1. EL MATRIMONIO EN EL PLAN DE DIOS

El Matrimonio es el sacramento que santifica la unión de un solo hombre con una sola mujer para siempre.

El esposo y la esposa reciben la gracia necesaria para cumplir fielmente sus deberes de esposos y padres y para educar a sus hijos en las virtudes cristianas.

La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 2627). Hombre y mujer los creó. Y fueron creados el uno para el otro: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 1825).matrimonio

Dios que es Amor (1Jn 4, 816), bendice el amor del hombre y la mujer en el Matrimonio. Este amor es bueno a los ojos del creador (Gn 1, 31). Y está destinado a ser fecundo: “Y los bendijo Dios y les dijo: ”Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla» (Gn 1, 28).

 

La íntima comunidad de vida y amor de los esposos, fundada por el creador con leyes divinas propias, establece un vínculo sagrado que no depende de las leyes humanas, porque el Matrimonio no es una institución puramente humana, sino divina pues el autor del Matrimonio es Dios.

2. EL MATRIMONIO EN EL SEÑOR

La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná (Jn 2, 111). Ve en ella una confirmación de la bondad del Matrimonio y el anuncio de que en adelante el Matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.

En su predicación, Jesús enseñó claramente el sentido original de la unión del hombre y la mujer. Tal como el creador la quiso al comienzo: una mujer con un hombre para siempre.

Jesús afirmó que la autorización dada a Moisés de que el hombre pudiera repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (Mt 19, 8). Porque la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble, como Dios mismo la estableció: “Lo que Dios unió que no lo separe el hombre” (Mt 19, 6).

Jesús viene para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado. El Señor da la fuerza y la gracia del sacramento para vivir el Matrimonio santamente.

Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí las cruces, los esposos podrán comprender el sentido del Matrimonio cristiano y vivirlo santamente con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.

El sacramento del Matrimonio produce por sí mismo el aumento de gracia santificante, ordenada especialmente al fin de este sacramento que es santificar a los esposos y darles las fuerzas sobrenaturales necesarias para cumplir con los deberes de su estado.

Junto con la gracia santificante se les concede a los contrayentes las gracias actuales para cumplir convenientemente los fines del Matrimonio.

3. FINES DEL MATRIMONIO

Los fines del Matrimonio son la procreación y educación de los hijos, la ayuda mutua y la satisfacción moralmente ordenada de la concupiscencia de la carne.

“Por su índole natural, la propia institución del Matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole, con los que se ciñen con su corona propia” (Gaudium et spes 48, Vaticano II).

“El marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19, 6) se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y lo logran cada vez más plenamente por la íntima unión de sus personas y actividades” (Gaudium et spes 48).

“Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente” (Gaudium et spes 49).

4. PROPIEDADES DEL MATRIMONIO

Las propiedades del Matrimonio son la unidad: un sólo hombre con una sola mujer; y la indisolubilidad: un sólo hombre y una sola mujer para siempre.

Dios instituyó el Matrimonio como una unión monógama: un sólo hombre con una sola mujer (Gen 1, 2728). La humanidad se apartó pronto de aquel primitivo ideal. Cristo volvió a restaurar el Matrimonio en toda su pureza: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19, 6).

Todo Matrimonio, incluso el de dos personas no bautizadas, es indisoluble. No se puede disolver por decisión de uno, ni aun de los dos contrayentes, ni por ley civil ninguna. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 36).

Después de la muerte de uno de los contrayentes le es lícito al que ha quedado viudo contraer nuevo Matrimonio (Rom 7, 12; 1Tim 5, 14).

Cuando la Sede Apostólica declara nulo un Matrimonio no disuelve el vínculo matrimonial, no divorcia. Declara que ese Matrimonio es nulo, porque en realidad no ha habido tal Matrimonio por falta de consentimiento matrimonial u otra causa que hace inválido el Matrimonio.

