- LA MUERTE
Los novísimos o postrimerías son los últimos y decisivos pasos y estados del hombre: muerte, juicio particular, resurrección de los cuerpos, juicio universal, limbo de los niños, purgatorio, infierno y cielo.
Por la Sagrada Escritura sabemos que Dios concedió al hombre mortal por naturaleza el don preternatural de la inmortalidad del cuerpo.
La muerte entró en el mundo a causa del pecado del primer hombre. Dios dijo a Adán: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás” (Gn 2, 17). Adán y Eva desobedecieron y Dios dijo al hombre: “Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado, ya que eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3, 19).
“Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado” (Rm 5, 12).
La muerte es la separación temporal del alma y del cuerpo. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual nacemos, cambiamos, envejecemos y, como a todos los seres vivos de la tierra aparece la muerte como final normal de la vida terrena.
El recuerdo de nuestra muerte nos ha de hacer pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a buen término nuestra vida. Porque, con la llegada de la muerte, termina el tiempo de hacer méritos para la salvación eterna.
“¡Cuán dulce es morir después de haber tenido en vida verdadera devoción al Corazón del que nos ha de juzgar!” (Santa Margarita María).
- SENTIDO CRISTIANO DE LA MUERTE
Gracias a Cristo, la muerte del cristiano tiene un sentido hermoso: “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Fp 1, 21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2Tm 2, 11).
Por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto en Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en gracia de Dios, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a Él en el Cielo.
La Iglesia exhorta a los cristianos a que nos preparemos para la hora de nuestra muerte, pidiendo a la Madre de Dios, continuamente, que interceda por nosotros: “en la hora de nuestra muerte” (Avemaría), y poniendo nuestra confianza en San José, patrono de la buena muerte.
En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23).
“Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Santa Teresa de Jesús).
“Yo no muero, entro en la vida!» (Santa Teresita del Niño Jesús).
“¡Qué consuelo siente mi alma al pensar en la muerte! ¡Veré a mi Dios cuando muera!” (Santa María Micaela).
¡Qué suave y dulce es la muerte para las almas que le han amado sólo a Él!» (Beata Isabel de la Trinidad).
- JUICIO PARTICULAR
Inmediatamente después de la muerte tiene lugar el juicio particular, en el cual la sentencia divina decide el estado eterno de los que han fallecido.
Jesús asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte. Al buen ladrón, le dice: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43).
El Concilio de Florencia enseña que las almas que mueren en gracia de Dios y totalmente purificadas “son recibidas inmediatamente en el cielo y ven claramente a Dios mismo trino y uno”; y que las almas que mueren en pecado mortal “bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas”.
“Al atardecer de la vida te examinarán en el amor” (San Juan de la Cruz).
- LA REENCARNACIÓN
La reencarnación es la falsa idea que afirma que el espíritu muerto retorna a la carne, según la ley del Karma para pagar con esta reencarnación las faltas cometidas hasta que, suficientemente purificado, el espíritu queda liberado ya de la carne. Es una creencia común del budismo y del hinduismo.
La idea de la reencarnación es incompatible con la doctrina católica, pues como enseña San Pablo el destino del hombre es morir una sola vez (Heb. 9, 27). También es doctrina católica que se salva todo el hombre con su alma y su cuerpo.
Si existiera la resurrección del espíritu muerto, cada persona recordaría algo de su vida anterior, pero la experiencia común nos dice lo contrario. Nadie recuerda una existencia anterior a la actual.
La base de esta creencia reencarnacionista está en el deseo de seguir creyendo en el más allá, en otra vida, pero evitando el encuentro con un Dios personal que nos ha de juzgar. Es una forma vaga de creer sin comprometerse, porque tanto el budismo como el hinduismo carecen de un Dios personal al que dirigirse y una moral que obligue en conciencia.
- RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS
Los cuerpos de los difuntos resucitarán para unirse de nuevo a sus almas y recibir el premio o castigo merecido.
“No os extrañe esto: llega la hora en que todos los que estuvieren en los sepulcros oirán su voz, y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5, 2829).
Los muertos resucitarán con el mismo cuerpo que tuvieron en la tierra, libre de deformidades, mutilaciones y achaques. Santo Tomás dice: “el hombre resucitará en su mayor perfección natural”.
San Pablo afirma: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí a todas las cosas” (Fil 3, 2021).
Los teólogos, siguiendo la enseñanza de San Pablo, designan cuatro propiedades o dotes de los cuerpos resucitados de los justos: impasibilidad, sutileza, agilidad y claridad.
