La página de hoy me la dicta la pregunta de muchos de vosotros sobre la pobreza ¿Cómo vivir más interiormente la pobreza evangélica?stmartin2

El espíritu evangélico es el espíritu de nuestro Señor Jesucristo. Por eso sin un grande amor a Jesucristo, sin un gran deseo de imitar su espíritu, de copiar su manera de obrar y pensar sin un gran afán dé configurarse en todo con Jesucristo, según lo permita nuestra miseria, no es posible vivir la pobreza evangélica, como ninguna otra de las virtudes evangélicas. La súplica del amor a Jesucristo, la súplica de ser devotos de verdad de su Sagrado Corazón, ha de ser la petición primera de toda nuestra vida.»Conocimiento interno de mi Señor Jesucristo, para que más le ame y le siga”.

La pobreza evangélica es la gran avenida que nos conduce directamente al corazón de la ciudad de la perfección evangélica. Pobreza que es no querer avenirse con las costumbres mundanas y los usos mundanos. Pobreza que me aparta de lo superfluo mundano y me lleva a vivir mi vida en las playas de la luz y la verdad, donde los contornos están bien dibujados, hay línea nítida de separación de las n aguas y no hay tintas medias ni tonalidades grises a la vista.

Es una austeridad alegre de vida. Austeridad que comienza en los mismos juguetes de los niños, para seguir con procurar en el cuidado de las cosas su duración, y no tener que renovar nuestro ajuar cada temporada. Austeridad alegre, en poder dedicar a pequeñas limosnas lo que conseguimos sustraer a los caprichos. Austeridad alegre que nos lleva a citarnos ante una iglesia o ante una casa conocida y no en el interior de un bar. Austeridad alegre para reunirnos en nuestras propias casas, para celebraciones, reuniones de hermanos y amigos, para reunirnos en nuestro propio local, en lugar de «salir» por la noche a cenar con gastos innecesarios y utilización muchas veces de ritmos de vida mundanos.

Me preguntan algunos. ¿No podemos salir de noche, salir a cenar? Los matrimonios para hablar a solas si lo necesitan sí. Pero poco, pues su oficio es el templo doméstico. Los demás jóvenes, deben pensar que es mejor obsequiar a nuestros amigos con el calor de mi hogar, con la alegría de una familia, con una reunión entre nosotros mismos, con una cena más frugal quizá, pero inmensamente más apetitosa y cristiana. ¡Oh las cenas que recordaba S. Juan durante su vida! Las cenas con Jesús, en el cenáculo, en Tiberiades, en Emafis, en los caminos de Palestina. Cenar todos juntos en una casa es dilatar los espacios de nuestra caridad y una manera alegre de pobreza. Más casa, menos bar. Más familias. Menos cafeterías. Más juntos a solas o más felices y menos bajo las miradas del maitre, y las horas altas de la noche por calles y plazas. Hemos de ser otro pueblo para Jesús. Un pueblo de donde brotan vocaciones a la santidad con la renuncia al espíritu mundano.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 107, mayo de 1987