colombiere).
- FRUTOS DE LA SANTA MISA
Los fieles que participan en la Santa Misa reciben frutos espirituales en proporción a su fervor, atención y devoción.
Del fruto general de la Santa Misa se beneficia toda la Iglesia, tanto los fieles de la Iglesia militante como las almas del purgatorio.
Del fruto especial de la Santa Misa se beneficia la persona o personas por quienes el sacerdote aplica la Santa Misa. Puede aplicarse por los fieles vivos, por los difuntos o en acción de gracias.
Del fruto especialísimo se beneficia el sacerdote celebrante, quien lo recibe de una manera infalible (si no pone impedimentos), aunque celebre la Misa por otros.
“El que oye devotamente la Santa Misa y está exento de pecado mortal merece más que si fuese en peregrinación por todo el mundo y diese todos sus bienes a los pobres” (San Bernardo).
- ESTRUCTURA DE LA SANTA MISA
La Santa Misa se celebra conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística.
Liturgia de la Palabra: lecturas bíblicas, homilía y oración universal.
Liturgia eucarística: ofertorio, consagración y Comunión.
La liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística constituyen juntas un solo acto de culto a Dios.
La acción sacrificial esencial de la Santa Misa se realiza en la Consagración. Para que tenga lugar el sacrificio eucarístico es necesario que se efectúe la doble consagración del pan y del vino como hizo Jesús en la Última Cena.
“Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración separa con un tajo incruento el cuerpo y la sangre del Señor, usando de su voz como espada” (San Gregorio Nacianceno).
La Ordenación General del Misal Romano prescribe los gestos y posturas corporales de los fieles durante la Santa Misa:
De pie: desde el principio de la Misa hasta el final de la oración colecta, en el canto del Aleluya, en el Evangelio, en el Credo y en la Oración de los fieles.
Sentados: en las lecturas que preceden al Evangelio, en la homilía, en la preparación de los dones del Ofertorio.
De rodillas: en la Consagración.
Al celebrar la Santa Misa, los sacerdotes deben vestir los ornamentos sagrados prescritos por las rúbricas.
«El muy santo, sagrado y muy soberano sacrificio y sacramento de la Misa es el centro de la religión cristiana, el corazón de la devoción, el misterio inefable que comprende el abismo de la caridad divina y por él, Dios aplicándose realmente a nosotros, nos comunica sus gracias y favores» (San Francisco de Sales).
- PARA PARTICIPAR BIEN EN LA SANTA MISA
“Para oír bien la Santa Misa, meditad las circunstancias de la Pasión del Salvador, que se renuevan en ella de un modo admirable. Considerad el templo como el lugar más santo y respetable del mundo, como un nuevo Calvario. El altar es de piedra y encierra huesos de mártires. Las velas que arden y se consumen simbolizan la fe, la esperanza y la caridad. Los manteles que cubren el altar representan los lienzos que envolvieron el cuerpo de Cristo; el crucifijo nos lo muestra muriendo por nosotros.
Ved en el sacerdote a Jesucristo revestido de todas las vestiduras de su pasión. El amito representa el retazo de tela con que los verdugos velaron la faz del Salvador. El alba, la vestidura blanca que por burla le puso el impúdico Herodes. El cíngulo, las sogas con que los judíos ataron a Jesús en el huerto de los olivos para conducirle a los tribunales. La estola, las sogas con que tiraban al llevar Jesús la cruz por las calles de Jerusalén. La casulla, el manto de púrpura que en el pretorio se le echó sobre los hombros o la cruz con que se le cargó. En una palabra, el sacerdote revestido de los ornamentos sacerdotales nos aparece como el mismo Jesucristo yendo al suplicio del Calvario.
Pero las vestiduras de la pasión también nos enseña las disposiciones con que hemos de asistir al santo sacrificio. La modestia y el recogimiento son significados por el amito, que se coloca primero sobre la cabeza y después sobre la espalda; la pureza, por la blanca alba y el cíngulo; por la estola, la inocencia; y el amor de la cruz y del yugo del Señor, por la casulla.
El mejor medio de asistir a la Santa Misa es unirnos con la augusta víctima. Haced lo que ella, ofreceos como ella, con la misma atención que ella, y vuestra ofrenda será ennoblecida y purificada, siendo digna de que Dios la mire con complacencia si va unida a la ofrenda de Jesucristo.
Caminad al Calvario en pos de Jesucristo, meditando las circunstancias de su pasión y muerte. Pero, por encima de todo, uníos al sacrificio, comiendo junto al sacerdote vuestra parte de la víctima. Así, la Misa logra toda su eficacia y corresponde plenamente a los designios de Jesucristo.
¡Ah!, si las almas del purgatorio pudieran volver a este mundo, ¡qué no harían por asistir a una sola Misa! Si pudierais vosotros mismos comprender su excelencia, sus ventajas y sus frutos, ni un solo día querríais pasar sin participar en ella». (San Pedro Julián).
“Si el hombre conociera bien este misterio moriría de amor” (San Juan Mª Vianney).
