Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: septiembre 2014

El Humo de Satanás: tentaciones segunda y tercera

10 miércoles Sep 2014

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Venimos comentando lo que ha dicho el Papa sobre la infiltración diabólica en la Iglesia, como un ataque desde el interior a las raíces de la misma. El lunes último explicamos una forma de la tentación: la que intenta vaciar la fe de su contenido revelado y confundirla con una corriente de opiniones y deseos del tiempo actual.
Otra forma, reflejo lógico de la anterior, es la que induce a prescindir de la constitución divina de la Iglesia, reinventando una nueva y (tercera tentación) reduciendo su misión a una acción temporal, que muchos vinculan a una política revolucionaria. Insistamos hoy en esa doble tentación.guerra campos
Según la fe, la Iglesia es mucho más que una asociación humana. En ella está presente y actúa Cristo resucitado. Cristo nos libera del poder del diablo, del pecado, de la muerte, incorporando a los hombres a su propia vida. Nos libera de nuestro propio egoísmo. Nos da la libertad real, aquella por la cual, según el viejo himno de la Iglesia, «servir a Dios es reinar», y que coincide con la sumisión filial a los mandatos del Señor. Todos somos miembros de la Iglesia, llamados a una participación activa, pero subordinados a lo que el Señor ha instituido bajo la dirección de sus vicarios. Esta sumisión filial es condición de vida, como lo es para un niño el seno de su madre.
La tentación del diablo desde el principio de la historia es proponer con engaño una libertad sin obediencia. Apoyándose en la verdad de que nosotros somos miembros con participación activa en la Iglesia, empuja, con más o menos disimulo, hacia unas actitudes que suponen que la Iglesia no es más que nosotros mismos y no es de verdad nuestra madre. Todo lo que en ella se produce resultaría, según eso, de la participación de sus miembros, como iguales: no hay más norma que la que acuerde cada grupo o federación de grupos. Incomoda y se rechaza una autoridad que promulgue para todos, en nombre de Cristo, la norma y la verdad de validez universal. La finalidad de muchas reacciones negativas que se dan en la Iglesia actual -dijo el Papa el 23 de junio- es «la disolución del magisterio eclesiástico».
La tentación importa el desprecio, y aun el odio de la Iglesia del pasado. Los grupos revolucionarios se exaltan a sí mismos y a la Iglesia que dicen van a construir en el futuro.
El desprecio del pasado incluye a la mejor parte de la Iglesia presente, que es la Iglesia triunfante: se desprecia la comunión con todos los que, en cualquier tiempo, han muerto fieles al Señor y viven con Cristo en la gloria del Padre; las muestras de devoción a los santos impacientan: se reacciona ante ellas como Judas ante el obsequio de María de Betania a Jesús.
El desprecio se extiende a la mayoría de los creyentes contemporáneos, los que componen lo que se denomina la masa, los extraños a los grupos que a sí mismos se consideran selectos. No podemos olvidar que quien selecciona es Dios. Por medio de su Iglesia, Él desparrama la semilla en todos los campos, echa la red en todas las aguas: los selectos son los que responden con fidelidad a la llamada. Y éstos se encuentran donde Dios quiere, en cualquier zona del pueblo creyente, dentro o fuera de clases y grupos particulares. Dios sabe quiénes y cuántos son; nosotros sólo sabemos que no lo son los que presumen de serlo.
Las desviaciones sobre la constitución de la Iglesia suponen una desviación en cuanto a su finalidad.
La misión propia de la Iglesia es de orden religioso. A ella se subordinan, como algo derivado, sus proyecciones de orden temporal; y aun a través de éstas, la Iglesia ha de levantar los ojos de los hombres, como hizo Jesús al multiplicar los panes hacia la alegre perspectiva del amor de Dios y de la vida eterna.
En vez de respetar esta prioridad, el demonio (escalonando sus tentaciones, como hizo ante Jesús) sugiere en primer lugar invertir el orden: que la Iglesia se dedique por entero a la solución de los problemas temporales, con condición previa, necesaria, para que más tarde puedan los hombres apreciar el Evangelio. Exactamente lo contrario de lo que hizo el Señor y de lo que mandó hacer a sus Apóstoles.
En seguida, pasa a la tentación definitiva: no sólo aplazar la predicación del reino de Dios, sino identificar a éste con la eficacia histórica. Termina por menospreciarse la religión (comunicación con Dios, culto, sacramentos…); se la quiere sustituir por la mera acción política, que para ciertos grupos sólo puede ser la revolución, anarquista o marxista.
En todo caso se exalta y adora la potencia del hombre como «creador del futuro», desligado de todo vínculo permanente, tanto de la revelación como de la ley natural. Es significativo que la apelación obsesiva de algunos a determinados derechos y valores sociales coincida con el olvido, no sólo de lo religioso, sino de las normas morales que regulan el matrimonio, la vida familiar, la castidad propia de cada estado… Por este camino, quiérase o no, se acaba por fomentar un egoísmo que carcome las raíces de cualquier ordenación social verdaderamente humana. Pablo VI ha dicho hace poco: «La idolatría del humanismo contemporáneo… niega o desprecia la existencia del pecado, de lo que se deriva una ética loca de optimismo, que aspira a hacer lícito todo lo que gusta y lo que es útil; loca de pesimismo, que quita a la vida el sentido profundo, que procede de la distinción trascendente del bien y del mal, y la desanima con una visión final de angustiosa y desesperada fatuidad».
Mientras Cristo nos ha enseñado que son inseparables el amor a Dios Padre y el amor a los hermanos, pero que éste deriva de aquél, el demonio hace pensar que es una injuria estimar al hombre por relación con Dios; exige que se le tenga en mucho por sí solo; utiliza la solidaridad con los hombres como pretexto para no confesar a Cristo, mientras el Señora ha dicho: «A todo el que me negare delante de los hombres, Yo lo negaré también delante de mi Padre» y «el que ama al padre y a la madre, al hijo o a la hija, más que a Mí, no es digno de Mí».
El tentador dijo a Jesús: «Todos los reinos del mundo y su gloria te daré, si postrado me adorares». Jesús respondió: «Apártate, Satanás… Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás».
Del mismo Señor es el aviso: «No os inquietéis por el mañana… Buscad primero el reino de Dios…»
La carta a los Hebreos nos conforta con estas palabras: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas varias y extrañas…».

