Se fue al cielo
En una peregrinación final a Zaragoza para postrarse ante la Virgen del Pilar, después de su peregrinación en la tierra de Jesús, se encontró Sonia con el fin de la peregrinación terrena. Se encontró definitivamente con Jesús en los brazos de María.
Ha sido Sonia un hermoso regalo de la Santísima Virgen a nuestra Asociación de la Inmaculada, estos dos últimos años. Que el ejemplo de su paso entre nosotros no quede en un emocionado recuerdo. Sea acicate para caminar con la generosidad que ella caminó al encuentro del Señor.
Las muchas ocasiones que me deparó el Señor de entrar en su alma y las veces que ella me manifestó sus repliegues más íntimos, me permiten dibujar estos cuatro rasgos precisos que definen su personalidad espiritual.
Sonia fue ejemplo de oración. Su oración formaba en ella una barrera que la impedía ser devorada por las cosas del mundo, como ocurre a muchas personas llamadas espirituales. Su oración vocal la llevaba a la oración mental que había llegado a la oración de quietud y unión. En medio de las cosas humanas era verdaderamente libre, conservando siempre inalterada su paz, que solamente vi perder por un instante, una sola vez. La acción no hizo nunca que perdiera su contemplación interior.
Sonia fue ejemplo de fidelidad. Fiel en todo al Espíritu de Dios que en poco tiempo se adueñó de su ser; fiel a las inspiraciones, fiel a la obediencia, pidiendo consejo para toda determinación y siguiendo los consejos del confesor en todo; fiel a su vocación religiosa, indiferente a fechas y lugares, pero fidelísima a no desviarse lo más mínimo de la llamada a la vida contemplativa para la que se preparó con toda su capacidad de entrega.
Sonia fue ejemplo de fortaleza. Avanzó sin miedo con la fuerza del amor a Jesucristo hacia la perfección. No temió críticas ni obstáculos. Niña y joven, confiada y constante se dejó poseer de un sereno valor que la hizo a la par obediente y plena de iniciativas para agradar más a Dios. Una vez decidió seguir la voz del Señor, nunca más volvió la vista atrás. Ni amistades antiguas ni compromisos nuevos torcieron ya su ruta. Podría parecer a una mirada superficial que dudaba en algunas circunstancias. No fue así, un señorío íntimo la hacía ordenar todos sus afectos para al final abrazarse con fortaleza con su deber y con los gustos de Dios.
Sonia fue ejemplo de apresuramiento para llegar. María se apresuró para ir a visitar a Santa Isabel. Sonia quiso imitarla y también corrió para su encuentro de amor en el Cielo. Todo lo oía. A todos escuchaba. A todos atendía tras su sonrisa insinuada. Siempre alegre en su interior, muy pronto dejó las niñerías adolescentes para hacerse muy mujer. Joven y mujer aprendió a edificar el edificio de la santidad. Puedo decir que corrió mucho porque sin quitar nada a la acción de las circunstancias y de las almas buenas que Dios puso en su camino, sólo el Espíritu Santo gobernó y dirigió su alma. Sólo Dios fue su Pastor. Por eso todos llegaron tarde. Iban a la zaga, sin entender que quien corría con María estaba ya tocando los umbrales del Cielo.
Pocos ratos tuvo en sus últimos meses de oscuridad. Siempre íntimamente consolada, usaba y tenía, como si no usara ni tuviera. Desprendida de todo, experimentó la hondura “del río de paz”. Ese río de paz que se hizo en su alma y que habla de desembocar ya en el Cielo, en el Corazón del Rey de la Paz, del que es la Paz por esencia.
¿Fue santa, Sonia? ¿Fue mística, Sonia? Os diré que guardó la pureza bautismal. Os repetiré que ha sido un regalo de la Santísima Virgen para nuestra Asociación. Para que la cosecha de este año mariano sea por intercesión de Sonia, racimo de vocaciones, de almas santas, de almas místicas en nuestra Asociación de la Inmaculada.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 110, septiembre de 1987