Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos mensuales: octubre 2014

Generación Perversa

08 miércoles Oct 2014

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Cristo dijo a los de su generación: “sois una generación perversa”. Meditemos el Evangelio, todos, eclesiásticos y seglares, que hace falta, mucha falta; porque el mundo, el demonio y la carne están pervirtiendo la doctrina de Cristo. La democracia, esta democracia, ha salido del infierno: esta democracia es una estructura de muchos pecados: aborto, eutanasia, divorcio, corrupción, educación impía, etc. Unos partidos políticos contra la ley de Dios.695x521xJESUS-Y-LOS-APOSTOLES.jpg.pagespeed.ic.HSopFWou8H

Franco no promulgó ni una ley anticatólica; Franco ayudó siempre a su santa Madre Iglesia; Franco ha sido el jefe de Estado más alabado por la jerarquía de la Iglesia en los dos últimos siglos. Somos muchos los que pensamos que puede iniciarse su proceso de beatificación y canonización. Ahora, que se habla y escribe un poco de la Doctrina Social y Política de la Iglesia, se debería añadir que Franco fundamentó todas sus leyes en el Magisterio de la Iglesia. La bestia negra no es Franco, la bestia negra es la democracia.

Hace años dando los ejercicios espirituales en la diócesis de Castellón se me ocurrió escribirles a cuatro obispos españoles. El primero fue a Moneñor Juan Antinio Reig Pla, en aquel tiempo obispo de Castellón, hoy de Alcalá de Henares. Les decía a los señores obispos que cuándo íbamos a enfrentarnos cuerpo a cuerpo contra los enemigos de la Iglesia, que no podemos ser perros mudos. Siempre lo he considerado un obispo valiente que “llama a las cosas por su nombre”, como titula el último articulo que he leído del Sr. Obispo.

El aborto es un holocausto satánico, programado y realizado por eso que llaman democracia. Dónde están los descendientes de los “profetas estúpidos” que calumniaron a Monseñor José Guerra Campos, cuando éste obispo –sabio, santo y valiente- les dijo a los que colaboraron en la primera ley del aborto en España que eran pecadores públicos y no podían recibir los sacramentos. Sólo Guerra Campos lo hizo público.

¿Es una generación perversa la democrática?

Cristo dijo: “!Raza de víboras!” “Id malditos, al fuego eterno”.

Sigamos meditando el Evangelio, en compañía de la Santísima Virgen María, que nos dijo en Fátima, y en otros lugares, que: “son muchos los que se condena y van al infierno”. Y Jesucristo, la Misericordia Divina, hizo ver a Santa Faustina que muchos están condenados porque “no creyeron que hay infierno”.

¿Quiénes van al infierno? Los que muren en pecado mortal.

¿Quiénes van al cielo? Los que mueren en gracia de Dios.

Manuel Martínez Cano, mCR.

Meditación sobre la Virgen María: la presentación

08 miércoles Oct 2014

Posted by manuelmartinezcano in Meditaciones de la Virgen, Uncategorized

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Tan tierno y delicado es este misterio de la vida de la Santísima Virgen, cuanto sumamente práctico por las grandes enseñanzas que encierra para nuestras almas.Presentacion-de-Maria-Templo

1º Prontitud en seguir la vocación de Dios. He aquí una de las enseñanzas más admirables de este paso.- Contempla a la Virgen niña, de edad de tres años, desprenderse de sus padres, subir corriendo las gradas del Templo, sin volver siquiera la vista hacia atrás y ofrecerse al servicio de Dios en el Santuario.- ¡Qué detalles más divinos!- ¡A los tres años!- Profundiza bien en esto… ¡Qué prisa se da la Virgen por consagrarse al Señor! Por un milagro excepcional, María, a esa edad tenía todo el uso de su razón, y con esa razón, deliberadamente, dándose cuenta de lo que hacía jalas tres años corre al Templo.- No tenía ningún peligro en su casa que era de santos.- No repara en su tierna edad, en que a- 6.n son tan necesarios los cuidados de’ un padre y sobre todo de una madre. No piensa en el dolor que va a causar a sus padres… ni la preocupa el nuevo género de vida que desconoce.- Todo eso, son razones de la prudencia humana… Ella ha oído la voz de Dios e inmediatamente corre a seguirla ¡cuanto antes mejor!- Todo le parece demasiado tarde y por eso, sube corriendo las gradas del Santuario. ¡Qué lección de fervor nos da esta Niña!

