1. EL SACERDOCIO DE LA ANTIGUA ALIANZA

El Pueblo Elegido fue constituido por Dios como “un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19, 6). Dios eligió una de las doce tribus de Israel, la de Leví, para el servicio litúrgico (Nm 1, 4853).

 Los sacerdotes de la Antigua Alianza fueron establecidos “para intervenir en favor de los hombres ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5, 1).Sacerdocio PriesthoodEl sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar la santificación definitiva (Hb 5, 3), que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo.

La liturgia de la Iglesia ve en los ritos de consagración de los sacerdotes de la Antigua Alianza prefiguraciones del sacerdocio de la Nueva Alianza. (Catecismo de la Iglesia Católica).

«Los sacerdotes somos relicarios de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales hombres conviene santidad. Esto, padre, es ser sacerdote: que amanse a Dios cuando estuviere ¡ay! enojado con su pueblo; que tenga experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con Él; que tengan virtudes mas que hombres celestiales o ángeles terrenales y aún si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos» (San Juan de Avila).

  1. EL ÚNICO SACERDOCIO DE CRISTO

 Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, “único mediador entre Dios y los hombres” (Tim 2, 5).

 Jesús, después de consagrar el pan y el vino en la última cena, dijo: “Haced esto en memoria mía”. Con sus palabras el Señor da a los apóstoles el poder de consagrar e instituye el sacramento del Orden.

 El único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial de los cristianos, elegidos por Dios mediante el sacramento del Orden, sin que con ello se quebrante el único sacerdocio de Cristo: “Sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos” (Santo Tomás de Aquino).

 El presbítero posee en verdad el ministerio del único sacerdote, Cristo Jesús. El sacerdote actúa “in persona Christi capitis”. (Catecismo de la Iglesia Católica).

 El sacerdote es el guardián de la ley de Cristo y su poder para reprimir el vicio es mayor que el de todos los agentes de orden público. 

  1. IN PERSONA CHRISTI

 El sacerdote, en virtud del sacramento del Orden actúa “in persona Christi Capitis”. El sacerdote es “otro Cristo”: “Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la Antigua Ley era figura de Él, y el sacerdote actúa en representación suya” (Santo Tomás de Aquino).

 La presencia de Cristo en el presbítero no debe entenderse como si el sacerdote estuviere exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores; es decir, del pecado.

 No todos los actos del ministro de Cristo son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en la administración de los sacramentos ni siquiera los pecados del sacerdote pueden impedir el fruto de la gracia, existen otros muchos actos en que la condición humana del sacerdote no siempre está impregnada por la fidelidad apostólica a la Iglesia.

 Todos los fieles de la Iglesia están obligados a orar por sus sacerdotes.

 «La muerte es la muerte. Yo estaba envenenado, asfixiado. El sacerdote pronunció una frase: “Yo te absuelvo…” Y, de repente, la vida, la luz entró de lleno en mi alma, la liberación bautismal, volver a nacer, la resurrección de la carne» (Paul Claudel).

  1. GRADOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

 El Orden sacerdotal es el sacramento por el cual algunos cristianos son elevados a la dignidad de ministros de Cristo.

 La Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, de Pío XII, dice que episcopado, presbiterado y diaconado son tres grados del sacramento del Orden.

 Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden (Concilio Vaticano II).

 Los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (Concilio Vaticano II).

 En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos que reciben la imposición de manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio (Vaticano II).

 El diaconado, el presbiterado y el episcopado son grados sacramentales del Orden. No son tres sacramentos distintos, sino que los tres constituyen un único sacramento, el del Orden sacerdotal.

 El poder sacerdotal encuentra toda su plenitud en el episcopado, alcanza un grado menor en el presbiterado y el grado inferior de participación del poder sacerdotal se verifica en el diaconado.

  1. EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

 El sacramento del Orden produce tres efectos: la gracia santificante, el carácter sacramental y la potestad espiritual.

 El sacramento del Orden confiere gracia santificante a todo el que lo recibe válidamente. La gracia del Orden tiene por fin y función propia capacitar al ordenando para el digno ejercicio de su ministerio y para llevar una vida conforme a su nueva condición.

 El Sacramento del Orden imprime un carácter o señal indeleble que asemeja al ordenando con Cristo y lo distingue de los seglares, capacitándole para ejercer los poderes jerárquicos.