José Guerra Campos

Imitación de Cristo 80

10 miércoles Sep 2014

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Capítulo 42

Que no debemos poner nuestra paz en los hombres

Jesucristo.– 1. Hijo, si buscas la paz en el trato con alguno para tu entretenimiento y compañía, te hallarás inconstante y sin sosiego.
Pero si vas a buscar la Verdad que siempre vive y permanece, no te entristecerás por el amigo que se fuere o se muriere.Jesus-con-doctores
En mí ha de estar el amor del amigo, y por mí se debe amar cualquiera que en esta vida te parece bueno y mucho amas.
Sin mí no vale ni durará la amistad, ni es verdadero ni limpio el amor que yo no enlazo.
Tan muerto debes estar a semejantes aficiones de los amigos, que habías de desear (por lo que a ti te toca) vivir lejos de todo trato humano.
Tanto más se acerca el hombre a Dios cuanto más se desvía de todo gusto terreno.
Y tanto más alto sube a Dios cuanto más bajo desciende en sí y se tiene por más vil.

2. El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él, porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde.
Si te supieses perfectamente anonadar y desviar de todo amor creado, yo entonces te llenaría de abundantes gracias.
Cuando tú miras a las criaturas, pierdes de vista al Creador.
Aprende a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás llegar al conocimiento divino.

Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama o mira desordenadamente, nos estorba gozar del Sumo Bien y nos daña.

Meditación sobre la natividad de María

10 miércoles Sep 2014

Posted by manuelmartinezcano in Meditaciones de la Virgen

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NatividadLa Natividad de la Santísima Virgen constituye un motivo de alegría universal para la tierra y para el Cielo.-En su nacimiento se alegran Dios, los ángeles, los santos y la Iglesia toda.

