Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: septiembre 2014

Imitación de Cristo 78

01 lunes Sep 2014

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Capítulo 40

Que no tiene el hombre de sí bien alguno
ni cosa de qué alabarse

El Alma.- 1. Señor, «¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que le visites?» (Sal 8,5).
¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia?
Señor, ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿O cómo justamente podré contender contigo si no hicieres lo que pido?
Por cierto, una cosa puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, nada bueno tengo de mí; mas en todo estoy falto y camino siempre a la nada.
Y si ni soy ayudado e instruido interiormente por ti, me vuelvo enteramente tibio y disipado.cruz

  1. «Mas tú, Señor, eres siempre el mismo» (Sal 101,27), y permaneces eternamente, siempre bueno, justo y santo, haciendo todas las cosas bien, justa y santamente, y ordenándolas con sabiduría. Pero yo, que soy más inclinado a caer que aprovechar, no persevero siempre en un estado, y me mudo siete veces cada día.
    Mas luego me va mejor cuando te dignas alargarme tu mano auxiliadora porque tú solo, sin humano favor, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que no se mude más mi semblante, sino que a ti solo se convierta y en ti descanse mi corazón.
  2. Por lo cual, si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ya sea para alcanzar devoción, ya por la necesidad que tengo de buscarte, pues no hay hombre que me consuele, entonces con razón podría yo esperar en tu gracia y alegrarme con el don de la nueva consolación.
  3. Gracias sean dadas a ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien.
    Porque delante de ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco.
    ¿De dónde, pues, me puedo gloriar o por qué deseo ser estimado?
    ¿Por ventura de la nada? Pero esto es vanísimo.
    Verdaderamente, la vanagloria es una mala pestilencia y grandísima vanidad, porque nos aparta de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial.
    Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a ti; cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.
  4. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en ti y no en sí; gozarse en tu nombre y no en la propia virtud, ni deleitarse en criatura alguna sino por ti.
    Sea alabado tu nombre, no el mío; engrandecidas sean tus obras, no las mías; bendito sea tu santo nombre, y no me sea atribuida parte alguna de las alabanzas de los hombres.
    «Tú eres mi gloria» (Sal 3,3); tú, la alegría de mi corazón.
    En ti me gloriaré y gozaré todos los días; «mas de mi parte no hay de qué, sino de mis flaquezas» (2Cor 12,5).
    Busquen los judíos la gloria que se dan unos a otros; yo buscaré la gloria que viene solamente de Dios (Jn 5,44; 8,50).
    Porque toda la gloria humana, toda la honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con tu eterna gloria, es vanidad y necedad.
    ¡Oh verdad mía y misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada; a ti solo sea alabanza, honra, virtud y gloria para siempre jamás!