El sacramento del Orden confiere al que lo recibe una potestad espiritual permanente. Esta potestad se centra principalmente en torno a la Eucaristía. El diácono recibe el poder de ayudar inmediatamente al obispo y al sacerdote en la celebración de la Santa Misa y el de repartir la sagrada comunión. El presbítero recibe principalmente el poder de consagrar y absolver; y el obispo el poder de ordenar sacerdotes y confirmar.

 «El oficio propio del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que es el sacerdote el que da al pueblo las cosas divinas» (Santo Tomás de Aquino).

  1. ELEMENTO MATERIAL Y FÓRMULA RITUAL DEL ORDEN

 El elemento material del diaconado, presbiterado y episcopado es únicamente la imposición de manos (Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, Pío XII).

 La imposición de las manos se debe hacer por contacto físico de éstas con la cabeza del ordenando, aunque basta el contacto moral obtenido extendiendo las manos sobre los ordenandos.

 La Sagrada Escritura (Hech 6, 6; 1Tim 4, 4; 5, 22; 2Tim 1, 6) y la Tradición divina sólo conocen la imposición de manos como elemento material del sacramento del Orden.

 La fórmula ritual del diaconado, presbiterado y episcopado consiste únicamente en las palabras que declaran la significación de la imposición de las manos (Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, Pío XII).

 «¿De qué aprovechan los métodos, de qué aprovechan los caminos cuando los hombres no tienen ánimo ni fuerzas para seguirlos? Lo que necesito son sacerdotes pacientes llenos de amor a Dios y a las almas, dispuestos al sacrificio hasta la inmolación de sí mismos. Santos sacerdotes es lo que necesita nuestro tiempo» (Papa San Pío X).

  1. MINISTRO Y SUJETO DEL ORDEN

 El ministro ordinario de todos los grados del sacramento del Orden es el obispo.

En la Sagrada Escritura aparecen como ministros del Orden sólo los Apóstoles (Hech 6, 6; 14, 22; 2Tim 1, 6) o los discípulos de los Apóstoles consagrados por éstos como obispos (1Tim 15, 22; Tit 1, 25).

 La Tradición divina sólo conoce a los obispos como ministros de las ordenaciones.santa misaEl sujeto del sacramento del Orden es solamente el varón bautizado. El derecho divino prescribe que sólo los varones están capacitados para recibir el sacramento del Orden.

Según el testimonio de la Sagrada Escritura (1Cor 14, 34; 1Tim 2, 11) y conforme a la práctica constante en la Iglesia, los poderes jerárquicos solamente se conferían a los hombres.

Para recibir lícitamente el sacramento del Orden se requiere que el candidato reúna las condiciones canónicas exigidas por la Iglesia: La divina vocación, el estado de gracia, haber recibido la Confirmación, recta intención, costumbres conformes con el sacramento que va a recibirse, edad canónica, ciencia suficiente y no tener irregularidad ni impedimento alguno canónicos.

«Si encontrara en mi camino a un ángel y a un sacerdote, saludaría primero al sacerdote por la potestad que ha recibido de Dios» (San Francisco de Asís).

  1. UNA EXTRAORDINARIA AVENTURA

Juan Pablo II, exhortando a los jóvenes a vivir intrépidamente su fe, les decía: «Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza.

Recordemos algunas cosas juntos.

En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba. La de Pedro y la de Andrés, su hermano: “Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron” (Mt 4, 20). La del publicano Leví: “Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió” (Lc 5, 28). La de los Apóstoles: “Señor, ¿a quién iríamos? Tu tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). La de Saulo: ¿Qué he de hacer, Señor?» (Hech 22, 10).

Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días, un grandísimo número de hombres y mujeres han dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?

Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar bien la vida, poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de entre vosotros a esta extraordinaria aventura.

Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor y de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio, es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres de hoy con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga.

Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros podéis dar, está dirigida personalmente a Cristo, que os llama a estas grandes cosas.

Encontraréis dificultades. ¿Creéis quizá que yo no las conozco? Os digo que el amor vence cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra de amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y hace posible vuestra respuesta.

Tened confianza en “Aquel que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos” (Ef 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida con alegría, sin miedo, a Él, que antes dio la suya por vosotros».

«Dejad a un pueblo sin curas y pronto las gentes adorarán a las bestias» (San Juan Mª Vianney).