  1. º Gozo de Dios.–Es la obra maestra de sus manos. –Al ver el Señor, dice el Génesis, las cosas que había creado, le parecieron muy buenas y se gozó en ellas. ¡Cómo, pues, se gozaría al ver a María! Penetra aún más en este pensamiento. -Recuerda cómo el hombre pecó y con su pecado toda la creación y el plan de Dios, se trastornó. –Ya no podía el Señor mirar con gusto a la tierra…, no tenía donde posar sus ojos… Por todas partes se había extendido el reino del pecado. -Pero aparece María y todo cambia. -Después de cuatro mil años vuelve Dios a ver hermosa la creación, la tierra, los hombres… «, ya no se aparta su vista de ellos, con asco y repugnancia. -Otra vez ve su imagen perfecta y pura en María y por María contempla restaurada esa imagen en los demás. ¡Qué gozo el de Dios al ver a María en su nacimiento!- ¡Qué alegría al contemplarla tan pura, tan santa, tan llena de gracia!

Mira al Padre Eterno gozándose con el nacimiento de su Hija predilecta…, al Hijo al ver ya en la tierra a la que dará el nombre dulcísimo de Madre ¡cómo la miraría y la contemplaría y se gozaría en Ella!… Al Espíritu Santo que tanto empeño tuvo en que esta niña chiquitina tuviera ya más gracia y hermosura y pureza y santidad que todos los demás santos juntos. ¡Con qué cariño y amor inmenso fue colocando una por una, todas las virtudes en el corazón de su Esposa querida -! Recórrelas y verás como todas allí las encuentras.

  1. º Gozo de los ángeles. -Después de Dios y juntamente con Él, alegráronse los ángeles. -Ha nacido su Reina y Señora, la que, después de la divinidad, constituirá el espectáculo más bello del Cielo. –Comparan a esa niña con todas las bellezas del Cielo y reconocen que después de Dios ninguna puede compararse con Ella.-Trae ahora a la memoria aquella rebelión de Lucifer en el Cielo. -Parece ser, según algunos, que fue porque Dios les hizo ver que un día tendrían que adorar a su Hijo hecho hombre, y reconocer como Reina suya a la Madre de ese Hijo, y que la soberbia de Lucifer creyó verse humillada ante esa Mujer a quien consideraba inferior, y no quiso admitir esa prueba, y lanzó el grito de rebelión que arrastró a tantos ángeles al infierno. -Mira, pues, al demonio lleno de rabia y desesperación, ya que, al ver a María, no tiene más remedio que confesar que es incomparablemente más hermosa que era él, y, por tanto, la falta de razón que tuvo al rebelarse de aquel modo…

Por otra parte, mira a los ángeles buenos gozándose ahora más que nunca de haber sido fieles a Dios, pues en premio no reciben ninguna humillación, sino que es para ellos una gloria tener a María por Reina. -Míralos gozosos e impacientes, no pudiendo contener su entusiasmo y bajando en legiones inmensas a la cuna de María…, queriendo ser todos los primeros en venerarla y ofrecerle sus homenajes. –En cambio, oye los rugidos que lanza la serpiente infernal al sentir sobre su cabeza el peso de un pie que la aplasta… y eternamente tendrá ya desde hoy que sentir este quebrantamiento de su cabeza que tanto la humilla… ella, con todo su orgullo eternamente aplastada sin poderlo evitar, por el delicado pie de una niña. ¡Qué vergüenza! ¡Qué humillación!

  1. ° Gozo de los Santos en el Limbo. -¡Pobres almas las que estaban encerradas en aquel destierro del Seno de Abraham! -A pesar de ser alma justas y santas, no podían gozar de la gloria del Cielo. -Míralas: son las almas de los grandes Patriarcas, Profetas y figuras todas excelsas del Antiguo Testamento. -Siglos y siglos pasaron y el día de la libertad no llegaba nunca ¡Qué largas se hacen las horas, qué eternos los días cuando se espera con anhelo una cosa que no acaba de llegar! ¡Cuál sería, pues, el ansia de aquellas almas!

