Dice San Ignacio en la meditación sobre el llamamiento de los apóstoles que consideremos estas tres cosas en ellos. La primera es ser de ruda y baja condición. La segunda, la dignidad a la que fueron llamados como contraste. La tercera, los dones y gracias a que fueron elevados.
Estas consideraciones nos pueden servir de pauta para dar gracias a Dios en la ordenación sacerdotal de Javier y José María.
Nuestra Asociación es una gran familia, en la que se suman todas les familias que la componen. Pero bien podemos decir con da verdad de nuestra Unión Seglar: «Mirad hermanos quienes habéis sido llamados. Que no hay entre nosotros muchos sabios, según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo lo escogió Dios para confundir a los sabios; y lo débil del mundo lo escogió Dios para confundir lo fuerte; y lo vil del mundo y lo tenido en nada se escogió Dios, lo que no es, para anularlo que es; a fin de que no se gloríe mortal alguno en el acatamiento de Dios».
Pues bien, de la ruda y baja condición de nuestra Asociación, donde no hay muchos sabios, ni poderosos, ni nobles, ha llamado el Señor a muchas vocaciones al sacerdocio y ahora a los dos nuevos sacerdotes. Todo ello debe llenarnos de humildad, para sentir nos nada en la presencia de Dios, y al mismo tiempo llenar nuestro corazón de agradecimiento para con el Señor que ha puesto con predilección ubérrima los ojos en nuestra miseria para que Dios sea glorificado. Y al mismo tiempo tener un santo temor de no apartarnos del camino por el que el Señor nos llamó y nos marcaron nuestros mayores. La fecundidad no procede de nosotros, sino de la vida íntima de la Iglesia. El día que nos apartemos de la voluntad de la Santa Iglesia manifestada en su Magisterio y en la vida de los Santos, con la esterilidad espiritual, habremos firmado nuestra sentencia de muerte como Asociación Católica.
Sin embargo, estos dos hermanos nuestros han sido elevados a la mayor dignidad posible en la tierra, que es la de ser ministros de Jesucristo para la obra de la redención y salvación de los hombres. Al venerarlos como sacerdotes y quererlos como hermanos nuestros y también ya como nuestros padres en la fe y vida cristiana, debemos ansiar que nazcan en nuestras familias nuevas vocaciones sacerdotales. Esa ha de ser la gloria de nuestra Asociación y no queremos otra. Que en el clima en el que vivamos la súplica de nuestras oraciones tenga siempre este estribillo: Señor, míranos con misericordia; llama a muchos de nuestros hermanos y de nuestros hijos para la vida divina del sacerdocio.
Quisiera terminar estas consideraciones haciéndoos pensar en los dones y gracias que suponen para José María y Javier los días llenos que van a vivir ya siempre en su sacerdocio, en el que perseverarán con la gracia de Dios. Pero esos dones y gracias se acrecentarán para todos el día dichosísimo en el que la Unión Seglar pueda ofrecer a la Santa Iglesia junto a nuevos sacerdotes, también las primicias de misioneros. ¡0h si, la viña es el mundo entero! Pidámosle al Señor de la mies, ser testigos en un día no lejano de misioneros salidos de nuestras filas para cultivar mieses, hoy abandonadas por falta de operarios, en tierras de misión. La Unión Seglar en su incapacidad habrá llegado a ser misionera, no sólo por la oración, sino por el ministerio sacerdotal de algunos de sus hijos. Fiat, fiat.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 109, julio-agosto de 1987