La impasibilidad es la imposibilidad de sufrir y morir. Por la sutileza, el cuerpo resucitado se hace semejante a los espíritus, en cuanto podrá penetrar los cuerpos sin lesión alguna. La agilidad es la capacidad que tendrá el cuerpo resucitado para obedecer al espíritu, con suma facilidad y rapidez en todos sus movimientos. Por la claridad el cuerpo estará libre de todo lo defectuoso y rebosará hermosura y resplandor.
Los cuerpos de los que murieron en pecado mortal resucitarán en incorruptibilidad e inmortalidad, que son condiciones indispensables para que el cuerpo sufra el castigo eterno del infierno.
- SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Cristo Nuestro Señor vendrá de nuevo a la tierra rodeado de majestad al fin del mundo. Jesús lo anunció repetidas veces: “El Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles” (Mt 16, 27); “entonces aparecerá el estandarte del Hijo del Hombre en el cielo, y se levantarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande” (Luc 21, 27).
Antes de la venida triunfal de Jesús se han de cumplir los siguientes acontecimientos que predice el Nuevo Testamento: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la apostasía universal, la conversión de los judíos, el advenimiento del Anticristo y grandes calamidades.
Jesús asegura que “será predicado el Evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt 24, 14); “Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ”Yo soy el Cristo», y engañarán a muchos» (Mt 24, 4).
Jesús anunció también la apostasía universal: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8); San Pablo lo recordaba a los primeros cristianos: «Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía, ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición» (2Tes 2, 3).
En contraste con esta apostasía casi general, se producirá la conversión de los judíos: “No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, no sea que presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así todo Israel será salvo, como dice la Escritura: Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades. Y esta será mi Alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados” (Rom 11, 2527).
La venida del Anticristo aparece ya en las cartas de los Apóstoles: “Hijos míos, es la última hora. Habéis oído decir que iba a venir un Anticristo… Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo” (1Jn 18 y 22); “Entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la manifestación de su Venida” (2Tes 2, 8).
Jesús anunció también grandes calamidades: “Oiréis también hablar de guerras y de rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarméis! Porque eso tiene que suceder, pero todavía no es el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Pero todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento. Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todos los hombres por causa de mi nombre” (Mt 24, 69).
El Señor no quiso revelar el momento en que sucedería su segunda venida: “El Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13, 32).
Lo importante no es saber el momento de la segunda venida de Jesús, sino estar preparados para ese día: “Cuanto al tiempo y a las circunstancias no hay, hermanos, para qué escribir. Sabéis bien que el día del Señor llegará como el ladrón en la noche”(1Tes 5, 12).
- JUICIO UNIVERSAL
El juicio universal sucederá cuando Cristo glorioso vuelva de nuevo a la tierra.
Jesús toma a menudo como motivo de su predicación el “día del juicio” o el “juicio” (Mt 7, 22). Él mismo será quien juzgue: “El Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras” (Mt 16, 27).
San Pedro dice que Jesucristo “ha sido instituido por Dios juez de vivos y muertos” (Hech 10, 42).
En el juicio universal quedará patente la sabiduría de Dios en el gobierno del mundo, su bondad, su paciencia con los pecadores y, sobre todo, su justicia.
En el juicio particular el alma es juzgada individualmente, en el juicio universal seremos juzgados ante toda la Humanidad y como miembros de la sociedad humana. En aquel día se completará el premio o el castigo al hacerlos extensivos al cuerpo resucitado.
El recuerdo del juicio universal llama a la conversión; mientras Dios concede a los hombres todavía “el tiempo favorable, el tiempo de salvación” (2Co 6, 2).
- LIMBO DE LOS NIÑOS
La expresión “Limbo de los niños” no aparece en la Sagrada Escritura, ni en los escritos de los Santos Padres. El primer teólogo que usó la palabra «Limbo» fue San Alberto Magno (+1280). El único documento eclesiástico en que aparece la expresión “Limbo de los niños” es en la declaración del Papa Pío VI contra los errores del Concilio de Pistoya.
La inmensa mayoría de los teólogos, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, enseñan que los niños que mueren sin bautizar van al Limbo. Por tanto, es doctrina cierta en teología la existencia del Limbo de los niños.
Los niños del Limbo gozan de una bienaventuranza natural que les hace felices y dichosos. No sufren ni experimentan ninguna tristeza.