A PROPÓSITO DE ALGUNOS “PEROS”
- “Pero a lo menos hacemos algún bien… Así, haciendo un poco de bien y un poco de mal, vamos adelante, y también nosotros salvaremos el alma”. Así hablan algunos.

¡Qué común es este engaño! Esto es, que para salvarse basta hacer un poco de bien; por ejemplo: ir a Misa los días festivos, no comer carne los viernes, dar alguna limosna a la Iglesia y después no hacer mucho caso de los pecados que se cometen. Es un grave error. Lo dice expresamente el Señor en la Sagrada Escritura: “No se puede servir a dos señores: Dios y el demonio”. Si durante la guerra un soldado combatiese un mes en un ejército y el otro mes en el ejército contrario y después volviera al primer ejército, sería declarado traidor y condenado al fusilamiento.
Del mismo modo es traidor el cristiano que, por ejemplo, sirve al Señor en la mañana del domingo yendo a Misa y por la tarde sirve al demonio yendo a un baile o a un cine malos; o bien el que canta las vísperas los domingos y después acaba el día con una solemne borrachera en la taberna; o el que lleva el estandarte en las procesiones y después durante la semana, blasfema como un turco. El enfermo de tifus que por la mañana toma la medicina y por la tarde va a un banquete de bodas, muere, a pesar de la medicina tomada. De la misma manera, también se condena el que busca combinar el ir a la Iglesia por la mañana y después, por la tarde, volver al pecado.
Así como un comerciante para ser honrado ha de vender las mercancías a su justo precio no sólo en la tienda, sino también en el mercado y en las casas particulares, del mismo modo para vivir como buenos cristianos y merecer el Cielo es necesario observar la ley de Dios siempre y en todas partes.
El que come un buen trozo de carne con salsa envenenada muere; el que va por la carretera unas veces por su derecha y otras por su izquierda, termina en la fosa, y el que hace un poco de bien y un poco de mal, acaba en casa del diablo.
Para salvarse es preciso no sólo hacer un poco de bien, sino evitar todo pecado mortal.
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- “Pero nosotros – añaden otros – celebramos nuestras fiestas con gran solemnidad; recientemente hemos celebrado un centenario y también las bodas de plata del párroco de una manera maravillosa”.
Ante todo, se ha de observar que para salvarse no basta celebrar cualquier fiesta solemne, sino que es preciso santificar todos los domingos y todas las fiestas de precepto, oyendo la Misa y absteniéndose de los trabajos serviles. El que, por ejemplo, con ocasión de la llegada del párroco celebra una fiesta solemnísima y el domingo siguiente trabaja en el campo sin verdadera necesidad o sin legítima dispensa, o pierde la Misa pudiendo ir. a ella, es claro que no merece el Cielo.
No basta celebrar fiestas para ser buenos cristianos, sino que es necesario observar los mandamientos.
Y así como al párroco no le agradan las fiestas que se hacen desobedeciéndole, por ejemplo, con bailes públicos, así tampoco honran a Dios las fiestas en las que a la diversión se une el pecado; por ejemplo, galanteos reprobables, embriagueces, crápulas. En tal caso no se haría una fiesta a Dios, sino a nosotros y a nuestros vicios; sería como si se regalase una bicicleta de carreras a un abuelo que cumple cien años, o un turrón de almendras a la abuela sin dientes. El intento del nieto no sería agradar a los abuelos, sino gozar el de los regalos.
Dios dice que las fiestas hechas por quienes aman el pecado son para Él como fango podrido. “He odiado vuestras fiestas y no agradeceré el perfume de vuestras reuniones” (Amós). “Vuestras solemnidades sirven de odio para mi alma” (Isaías). “Maldeciré y volveré a maldecir vuestras bendiciones; las maldeciré porque no me habéis hecho caso. He aquí que os arrojará a la cara el estiércol de vuestras solemnidades y seréis dispersados con ellas” (Malaquías).
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III. “Pero – y éste es el pero de todos los “peros” – en nuestro tiempo es imposible vivir en gracia de Dios evitando continuamente el pecado mortal”.
Es un error gravísimo creer que en algunos casos sea prácticamente imposible vivir en gracia. En efecto, del mismo modo que ni siquiera a las bestias se las carga con pesos superiores a sus fuerzas, así Dios no nos exige tampoco lo imposible. Un patrono que castiga a un obrero por no haber ejecutado un trabajo superior a sus fuerzas, es malo y cruel. Un rey que condena a la prisi6n y a la muerte a un súbdito que no ha pagado un tributo superior a sus posibilidades económicas, es un tirano.
Así también, si un solo hombre en el mundo, en una determinada circunstancia de su vida, no pudiese evitar el pecado mortal, Dios sería injustísimo y el tirano más cruel, porque castigaría con un infierno eterno lo que no se había podido evitar. Por el contrario, dice expresamente: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis reposo para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Y es, por el contrario, una verdad de fe y, por lo tanto, segurísima que cada uno de nosotros puede abandonar todos sus vicios, no cometer más pecados y hacerse santo. ¡Qué bella realidad! Mientras que en algunos casos hay que resignarse a tener que morir, nunca hay que resignarse a ir al infierno. Hay siempre y para todos, remedio, lo asegura Dios mismo.
«DEBEMOS AMAR A MARÍA SANTÍSIMA PORQUE DIOS LO QUIERE”, dice San Antonio María Claret. A lo menos cada día demuéstrale filialmente que amas a la Virgen no olvidándote de rezar, de corazón y sin rutina las TRES AVEMARÍAS.