El humo de Satanás: tentación primera

01 lunes Sep 2014

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El Papa nos ha advertido sobre una infiltración extraordinaria del demonio en la hora presente de la Iglesia; es un ataque, desde el interior, a las raíces del ser mismo de la Iglesia y de la religión.
¿Cuál es el sentido de ese ataque radical, según las continuas enseñanzas del Papa? El día de San Ignacio lo resumíamos en tres pretensiones descaradas (sin olvidar que les preparan el camino otras más disimuladas y ambiguas): la primera, vaciar la fe de su contenido revelado y confundirla con una corriente de opiniones y deseos de este tiempo; la segunda, prescindir de la constitución divina de la Iglesia, para reinventar una nueva; la tercera, reducir la misión de la Iglesia a una acción temporal, de carácter político revolucionario.Guerra-Campos.5
Anunciamos que otro día procuraríamos explicar un poco estas formas de la tentación diabólica. Comencemos hoy por la primera, con la ayuda de la Virgen María, vencedora de la serpiente.
El vaciamiento del contenido o de las verdades de la fe es un efecto del desinterés por aquellas realidades vivas, anteriores y superiores a nosotros, de las cuales se alimenta nuestra vida personal. La fe se empobrece, hasta reducirse a pensamiento humano, como simple creador de nuestros planes de acción.
Suele empezar todo por una desgana misionera en relación con los demás. Y suele cubrirse con una apariencia de bien, por deformación de una verdad. ¿Qué verdad es ésta? Que la revelación predicada por la Iglesia no caen en un vacío: Dios prepara el corazón de los hombres sembrando en ellos valores, que vienen de Dios, conducen a Dios, y por lo mismo disponen al hombre para recibir la palabra divina. Los que sin resistencia culpable ignoran la revelación pueden salvarse, si siguen de buena fe la voz de Dios que resuena en su interior; pero no por ello la Iglesia se siente menos urgida a proponer el mensaje de Cristo, luminoso y alegre, que confiere todo su sentido a los valores del corazón sincero, los hace conscientes, los purifica y los eleva. Como dijimos en otra ocasión, la buena fe del no creyente apunta hacia la fe, y la Iglesia le sale al paso con su acción misionera.
La deformación diabólica de esta verdad lleva a algunos cristianos a pensar: ¿para qué inquietar a los hombres con la acción misionera? Cualquier expresión sincera del espíritu humano, religiosa o atea, es de igual valor para ir a Dios. Y los mismo que destacan la malicia, la injusticia de la sociedad cuando se trata de realizar los derechos propios, dan por supuesto que en relación con Dios la buena fe es lo ordinario. (Sin embargo, cuando nos ponemos ante Dios, no podemos cerrar los ojos ante la abundancia de nuestra mala fe, ante el envilecimiento, que nos puede llevar a la idolatría, ante la desesperación, sorda o patética…) Se menosprecia la necesidad de la revelación divina; se multiplica el número de los que llaman «cristiano» anónimos, que no reconocen a Cristo; y así se favorece la inhibición de la tarea evangelizadora, la desgana por ofrecer a los hombres la fe como un bien máximo. Si dependiese de este modo de pensar, la Iglesia, renunciando a su aportación propia, se limitaría a promover valores comunes de índole moral o social.
Está claro que este desinterés por los demás brota de un desinterés por nosotros mismos. El enemigo de la verdad produce en muchos desgana de la verdad, con muchos pretextos inconscientes, que hemos examinado ya, oponiendo, por ejemplo, la verdad a la vida, a la humildad, a la libertad, a la unidad. A la humilde y serena aceptación de la verdad sucede la inapetencia, la autonomía, solitaria o solidaria; la búsqueda inquieta, el empeño en abrirse camino sin norma ni orientación de validez permanente.
Para suplirlas, se recurre a veces a las voces o signos del tiempo que vivimos: lo que opinan y desean los hombres. Aquí late algo verdadero: Dios actúa en el corazón de los hombres y en la historia. Pero las voces de éstos son equívocas, pues tanto pueden reflejar la inspiración de Dios como las resistencias y argucias del espíritu malo; por eso, como enseña el Concilio, hay que interpretar y valorar tales significados a la luz superior del Evangelio.
Ahora bien, el demonio logra que algunos escuchen esas voces como nueva palabra de Dios; que piensen que Dios habla ahí igual que hablo por Cristo y los Apóstoles; y, naturalmente, que terminen por quedarse con las voces del mundo, como las únicas interesantes, tachando la tradición del Evangelio como fórmulas del pasado. Y así se llega a lo que llaman el ateísmo cristiano, fórmula hábil del llamado espíritu moderno: al que no interesa lo que Dios dice de sí mismo y de nuestra vida en El, sino solamente lo humano, tal como lo pueden vivir también los no creyentes, lo que se expresa por medio de la cultura o de la praxis, es decir, por la acción tendente a organizar o reconstruir este mundo. La religión se desvanece. Lo que muchos denominan «encarnación de la Iglesia en el mundo» terminaría por servir, no para elevar el mundo hacia Dios, como lo requiere la auténtica Encarnación, sino para diluir a la Iglesia misma en una humanidad endiosada.
El Padre Santo, en su discurso del 23 de junio, dijo: «Algunos piensan que la Iglesia debería renunciar incluso a las certezas adquiridas para dedicarse únicamente a escuchar las aspiraciones del mundo.» Y el 29 de junio: «Ya no se confía en la Iglesia; se confía en el primer profeta profano que nos viene a hablar desde algún periódico o desde algún movimiento social.» He aquí una ilustración pintoresca de las palabras del Papa: si vamos mundo adelante y entramos en las habitaciones de algunos, pocos, sacerdotes y religiosos, comprobaremos que han desaparecido las imágenes de Jesús, de María y de los santos, y ocupan su puesto las de Che Guevara o de Mao Tse-Tung.
Hemos de vigilar, porque podemos vaciarnos de la fe por rendijas a las que no damos importancia, pero que dan entrada –como diría el Papa- al «humo de Satanás». Señales inconfundibles de que se está produciendo ese escape interior son la desgana misionera, la falta de aprecio de la fe y la vida religiosa por sí mismo (no sólo por sus derivaciones temporales), el descuido y abandono de la comunicación personal con Dios (oración, sacramentos), la pérdida del sentido del pecado, que equivale al desprecio de la presencia y del amor de Dios.
Para terminar, recojamos otras dos notas señaladas por el Papa en el discurso antes citado: «Una falsa y abusiva interpretación del Concilio, que querría una ruptura con la tradición, incluso doctrinal»; un «pluralismo, concebido como libre interpretación de las doctrinas y coexistencias tranquila de afirmaciones opuestas…, prescindiendo de la doctrina sancionada por las definiciones pontificias y conciliares». (La marca del diablo aparece en que se reclama pluralismo en lo dogmático, que es palabra y verdad recibida de Dios, y en cambio se trata de imponer uniformidad en lo opinable: lo que son tácticas y planes humanos)
Reafirmemos nuestra fidelidad. Y que nos conforten las palabras de Jesús: «Confiad, Yo he vencido al mundo»; las palabras de San Juan: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe»; las palabras de San Pablo «Fiel es el Señor, que os confirmará y guardará del maligno».