En casos difíciles y graves de convivencia, la Iglesia concede, como excepción, la llamada “separación en cuanto al lecho y la mesa”, para que los cónyuges reflexionen y se decidan a quitar los impedimentos de su mala convivencia. Esto no es disolver el vínculo conyugal (divorciar), sino ofrecer a los esposos la oportunidad de rehacer su Matrimonio. La Iglesia exhorta siempre a restablecer la vida conyugal.

5. ELEMENTO MATERIAL Y FÓRMULA RITUAL DEL MATRIMONIO

El elemento material remoto del sacramento del Matrimonio son los cuerpos de los contrayentes, en cuanto aptos para la generación de los hijos.

El elemento material próxima es la mutua entrega de los cuerpos manifestada por las palabras en la celebración litúrgica del Matrimonio.

La fórmula ritual es la mutua aceptación de los cuerpos que se dan los contrayentes manifestada por las palabras en la celebración litúrgica del Matrimonio.

“El legítimo contrato es, a la vez, la materia y la forma del sacramento del Matrimonio, a saber: la mutua y legítima entrega de los cuerpos con las palabras y signos que expresan el sentido interior del ánimo, constituye la materia, y la mutua y legítima aceptación de los cuerpos constituye la forma” (Benedicto XIV).

6. MINISTRO Y SUJETO DEL MATRIMONIO

Los ministros del sacramento del Matrimonio son los mismos contrayentes (los novios). Cada uno de ellos administra el sacramento al otro, al aceptar su ofrecimiento.

El sacerdote que, como representante de la Iglesia, santifica el consentimiento mutuo de los contrayentes y bendice el Matrimonio, es sólo testigo del contrato matrimonial.

Sujeto del Matrimonio es toda persona bautizada que no tenga impedimentos que hagan inválido el Matrimonio.

Algunos impedimentos para contraer Matrimonio son: edad inferior a los 16 años en los varones y 14 cumplidos en las mujeres; el parentesco de consanguinidad hasta cierto punto; la incapacidad física para la necesaria unión conyugal.

Para la recepción lícita y fructuosa del sacramento del Matrimonio se requiere que los contrayentes estén en gracia de Dios y observen las leyes y ceremonias determinadas por la Iglesia.

Los bautizados que contraen Matrimonio en pecado mortal cometen un sacrilegio y no reciben la gracia sacramental. Quedan válidamente casados si tenían verdadera intención de contraer Matrimonio.

“Los católicos aún no confirmados deben recibir el sacramento de la Confirmación antes de ser admitidos al Matrimonio; se recomienda encarecidamente que los contrayentes acudan a los sacramentos de la Penitencia y de la Sagrada Eucaristía” (Canon 1065).

7. LA POTESTAD DE LA IGLESIA SOBRE EL MATRIMONIO

La Iglesia posee derecho propio y exclusivo para legislar y juzgar en todas las cuestiones relativas al Matrimonio de los bautizados.

El Matrimonio cristiano es uno de los siete sacramentos de la Nueva Alianza y su administración corresponde únicamente a la Iglesia.

Los comienzos de una legislación eclesiástica sobre el Matrimonio los tenemos en el apóstol San Pablo (1Cor 7). Desde entonces la Iglesia ha promulgado leyes sobre el Matrimonio en sínodos y concilios.

Los Emperadores cristianos reclamaron para sí el derecho a legislar sobre el Matrimonio, pero tenían en cuenta la mente de la Iglesia.

En la alta Edad Media se fue imponiendo poco a poco la exclusiva competencia de la Iglesia en la legislación y jurisdicción matrimonial.

El Estado moderno se ha arrogado para sí el derecho a legislar sobre el Matrimonio, pero esto es un abuso de poder, porque el Matrimonio no es una institución civil sino una institución divina.

El llamado “Matrimonio civil” no tiene valor alguno para los católicos, que están vinculados a la ley de la Iglesia. Para los no católicos, el Matrimonio contraído ante la autoridad civil es válido, y tiene las mismas propiedades esenciales de unidad e indisolubiidad que el Matrimonio cristiano.