Compárate con· Ella y mira si así sirves tú al Señor. ¿Qué haces con las inspiraciones y llamamientos de Dios?.. ¿Los sigues con esa prontitud?… ¿Te arrojas así de ciegamente, sin pensar en nada… así de confiadamente, sin preocuparte por nada… como María en brazos del Señor, y dejando a Él el cuidado de todas las cosas?- ¡Cuándo llegaremos a este desprendimiento de todo…, hasta de nosotros mismos…, de nuestro modo de ver las cosas…, de nuestro propio parecer…, para obrar sólo como Dios quiere!…

2º Consagración de María.- Penetrada en el Templo, se ofrece al Señor, y a Él se consagra para ser toda suya, y para siempre.- ¡Cómo haría la Santísima Virgen esta consagración y cómo se complacería el Señor en ella!- Recuerda las veces que tú también has dicho algo semejante a Dios… ¡Cuántas veces te has consagrado a Él!… y también le decías que querías que tu alma fuera toda suya y para siempre.- Pero ¡qué diferencia entre tus palabras y las de María!- Las tuyas habrán causado más de una vez al Señor gran pena, el ver lo mal que luego cumplías tu ofrecimiento.- En cambio, ¡qué gloria para Dios la que se derivaría de este ofrecimiento tan perfecto de la Santísima Virgen, tan total, y tan perpetuo!

Considera cómo a María la seduce este pensamiento ¡ser de Dios. Ya lo era desde el primer instante de su concepción…, nunca dejó, ni había de dejar jamás de serlo…, bien lo sabía Ella, pues no ignoraba la gracia que había recibido del Señor… y, no obstante, aún quiere, si esto puede ser, tener más unión con Dios…, ser más de Dios.- ¡Qué ejemplo para ti!- Tú, que tienes más necesidad que Ella (porque tienes más miseria) de esta unión, ¡qué poco la estimas! ¡Qué poco la buscas prácticamente! ¡Qué poco trabajas por adquirirla! ¡¡¡Ser de Dios!!! Que sea este tu único pensamiento, tu único anhelo.- Pídeselo hoy de este modo a María.

3º La vida del fervor.- De aquí deducirás que al Señor no le agrada que se le sirva de cualquier modo, sino como la Santísima Virgen, con fervor- al fervor se opone la tibieza, que es el estado en el que insensiblemente se cae, cuando no se hacen esfuerzos en la vida espiritual. -Sólo con hacer las cosas rutinariamente, sin espíritu de abnegación, de vencimiento, etc…, de la pereza, de la desgana, iremos a parar a la tibieza-. ¡Qué asco y qué repugnancia produce a Dios la tibieza! Dice que al tibio le arrojará, como se arroja con náuseas un alimento que no se tolera.- ¡Llegar a causar náuseas a Jesús!- ¡Provocarle repugnancia!- ¡Qué miedo! ¡Qué santo temor debe causarte este pensamiento!- ¿Estás tú cerca de ese estado?… ¿Vigilas bien tu conducta para encontrarte muy lejos de él?- Mira mucho el ejemplo de María.- No parece sino que Ella tenía ese mismo miedo.- Como si Ella tuviera ese peligro, obra con energía, con decisión, con prontitud, con fervor- Pues si Ella sin tener ningún peligro así obró, ¿cómo debemos nosotros obrar?- No es tiempo de dormirse.- Basta de perder gracias y más gracias de Dios como se pierden e inutilizan por la maldita tibieza.- Guerra a la tibieza, a la flojedad, a la rutina para a imitación de tu Madre querida llegar a conseguir de veras que tu alma sea toda de Dios.

Página para meditar nº 108

08 miércoles Oct 2014

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Año Mariano

De gran gozo ha de ser para todos nosotros que el Año Mariano promulgado por nuestro Padre Santo haya comenzado el mismo primer sábado de mes del mes de Junio, dedicado al Sagrado Corazón.

Está Año Mariano en la idea del Papa quiere ser una renovación del rezo del Rosario y de la vida de devoción a la Santísima Virgen, en la que el Papa y la Iglesia ponen todas sus esperanzas de-salvación.MURILLO_VIRGEN DEL ROSARIO

A San Antonio Mª Claret le dijo la Virgen María: «Antonio, en el rezo del Rosario está la salvación de tu Patria.» Ahora la Virgen nos ha dicho per medio de Sor Lucía de Fátima: «El Rosario es el último medio que se concede al mundo. Después del Rosario ya no habrá otro.»La voz del Papa en medio de la Iglesia, abre su mensa je y dice al mundo: “El Rosario es para todo el mundo, para todas las familias, para la Iglesia, la tabla de salvación.»