José Guerra Campos

El sacramento de la Penitencia

01 lunes Sep 2014

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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  1. NOCIÓN DE PENITENCIA

 Por los sacramentos de la iniciación cristiana Bautismo, Confirmación y Eucaristía, el hombre recibe la vida sobrenatural de Cristo. Esta vida nueva de hijos de Dios puede ser debilitada por el pecado venial e incluso perdida por el pecado mortal.

 Nuestro Señor Jesucristo, que perdonó los pecados a los pecadores, quiso que su Iglesia continuase perdonando los pecados por medio del sacramento de la Penitencia.

 La Penitencia es el sacramento que perdona los pecados cometidos después del Bautismo. Se conoce también con los nombres de Reconciliación y Confesión.confesionEl poder de perdonar los pecados les fue concedido a los Apóstoles el primer día de la resurrección del Señor: “La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre, así os envío Yo. Diciendo esto, sopló y les dijo: ”Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les serán perdonados y a quienes se los retuviereis les serán retenidos» (Jn 20, 2123).

El poder de perdonar los pecados no les fue concedido a los Apóstoles a título personal, sino que fue confiado a la Iglesia como institución permanente. Los sucesores actuales de los Apóstoles tienen el mismo poder para perdonar los pecados; estos sucesores son los obispos y los sacerdotes.

La Penitencia es un sacramento de misericordia por eso es preciso aproximarse al confesionario con confianza y alegría.

“Sin confesión no hay salvación” (Beata Jacinta de Fátima).

  1. EFECTOS DE LA PENITENCIA

 El efecto principal del sacramento de la penitencia es la reconciliación del alma con Dios, que no sólo consiste en el perdón del pecado, sino en la infusión de la gracia santificante (perdida por el pecado mortal) y el aumento de ella por la gracia sacramental.

 Al confesar, los pecadores también se reconcilian con la Iglesia a la que ofendieron con sus pecados. Como madre que es, la Iglesia mueve a los pecadores a la conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones.

 La reconciliación con Dios tiene a veces un efecto psicológico que produce paz y tranquilidad de conciencia y una intensa consolación espiritual. Por la infinita misericordia de Dios cuantos se acercan al confesionario encuentran la alegría y la serenidad de la conciencia, que fuera de la Confesión no encuentran en otra parte.

Con la Confesión bien hecha se recuperan íntegramente los méritos sobrenaturales que se habían perdido por el pecado.

 Todos los que han cometido un pecado mortal después del Bautismo, necesitan del sacramento de la Penitencia para salvarse. En caso de necesidad se puede sustituir la recepción del sacramento de la Penitencia por el deseo de recibirlo, haciendo un acto de contricción perfecta, con la intención de confesarse cuando pueda.

 «Hay muchos métodos para situar a los jóvenes en la senda que debe conducirles a Jesús: la predicación, la corrección e instrucción privada, la disciplina, el orden; pero hay un método propio y exclusivo de nuestra religión, y es el sacramento de la Penitencia. Piensen otros lo que les parezca, yo tengo para mi en mi simplicidad, que la Confesión bien hecha es la senda más segura para llegar a Cristo» (Gerson).