Pues bien, contémplalas en el día de hoy cuando el Señor las comunica que ya llegó a la tierra la Mujer predestinada… que ya llegó a nacer la Madre del Mesías prometido y profetizado… que, en fin, ya vivía la Capitana que con su Hijo habría de darles la libertad. -¿Quién podrá explicar aquel gozo y los cantos de agradecimiento que entonarían al Señor al mismo tiempo que de alabanza y bienvenida a la Santísima Virgen? -Ahora sí que iban a contar las horas…, poco tiempo de prisión y en seguida la libertad eterna…, pero esa libertad traída por una Niña encantadora que acababa de nacer. -Enardécete de entusiasmo al ver este gozo tan grande en Dios, en los ángeles y en los justos, y una vez más únete a ellos para con ellos cantar alabanzas ante la cuna hermosísima de María.

El sacramento del Orden Sacerdotal

10 miércoles Sep 2014

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  1. EL SACERDOCIO DE LA ANTIGUA ALIANZA

El Pueblo Elegido fue constituido por Dios como “un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19, 6). Dios eligió una de las doce tribus de Israel, la de Leví, para el servicio litúrgico (Nm 1, 4853).

 Los sacerdotes de la Antigua Alianza fueron establecidos “para intervenir en favor de los hombres ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5, 1).Sacerdocio PriesthoodEl sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía alcanzar la santificación definitiva (Hb 5, 3), que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo.

La liturgia de la Iglesia ve en los ritos de consagración de los sacerdotes de la Antigua Alianza prefiguraciones del sacerdocio de la Nueva Alianza. (Catecismo de la Iglesia Católica).

«Los sacerdotes somos relicarios de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales hombres conviene santidad. Esto, padre, es ser sacerdote: que amanse a Dios cuando estuviere ¡ay! enojado con su pueblo; que tenga experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con Él; que tengan virtudes mas que hombres celestiales o ángeles terrenales y aún si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos» (San Juan de Avila).

  1. EL ÚNICO SACERDOCIO DE CRISTO

 Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, “único mediador entre Dios y los hombres” (Tim 2, 5).

 Jesús, después de consagrar el pan y el vino en la última cena, dijo: “Haced esto en memoria mía”. Con sus palabras el Señor da a los apóstoles el poder de consagrar e instituye el sacramento del Orden.

 El único sacerdocio de Cristo se hace presente por el sacerdocio ministerial de los cristianos, elegidos por Dios mediante el sacramento del Orden, sin que con ello se quebrante el único sacerdocio de Cristo: “Sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos” (Santo Tomás de Aquino).

 El presbítero posee en verdad el ministerio del único sacerdote, Cristo Jesús. El sacerdote actúa “in persona Christi capitis”. (Catecismo de la Iglesia Católica).

 El sacerdote es el guardián de la ley de Cristo y su poder para reprimir el vicio es mayor que el de todos los agentes de orden público. 

  1. IN PERSONA CHRISTI

 El sacerdote, en virtud del sacramento del Orden actúa “in persona Christi Capitis”. El sacerdote es “otro Cristo”: “Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la Antigua Ley era figura de Él, y el sacerdote actúa en representación suya” (Santo Tomás de Aquino).

 La presencia de Cristo en el presbítero no debe entenderse como si el sacerdote estuviere exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores; es decir, del pecado.

 No todos los actos del ministro de Cristo son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en la administración de los sacramentos ni siquiera los pecados del sacerdote pueden impedir el fruto de la gracia, existen otros muchos actos en que la condición humana del sacerdote no siempre está impregnada por la fidelidad apostólica a la Iglesia.

 Todos los fieles de la Iglesia están obligados a orar por sus sacerdotes.

 «La muerte es la muerte. Yo estaba envenenado, asfixiado. El sacerdote pronunció una frase: “Yo te absuelvo…” Y, de repente, la vida, la luz entró de lleno en mi alma, la liberación bautismal, volver a nacer, la resurrección de la carne» (Paul Claudel).

  1. GRADOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

 El Orden sacerdotal es el sacramento por el cual algunos cristianos son elevados a la dignidad de ministros de Cristo.

 La Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, de Pío XII, dice que episcopado, presbiterado y diaconado son tres grados del sacramento del Orden.

 Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden (Concilio Vaticano II).

 Los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento (Concilio Vaticano II).

 En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos que reciben la imposición de manos, no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio (Vaticano II).

 El diaconado, el presbiterado y el episcopado son grados sacramentales del Orden. No son tres sacramentos distintos, sino que los tres constituyen un único sacramento, el del Orden sacerdotal.

 El poder sacerdotal encuentra toda su plenitud en el episcopado, alcanza un grado menor en el presbiterado y el grado inferior de participación del poder sacerdotal se verifica en el diaconado.

  1. EFECTOS DEL SACRAMENTO DEL ORDEN

 El sacramento del Orden produce tres efectos: la gracia santificante, el carácter sacramental y la potestad espiritual.

 El sacramento del Orden confiere gracia santificante a todo el que lo recibe válidamente. La gracia del Orden tiene por fin y función propia capacitar al ordenando para el digno ejercicio de su ministerio y para llevar una vida conforme a su nueva condición.

 El Sacramento del Orden imprime un carácter o señal indeleble que asemeja al ordenando con Cristo y lo distingue de los seglares, capacitándole para ejercer los poderes jerárquicos.

El sacramento del Orden confiere al que lo recibe una potestad espiritual permanente. Esta potestad se centra principalmente en torno a la Eucaristía. El diácono recibe el poder de ayudar inmediatamente al obispo y al sacerdote en la celebración de la Santa Misa y el de repartir la sagrada comunión. El presbítero recibe principalmente el poder de consagrar y absolver; y el obispo el poder de ordenar sacerdotes y confirmar.

 «El oficio propio del sacerdote es ser mediador entre Dios y el pueblo, en cuanto que es el sacerdote el que da al pueblo las cosas divinas» (Santo Tomás de Aquino).

  1. ELEMENTO MATERIAL Y FÓRMULA RITUAL DEL ORDEN

 El elemento material del diaconado, presbiterado y episcopado es únicamente la imposición de manos (Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, Pío XII).

 La imposición de las manos se debe hacer por contacto físico de éstas con la cabeza del ordenando, aunque basta el contacto moral obtenido extendiendo las manos sobre los ordenandos.

 La Sagrada Escritura (Hech 6, 6; 1Tim 4, 4; 5, 22; 2Tim 1, 6) y la Tradición divina sólo conocen la imposición de manos como elemento material del sacramento del Orden.

 La fórmula ritual del diaconado, presbiterado y episcopado consiste únicamente en las palabras que declaran la significación de la imposición de las manos (Constitución Apostólica Sacramentum Ordinis, Pío XII).

 «¿De qué aprovechan los métodos, de qué aprovechan los caminos cuando los hombres no tienen ánimo ni fuerzas para seguirlos? Lo que necesito son sacerdotes pacientes llenos de amor a Dios y a las almas, dispuestos al sacrificio hasta la inmolación de sí mismos. Santos sacerdotes es lo que necesita nuestro tiempo» (Papa San Pío X).

  1. MINISTRO Y SUJETO DEL ORDEN

 El ministro ordinario de todos los grados del sacramento del Orden es el obispo.

En la Sagrada Escritura aparecen como ministros del Orden sólo los Apóstoles (Hech 6, 6; 14, 22; 2Tim 1, 6) o los discípulos de los Apóstoles consagrados por éstos como obispos (1Tim 15, 22; Tit 1, 25).

 La Tradición divina sólo conoce a los obispos como ministros de las ordenaciones.santa misaEl sujeto del sacramento del Orden es solamente el varón bautizado. El derecho divino prescribe que sólo los varones están capacitados para recibir el sacramento del Orden.

Según el testimonio de la Sagrada Escritura (1Cor 14, 34; 1Tim 2, 11) y conforme a la práctica constante en la Iglesia, los poderes jerárquicos solamente se conferían a los hombres.

Para recibir lícitamente el sacramento del Orden se requiere que el candidato reúna las condiciones canónicas exigidas por la Iglesia: La divina vocación, el estado de gracia, haber recibido la Confirmación, recta intención, costumbres conformes con el sacramento que va a recibirse, edad canónica, ciencia suficiente y no tener irregularidad ni impedimento alguno canónicos.

