Capítulo 40
Que no tiene el hombre de sí bien alguno
ni cosa de qué alabarse
El Alma.- 1. Señor, «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?» (Sal 8,5).
¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia?
Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿O cómo justamente podré contender contigo si no hicieres lo que pido?
Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo estoy falto y camino siempre a la nada.
Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.
- «Mas tú, Señor, eres siempre el mismo» (Sal 101,27), y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces cada día.
Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora porque tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que no se mude más mi semblante, sino que a ti solo se convierta y en ti descanse mi corazón. - Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea para alcanzar devoción, ya por la necesidad que tengo de buscarte, pues no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia y alegrarme con el don de la nueva consolación.
- Gracias sean dadas a ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien.
Porque delante de ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco.
¿De dónde, pues, me puedo gloriar o por qué deseo ser estimado?
¿Por ventura de la nada? Pero esto es vanísimo.
Verdaderamente, la vanagloria es una mala pestilencia y grandísima vanidad, porque nos aparta de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial.
Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a ti; cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas. - La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en ti y no en sí; gozarse en tu nombre y no en la propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por ti.
Sea alabado tu nombre, no el mío; engrandecidas sean tus obras, no las mías; bendito sea tu santo nombre, y no me sea atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres.
«Tú eres mi gloria» (Sal 3,3); tú, la alegría de mi corazón.
En ti me gloriaré y gozaré todos los días; «mas de mi parte no hay de qué, sino de mis flaquezas» (2Cor 12,5).
Busquen los judíos la gloria que se dan unos a otros; yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios (Jn 5,44; 8,50).
Porque toda la gloria humana, toda la honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria, es vanidad y necedad.
¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada; a ti solo sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!