 3. MINISTRO Y SUJETO DE LA PENITENCIA

 Solamente los obispos y los sacerdotes son ministros del poder que tiene la Iglesia para perdonar los pecados. Sólo ellos pueden dar la absolución. Cristo prometió sólo a los Apóstoles el poder de absolver (Mt 18, 18) y sólo a ellos les dio esa potestad (Jn 20, 23). De los Apóstoles pasó el poder a sus sucesores en el sacerdocio que son los obispos y los presbíteros.

 El sigilo sacramental del ministro de la Penitencia es absoluto; por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente de palabra o de cualquier otro modo y por ningún motivo (Can 983).

 «El sacerdote ansioso de emplearse en acciones grandes, sublimes, nobles, gloriosas, confiese; el que desee ser sumamente útil al prójimo, confiese; el que aspira a granjearse muchos méritos, confiese» (Beato Cafaso).

 Sujeto de la Penitencia es todo cristiano que después del Bautismo haya cometido un pecado mortal.

Los pecados se han de confesar con humildad y sencillez, manifestando los ciertos como ciertos, los dudosos como dudosos y aquellas circunstancias que aumenten o disminuyan la gravedad. Se han de decir el número exacto de los pecados mortales cometidos y si no se recuerda, el número aproximado.

 4. ELEMENTO MATERIAL DE LA PENITENCIA

El elemento material remoto del sacramento de la Penitencia son los pecados del penitente y el elemento próximo son los actos del penitente: contrición y satisfacción.

 Los pecados mortales no confesados es materia necesaria; los pecados veniales es materia suficiente, pero secundaria y libre; los pecados mortales y veniales perdonados ya en confesiones anteriores constituyen materia suficiente y conveniente, pero no necesaria ni obligatoria.

 La confesión de los pecados debe ser sincera, íntegra y humilde.

 La confesión de los pecados, incluso desde el punto de vista humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás.

 El concilio de Trento definió la contrición como “dolor del alma y aborrecimiento del pecado cometido, juntamente con el propósito de no volver a pecar”.

 La contrición se divide en perfecta e imperfecta (atrición).

 La contrición perfecta es un sentimiento o pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios por ser Él quien es, Bondad infinita, digno de ser amado sobre todas las cosas.

El dolor de contrición perfecta perdona inmediatamente los pecados mortales, si se tiene el propósito de confesarlos cuanto antes.

 La contrición imperfecta o atrición es un sentimiento o pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios por temor al castigo del infierno o por la misma fealdad del pecado.

 El dolor de atrición es suficiente para conseguir el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia.

 La satisfacción son las obras u oraciones impuestas por el ministro al sujeto que ha confesado para que expíe las penas temporales, debidas por sus pecados.

 Al confesar, el Señor perdona los pecados en cuanto a la culpa del pecado y su castigo eterno, pero no siempre perdona todas las penas temporales debidas por los pecados, que se han de purificar en el Purgatorio.

 «Tened presente que todavía está vigente y lo estará por siempre en la Iglesia la necesidad de la Confesión íntegra de los pecados mortales y la norma en virtud de la cual para la recepción digna de la Eucaristía debe preceder la Confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal» (Juan Pablo II).

  1. FÓRMULA RITUAL DE LA PENITENCIA

La fórmula ritual de la Penitencia son las palabras de la absolución que pronuncia el sacerdote: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

 Las oraciones que preceden y siguen a la absolución no pertenecen a la esencia de la fórmula ritual y pueden omitirse por una razón poderosa.

 La absolución del sacerdote en unión con los actos del penitente de atricción y satisfacción produce la remisión de los pecados.

 “La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único medio ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede tener también por otros medios” (Can 960).

 «Como sabéis; no se puede recurrir a la absolución general más que en circunstancias muy excepcionales. Además, la absolución colectiva no dispensa de la posterior Confesión individual y completa de los pecados mortales» (Juan Pablo II).

  1. CONFESIÓN SACRÍLEGA E INVÁLIDA

Confesión sacrílega es la confesión voluntariamente mal hecha porque el penitente se calla, queriendo, un pecado mortal o engaña al confesor en cosa grave o se confiesa sin arrepentimiento de sus pecados (atrición), sin propósito de la enmienda, o sin intención de cumplir la Penitencia.