Esa enseñanza realizada no solamente de palabra, sino de una forma plástica a través de la Televisión en todo el mundo, ha sido la primera piedra del Año Mariano. A los 70 años del mensaje de la Virgen en Fátima, la víspera del milenario de la conversión de Rusia, el mundo entero, en Roma, en Lourdes, en el Pilar, en América española y en América inglesa, en Asia y en África, millones de católicos se han puesto todos juntos a rezar unidos el Rosario, en unión con el Papa y para alcanzar los frutos del Año Mariano. Toda aquella oración, recordaba a los Hechos de los Apóstoles cuando nos escriben que «estaban todos unánimes en Oración por Pedro.

Qué debemos hacer

Ante todo una renovación profunda del rezo del Rosario en familia y en particular, convencidos de que el rezo del Rosario ha de ser para nosotros el instrumento de salvación del mundo de que nos ha hablado la Virgen, y la preparación ante la proximidad del tercer milenio del cristianismo, como con palabras misteriosas gusta el Papa de aludir a los años que faltan de-consumación del siglo XX. En segundo lugar una renovación de nuestra esperanza en María. Ella es la luz del mundo en esta hora de tinieblas universales. Y pedirle al Espíritu Santo que ilumine a nuestros Directores y todos los miembros de la Asociación para que acertemos en los medios que nos han de llevar a una revitalización de nuestra vida cristiana y mariana, a fin de que en nuestra vida se concreten los frutos del Año Mariano.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 108, junio de 1987

Cristo, luz para los hombres y para los pueblos 1

06 lunes Oct 2014

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Queridos hermanos: La fiesta de la Epifanía celebra la manifestación del amor de Dios, gracias a la presencia visible de Cristo Jesús entre los hombres.
En la oración de la misa de hoy, pedíamos al mismo Dios que, ya que ha revelado a su Hijo a todas las naciones, por medio de la estrella, nos conduzca a todos a la plenitud de su luz. Y recitábamos tras la primera lección el gran deseo de Dios y de los que creen en Dios: «Que todos los pueblos te sirvan, Señor.»guerra campos3

Mis queridos hermanos, esta revelación de Cristo, «para que todos los pueblos te sirvan», constituye ya, en la historia y para siempre, la luz, el sentido, la alegría, la esperanza, el camino y la vida toda.
Nosotros, los españoles, tenemos que dar gracias a Dios porque desde el comienzo quiso que conociésemos a su Hijo encarnado. España, con imperfecciones, pero con toda sinceridad, cogió como pueblo esta luz que brilla para todos los pueblos. La vida cristiana en España es un don continuamente ofrecido y renovado, vocación constante pero ligada, por voluntad de Dios, al gran don de una herencia. Heredamos la luz para que la transmitamos, siendo fieles a la misma. Desde que esta luz brilla en los horizontes de un pueblo, en este caso de España, pasa a ser indiscutiblemente el valor supremo de la vida personal y de la vida comunitaria y por ello cada uno y la comunidad misma, no obstante las variaciones de algunos individuos, hemos de mantener la fidelidad a lo que es nuestro máximo bien, porque estamos consagrados a Cristo.

Hace menos de dos años, el episcopado español, evocando el cincuentenario de una solemne consagración de nuestra patria al Sagrado Corazón de Jesús, exhortaba a renovar algunas de las exigencias actualísimas de esa consagración:
La primera de ellas, la profesión pública de la fe; con palabras del episcopado, la proclamación valiente y gozosa de la fe que Dios nos ha concedido. No podemos esconder la luz de la verdad, sino levantarla sin temor para que ilumine los caminos de hoy.

La segunda, la aceptación incondicional y también gozosa del reinado de Cristo en todas sus dimensiones, temporales y eternas, y el compromiso de procurar y pedir que este reinado, este señorío vivificante, sea reconocido por todos los hombres; que Dios siga siendo de verdad venerado y servido, esto es, que la vida humana se ordene conscientemente, con subordinación filial, al Dios que se ha revelado en Cristo, de quien viene toda luz, toda esperanza, la plenitud del sentido para toda la vida, tanto en lo que tiene de esfuerzo durante la peregrinación, como en lo que tiene de gracia, objeto de contemplación y de esperanza.
Muchos años antes, el episcopado español, en la carta colectiva que dirigió a todos los obispos del mundo en 1937, afirmó este deseo, que era también propósito y esperanza: «Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida.»