«Si encontrara en mi camino a un ángel y a un sacerdote, saludaría primero al sacerdote por la potestad que ha recibido de Dios» (San Francisco de Asís).

  1. UNA EXTRAORDINARIA AVENTURA

Juan Pablo II, exhortando a los jóvenes a vivir intrépidamente su fe, les decía: «Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza.

Recordemos algunas cosas juntos.

En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba. La de Pedro y la de Andrés, su hermano: “Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron” (Mt 4, 20). La del publicano Leví: “Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió” (Lc 5, 28). La de los Apóstoles: “Señor, ¿a quién iríamos? Tu tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). La de Saulo: ¿Qué he de hacer, Señor?» (Hech 22, 10).

Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días, un grandísimo número de hombres y mujeres han dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?

Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar bien la vida, poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de entre vosotros a esta extraordinaria aventura.

Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor y de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio, es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres de hoy con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga.

Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros podéis dar, está dirigida personalmente a Cristo, que os llama a estas grandes cosas.

Encontraréis dificultades. ¿Creéis quizá que yo no las conozco? Os digo que el amor vence cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra de amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y hace posible vuestra respuesta.

Tened confianza en “Aquel que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos” (Ef 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida con alegría, sin miedo, a Él, que antes dio la suya por vosotros».

«Dejad a un pueblo sin curas y pronto las gentes adorarán a las bestias» (San Juan Mª Vianney).

Página para meditar nº 104

10 miércoles Sep 2014

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Las palmas en sus manos

Una de las primeras expediciones de los católicos huidos de la zona comunista que llegó a Roma, fue recibida en audiencia particular por el Papa Pío XI. El Papa glorió el heroísmo de los que derramaban su sangre en España, en defensa de la fe. Al término de la audiencia entregó una estampa a cada uno de los asistentes con esta frase del Apocalipsis: “Y con las palmas en sus manos”. De esta forma quería corroborar el vicario de Cristo que los que morían por la fe en España eran verdaderos mártires y que como los mártires de todos los tiempos alcanzaban por su confesión la palma del martirio.pio_xi

Sé muy bien el entusiasmo y fervor que ha levantado en todos la idea de peregrinar a Roma para asistir a la canonización de las tres primeras mártires de la última persecución religiosa. Son tres humildes carmelitas descalzas del monasterio de Guadalajara las que a partir del 29 de marzo, veneraremos como santas.

Quisiera que tanto los que pudierais peregrinar a Roma como la mayoría que no lo podáis hacer, naturalmente, os llenarais del espíritu de aquellas santas mujeres que culminó en dar la vida por Cristo.

Espíritu de pobreza. Somos administradores y no poseedores plenos de las cosas que Dios nos da. Analizar si no podemos vivir más humildemente y más sencillamente en nuestra vida personal.

Espíritu de oración. Del retiro del carmelo al Calvario. Examinar si tenemos bien marcado el tiempo de nuestra soledad con Dios, sin enredos de cosas.

Espíritu de caridad. Las tres juntas, hijas de la misma Orden, hasta la muerte. ¿Tengo la misma constancia en mi caridad con mis hermanos de Asociación?

Peregrinemos espiritualmente todos juntos a Roma, a beber esas lecciones fundamentales, que preparan nuestras almas para la gran tribulación que se aproxima.

«Ser apóstol o mártir acaso, mis banderas me enseñan a ser»

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 104, febrero de 1987

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Meditaciones y Pláticas del P. José María Alba Cereceda, S.I.

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“Espíritu Santo, infúndenos la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”. Padre Santo Francisco.

"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

Nuestro ideal: Salvar almas

Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

"Id al mundo entro y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" Marcos 16, 15-16.

"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

"Odiad el mal los que amáis al Señor." Salmo 97, 10.

"Jamás cerraré mi boca ante una sociedad que rechaza el terrorismo y reclama el derecho de matar niños." Monseñor José Guerra Campos.

¡Por Cristo, por María y por España: más, más y más!

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