El que ha confesado sacrílegamente, comete un gravísimo pecado, no se le perdonan los pecados confesados y queda con la obligación de confesarse bien de todo lo ocurrido.

Confesión nula o inválida es la que por ligera negligencia o inadvertencia del penitente, le falta alguno de los requisitos para obtener el perdón de los pecados que son: la contricción, la confesión y la satisfacción.

 Santa Teresa de Jesús le dijo a un misionero: “Padre, predique Vuestra Reverencia a menudo sobre las confesiones sacrílegas porque Dios me ha revelado que la mayor parte de los cristianos que se condenan es a causa de las confesiones mal hechas”

  1. CELEBRACIÓN DE LA PENITENCIA

Después de hacer el examen de conciencia en la presencia de Dios, arrodillado ante el sacerdote, dirás: Ave María Purísima. El sacerdote contestará: Sin pecado concebida. Tú dirás: Padre, hace (el tiempo que no te confiesas), cumplí la penitencia que me impuso el confesor, tengo dolor de mis pecados y propósito de enmendarme y me acuso de estos pecados (empieza diciendo los más importantes).

El sacerdote, después de oír tus pecados, te dará unos consejos que te ayudarán a ser mejor y te impondrá la satisfacción o Penitencia correspon­diente.

Mientras el sacerdote perdona tus pecados, rezarás en voz baja el acto de contrición.

A las palabras de la absolución del sacerdote, contesta: Amén.

Cumple cuanto antes la Penitencia, para que no se te olvide.

Nuestra Santa Madre Iglesia ha recomendado siempre la confesión frecuente: “Para progresar cada día con más fervor en el camino de la virtud queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la Confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo, con el que se aumenta el conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del sacramento. Adviertan, pues, los que disminuyen y rebajan el aprecio de la Confesión frecuente que acometen una empresa extraña al espíritu de Cristo” (Pío XII, Mediator Dei).

«Es necesario comprender la importancia de tener un confesor fijo a quien recurrir habitualmente: él, llegando a ser así también director espiritual, sabrá indicar a cada uno el camino a seguir para responder generosamente a la llamada de la santidad». (Juan Pablo II).

  1. LAS INDULGENCIAS

El perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia lleva consigo el perdón de las penas eternas del infierno. Pero las penas temporales merecidas por el pecado permanecen en parte. Estas penas temporales pueden repararse con la oración, los sacrificios, las limosnas… en esta vida o por la purificación del purgatorio.

Las penas temporales también se purifican por las indulgencias concedidas por la Iglesia, que abre el tesoro de los méritos de Cristo, de la Virgen y de los santos para aplicárselos a los cristianos. Dios, Padre de misericordia, nos concede la remisión de las penas temporales debidas por los pecados.

Indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal debida por los pecados, perdonados ya en cuanto a la culpa.

Indulgencia parcial es la que libra sólo una parte de la pena temporal debida por los pecados.

Indulgencia plenaria es la que libra totalmente de la pena temporal debida por los pecados.

Todo cristiano puede lograr para sí mismo o para aplicar a los difuntos, a manera de sufragio, indulgencias tanto parciales como plenarias.

Para ganar una indulgencia plenaria se requiere el cumplimiento de la obra prescrita por la Iglesia (p. Ejem. visitar un santuario) y cuatro condiciones: Confesión sacramental (puede ser ocho días antes o después de la obra prescrita); comulgar en gracia de Dios el día prescrito; una oración por las intenciones del Papa (puede rezarse un Padrenuestro, Avemaría y Gloria, u otras oraciones); y detestar y aborrecer los pecados.

Con decreto de 29 de junio de 1968, la Sagrada Penitenciaria Apostólica publicó un catálogo de indulgencias. Transcribimos diez indulgencias plenarias: 1) Adoración al Santísimo Sacramento, al menos por espacio de media hora. 2) Rezo del santo Rosario en una iglesia, en familia, en comunidad o en una piadosa asociación. 3) Lectura de la Sagrada Escritura por espacio de media hora. 4) Ejercicio del Vía Crucis. 5) Visitando el cementerio del 1 al 8 de noviem­bre (los demás días se gana indulgencia parcial). 6) Asistiendo a la Acción litúrgica del Viernes Santo, besando devotamente la cruz. 7) Practicando Ejercicios Espirituales, al menos durante tres días. 8) Al niño que recibe la Primera Comunión y a los fieles que asisten al acto. 9) Renovando las promesas del Bautismo en la ceremonia de la Vigilia Pascual y en el aniversario del propio Bautismo (parcial los demás días). 10) Al sacerdote que celebra la primera Misa y a los fieles que participan.

