Capítulo 45
Que no se debe creer a todos,
y que es fácil resbalar en las palabras
El Alma.- 1. «Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la ayuda del hombre» (Sal 59,12).
¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo pensaba?
Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti, ¡oh Dios!
Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos suceden.
Flacos somos y mudables; presto somos engañados, y nos mudamos.
- ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad?
Mas el que confía en ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente.
Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al que en ti espera.
Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo.
Tú, Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro semejante. - ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: «Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo»! (santa Águeda).
Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas.
¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros?
Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente?
Pues, ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros?
Pero somos hombres, y hombres frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles.
Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a ti? Eres la Verdad, que no puede engañar ni ser engañada.
En cambio, «todo hombre es mentiroso» (Sal 115,2), frágil, mudable y resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que apenas se debe creer luego lo que a primera vista parece recto. - Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres (Mt 10,17), que «los enemigos del hombre son los de su casa» (Mt 10,36) y que no diésemos crédito al que nos dijese: «¡A Cristo míralo aquí o míralo allí!» (Mt 24,23).
He escarmentado en mí mismo. ¡Ojalá sea para mi mayor cautela y no para continuar con mi imprudencia!
Cuidado -me dice uno-, cuidado; reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se fue.
Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas.
Pon en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas astutas.
De lo que no quiero sufrir, mucho me debo guardar. - ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza; descubrirse a pocos, buscarte siempre a ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores salgan perfectas según el beneplácito de tu voluntad!
¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir las apariencias humanas y no codiciar las cosas de fuera que causan admiración, sino seguir con toda diligencia las que dan fervor y enmienda de vida!
¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo!
¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que toda ha de llamarse malicia y tentación!