8. NOVIAZGO

El Matrimonio es un sacramento, es cosa de Dios, algo sagrado, algo grande. Y las cosas grandes no se hacen en un día, necesitan tiempo, preparación, etapas.

La vida conyugal es una cosa muy grande y muy hermosa, pero hay que llegar a ella por sus pasos, sin quemar etapas, bien preparados. Esta preparación comienza ya desde la adolescencia, cuando el chico y la chica empiezan a descubrir un nuevo mundo físico y espiritual.

La evolución psicológica normal exige que chicos y chicas se traten entre sí, pero sin prisas. Este trato, al principio, debe tenerse en grupos de varios compañeros por un motivo cultural, benéfico, deportivo, folklórico, etc. Más tarde, quizá un chico y una chica empiecen a salir juntos. Salir juntos no es el noviazgo, pero puede ser el comienzo.

Los que empiezan a salir juntos deben estar convencidos de que ya no se trata de una diversión o de un juego, sino de algo muy serio. El salir juntos por diversión, por “pasar el rato” o por otros motivos menos dignos (flirteos o amoríos) es un juego peligroso que, además de graves consecuencias morales, puede también tener graves consecuencias psicológicas.

Los daños del enamoramiento prematuro suelen ser graves. Hay que saber esperar, como dijo Gigiola Cinquetti en la canción que ganó en el Festival de Eurovisión: “No tengo edad/ No tengo edad para amarte/ Y no está bien que salgamos solos los dos/ Tal vez querrás/ Tal vez querrás esperarme que sea mayor y pueda darte mi amor”.

El noviazgo es cosa seria. El noviazgo no es una diversión, ni un placer, sino una escuela preparatoria para el Matrimonio, que es una de las misiones más grandes y más serias que Dios ha confiado al hombre y a la mujer.

Hoy suele decirse que el Matrimonio está en crisis, pero habría que decir que lo que está en crisis es el noviazgo. Muchos jóvenes toman el noviazgo como un juego, con ligereza y frivolidad, no se preocupan de formarse, sólo buscan disfrutar el uno del otro. Así se hacen egoístas. No tienen idea de lo que es el verdadero amor y, una vez casados, se encuentran egoístas e incapaces de amar. Es lógico que estos Matrimonios sean un fracaso. Lo normal es que de un mal noviazgo salga un mal Matrimonio y que de un buen noviazgo salga un buen Matrimonio. Frente a los abusos y fracasos de tantas parejas, hay que volver al sentido cristiano del noviazgo. El novio ha de contemplar en su novia a la futura madre de sus hijos, digna de todo cariño, veneración y respeto. La novia ha de ver en su novio al futuro padre de sus hijos. Y así, uno y otro no tendrán que avergonzarse de nada en el día de su Matrimonio. Ni cuando les cuenten a sus hijos cómo se amaban casta y fielmente cuando eran novios.

La elección del novio o la novia es cosa tuya, pero debes hacerlo con mucha cautela. No te fíes del “flechazo”, que es muy bonito para películas y novelas, pero que en la vida real él sólo no basta para hacer feliz un hogar.

No te fíes sólo de tu “vista”, que ya sabemos que el amor es ciego. Consulta con tus padres, aconséjate de tu director espiritual. Porque la fascinación del enamoramiento puede ser engañosa y ocultarte los defectos del chico o la chica que desaconsejan totalmente seguir adelante. La fascinación es muy hermosa, pero pasará muy pronto. Lo que queda es la vida real. Y esa vida, si se construye con el corazón, con la razón y la fe, es mucho más hermosa.

Cuando encuentres una chica virtuosa o un buen chico que pueda ser la madre o el padre de tus hijos, toma el noviazgo con la seriedad que Dios manda y seréis muy felices. (P. Loring).