Meditación sobre María Inmaculada: la Redención

01 lunes Sep 2014

Posted by manuelmartinezcano in Meditaciones de la Virgen, Uncategorized

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Veamos hoy, en fin, a la Santísima Virgen tomando parte en la Obra de la Redención humana con Cristo- Jesús y cómo tomó parte en esa obra, precisamente por ser Inmaculada.Virgen Inmaculada

1º La Obra de la Redención. -La más importante de Dios -mucho más que la creación.- Para crear bastó una palabra… Para redimirnos fue necesario que el Hijo de Dios en persona bajase a efectuarla. -Y… ¿de qué modo? -del más humillante para Dios y más ventajoso para nosotros. -Porque Dios, al humillarse en la Redención, no. sólo nos redimió, sino que acortó la distancia que separaba al hombre de Dios, y se hizo igual a nosotros para que nosotros fuéramos iguales a Él. -¡Qué bondad!… ¡Qué amor!-Pues bien, en esta obra tan grandiosa de Dios, tan verdaderamente divina, de tal modo quiso el Señor asociar a la Santísima Virgen, que viniera a ser la solución de los «dos conflictos divinos», como los llama San Agustín, que parecían insolubles a la sabiduría humana.

2º Primer conflicto divino. –La ofensa del hombre había sido de alguna manera, infinita en su malicia, porque el ofendido era infinito y la ofensa depende de la persona ofendida.-Por tanto, sólo una obra infinita podía dar debida satisfacción y reparación justa a este pecado. –Obras infinitas nadie puede hacer sino Dios…, luego El solo podía redimir al mundo.-Pero la Redención había de efectuarse por medio del sacrificio que es la destrucción de una cosa en honor de Dios, y por tanto, si Dios no puede sufrir, ni padecer, ni morir, ni destruirse, Dios no podía ser la víctima o la hostia de ese sacrificio. -Conflicto divino… Imposibilidad absoluta…, por una parte la víctima no puede ser sino Dios, por otra, Dios no puede ser víctima… ¿qué hacer?, ¿dónde encontrar la solución?… –Fue necesario todo el poder y la sabiduría de Dios…, toda la santidad y amor del Espíritu Santo, para que por su medio se llevara a cabo la magnífica solución, y en efecto, «en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen formó el Espíritu Santo de la purísima sangre de esta Señora un cuerpo perfectísimo», etc… Medita despacio estas palabras del Catecismo y verás cómo la solución de todo, fue la Santísima Virgen Madre de Dios, en cuyo seno el Verbo se hizo carne.-Ya tiene Dios una Madre; ya tiene cuerpo que Ella le ha dado, y sangre para ofrecer por la redención del mundo…, ya puede ser víctima…, ya puede efectuarse la Redención, gracias a María.

3º Segundo conflicto.-Pero esta víctima tenía que ser sin pecado, porque iba a redimir al mundo y pagar por el pecado. -Mas si esa víctima había tomado su carne y sangre de María, seria una víctima humana, como nosotros, y nosotros nacemos en pecado. -¿También aquella víctima nacería como nosotros en pecado?-No puede ser, eso es un absurdo. -Entonces, ¿cómo solucionar esta dificultad?-No hay más que una· solución…, la que supone un· milagro inaudito, un prodigio extraordinario, un privilegio único… y como para Dios no hay imposibles, El lo quiso y se hizo… y María Inmaculada, sin pecado concebida, es la solución que· da a Dios la carne pura y la sangre limpia que puede ser víctima santa del sacrificio de la cruz.-Por Cristo somos redimidos, pero Cristo nos redime por medio de María Inmaculada. -¡Gloria al Redentor! ¡Gloria a la Corredentora!

Por eso, María que tanta parte tuvo en esta obra de la Redención, no podía faltar cuando se llevó a cabo en la Cruz.-y si no estuvo presente con su Hijo en sus predicaciones apostólicas, ni fue testigo de todos sus milagros, ni le acompañó en sus horas de triunfo, pero a la hora del sacrificio apareció junto a su Hijo y tan unida con Él que mientras su Hijo sufría las punzadas de las espinas, las sacudidas de los azotes, el golpe de la muerte, allí estaba Ella, sufriendo todo eso en su corazón, bebiendo con Jesús hasta las heces el cáliz de la Pasión… , uniéndose con Él en el ara de la Cruz, como dos víctimas de un mismo sacrificio…, como dos hostias que se inmolan en un mismo Altar…, pero Hostias y víctimas agradables a Dios por ser santas, puras, inmaculadas.

Da gracias a la Santísima Virgen al verla así cooperando tan eficazmente a nuestra salvación… y al ver cómo la solución de todo, es su pureza inmaculada, enamórate cada vez más de esta preciosa virtud tan del agrado de Dios y tan querida de la Santísima Virgen.

Página para meditar nº102

01 lunes Sep 2014

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Fiesta de la Inmaculada en la Cartuja

Estuve presente con Salvador, Jesús y Rafael en la profesión temporal del Hermano Lorenzo María Sanz, en la cartuja de Aula Dei. A las 9 de la mañana, mientras sonaban majestuosas las campanadas en la torre, entraban en el coro de la gran iglesia los cartujos del monasterio.inmaculada-04 El Hermano Lorenzo se situó en el primer lugar más cerca del altar. Siguieron las oraciones y salmodia rituales que precedieron a la Santa Misa. En el ofertorio el P. Prior se adelantó a las gradas. Allí con voz emocionada pronunció su profesión el Hermano Lorenzo. Luego el P. Prior le cambió la cogulla negra por la blanca de la Orden Cartujana, suplicándole al Señor cambiara a su vez en el Hermano Lorenzo al hombre viejo por el hombre nuevo nacido ya de la justicia y la santidad. Y acompañado de dos profesos mayares, volvió a su lugar en el coro. Siguió la Santa Misa. Terminó la postración durante la acción de gracias. Silenciosamente volvieron aquellos santos varones a sus celdas. Nosotros pudimos abrazar en el claustro, a la salida, al Hermano Lorenzo María y expresar nuestro gozo. Aquella mañana un agua muy fina ponía un manto de recogimiento en todas las cosas. Pero nuestras almas estaban bañadas en una luz que venía del otro lado de los sentidos. Comimos fraternalmente en el interior del monasterio, la sobria y apetitosa comida cartujana. Qué experiencia de caridad junto a Lorenzo, junto al P. Prior, junto al P. Pablo. ¡0h Cartuja de Aula Dei, Casa de Dios, remanso de cielo, puerta de la pobreza para poseer todos los tesoros!

Os tuve durante todo el día presente a todos, a toda la Asociación, a cada uno en particular. Quise traerme en el corazón las lecciones de la Cartuja: todo sencillez, naturalidad y generosidad sin fronteras en el servicio de Dios; todo silencio y vida interior para encontrar al Amor y estarse amando al Amado; todo caridad para con el Creador y con sus criaturas, en la gran familia de los hijos de Dios. Sencillez, vida interior, caridad, es el regalo que os traje ese día. Y un himno de acción de agracias a Dios que nos ha hecho el beneficio inmenso de haber escogido de entre nuestras filas al Hermano Lorenzo, para que en la Cartuja viva sólo para Dios y para bien de nuestras almas.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 102, diciembre de 1986

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Ejercicios Espirituales predicados por el P. Cano

Meditaciones y Pláticas del P. José María Alba Cereceda, S.I.

Varios volumenes de apóx. 370 páginas. Precio volumen: 10 €. Pedidos: hnopablolibros@gmail.com

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“Espíritu Santo, infúndenos la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”. Padre Santo Francisco.

"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

Nuestro ideal: Salvar almas

Van al Cielo los que mueren en gracia de Dios; van al infierno los que mueren en pecado mortal

"Id al mundo entro y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado" Marcos 16, 15-16.

"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

"No seguirás en el mal a la mayoría." Éxodo 23, 2.

"Odiad el mal los que amáis al Señor." Salmo 97, 10.

"Jamás cerraré mi boca ante una sociedad que rechaza el terrorismo y reclama el derecho de matar niños." Monseñor José Guerra Campos.

¡Por Cristo, por María y por España: más, más y más!

www.holyart.es

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