La tercera, que el amor de Cristo y a Cristo dé su plenitud a la comunidad humana. Es obligación de la comunidad patria la restauración progresiva del orden social, que «no podrá hacerse con la generosidad, la profundidad y la integridad requeridas si no está inspirada por el amor que brota del Corazón de Cristo». «Desde Él procuraremos renovar a las personas y las estructuras sociales con amor, que es decir con fecunda eficacia y no con irritada y disolvente violencia; podremos defender la justicia, sin convertir esa defensa en la máxima injusticia; impulsaremos el desarrollo en todas sus dimensiones, sin truncar el crecimiento de los valores eternos del hombre» (Exhortación citada).
Cristo, luz de los hombres en comunidad, de los pueblos, se hace visible en todos los tiempos por medio de la Iglesia, que es nuestra madre porque nos da la vida de Dios que baja del cielo; pero, al mismo tiempo, la Iglesia somos nosotros mismos. Nosotros hemos de ser ante los demás la señal visible de la presencia salvadora del Señor. Ciertamente, aun en un país en que gracias al Señor coinciden casi del todo los miembros de la Iglesia y los miembros de la comunidad civil, ella -como dice el Concilio- no se confunde con la comunidad política, porque la Iglesia (aquella dimensión de nosotros mismos, miembros de la patria, por la que somos Iglesia) es signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana. La Iglesia, por medio de nosotros, propone lo trascendente y, a su luz, inspira y anima las soluciones del orden temporal, pero sin reducirse jamás a ser una solución temporal. Y por eso hay -y todos reconocemos, y exigimos autonomía del orden temporal respecto de la jurisdicción de la Iglesia. Aquel tiene sus fines, sus leyes, sus fuerzas, su organización, su autoridad. Autonomía respecto de la jurisdicción de la Iglesia, pero nunca en relación con la autoridad de Dios, porque, como dice el decreto conciliar sobre el apostolado seglar: «El orden temporal se ha de ajustar a los principios superiores de la vida cristiana» (Aa., 7). Y, como dice también el episcopado español en un documento de 1966, recién terminado el Concilio: «La Iglesia aporta al orden temporal, supuestas la autonomía, fuerzas, leyes y organización de dicho orden, el espíritu del Evangelio, es decir, la ordenación final a Cristo; la iluminación del sentido del hombre por la revelación del misterio de Dios Padre en Cristo resucitado; la defensa sincera y la garantía revelada de la libertad y la dignidad de la persona; la promoción decisiva de la unidad, elevando la vida social a una comunión en la caridad; la orientación del dinamismo humano hacia una actitud de servicio y de esperanza; en una palabra, la energía que la Iglesia puede comunicar a la sociedad humana consiste en la fe y la caridad aplicadas a la vida práctica, no en un dominio externo, ejercitado con medios puramente humanos» (GS., 42).

Ahora bien, es una preocupación en estos tiempos para los hijos de la Iglesia, para los hijos de la patria, contemplar una especie de eclipse de la fe, que queda rebajada al nivel de aspiraciones y valores puramente humanos, patrimonio común de creyentes y de ateos, y el eclipse de la caridad, que se reduce a exaltar la libertad de los hombres y, acaso, a una cierta solidaridad entre los mismos.
En realidad, sabemos muy bien que en algunos sectores, incluso eclesiásticos, se aboga decididamente por la muerte de Dios, so pretexto de favorecer así mejor la convivencia y la cooperación entre los hombres. Se difunde por todas partes, también entre nosotros, una manera turbia de considerar esos bienes divinos que son la libertad y los valores humanos como si fuesen simple expresión de la autosuficiencia del hombre y como si esta autosuficiencia fuese salvadora. Se supone que, rebajándonos todos a ese nivel de patrimonio común, se obtendrá más fácilmente la unidad entre los hombres. Se piensa, por tanto, que las sociedades civiles deberían abstenerse de toda motivación trascendente, e incluso se le pide a la misma Iglesia que se limite a promover esos valores o, al menos, que los cultive como condición previa, omitiendo o posponiendo su evangelio específico, su evangelio revelado, porque éste es causa de división. La consecuencia es que muchos, dentro de la Iglesia misma, patrocinan en nuestro tiempo una especie de inhibición misionera. Ya no aprecian como valor primario la fe, la comunicación consciente con el Dios que se nos ha revelado en Cristo, en la oración, en los sacramentos; la acción misionera, que es humilde, gozoso ofrecimiento de la fe, considerada como el bien máximo.

Nosotros sabemos -y esta tarde pedimos al Señor nos lo confirme- que el único modo válido de considerar ese patrimonio común de valores humanos, al que se nos quiere rebajar, eludiendo lo que tiene de don peculiar la fe, es apreciarlos ciertamente como bienes, pero, según explica el Concilio, bienes referidos a Dios como a su fuente, a su meta, y, por lo mismo, aprovecharlos, no para una reducción a niveles inferiores, sino para una elevación. Que sirvan de disposición para acoger lo que es la plenitud de todos los valores, la revelación de Cristo, respuesta y sentido a las aspiraciones e ideales humanos; raíz y cúpula de todos los valores que asoman en el corazón de nuestros hermanos.

Sí, sin duda el hombre ha de asimilar las motivaciones de su vida de modo libre; pero pedimos al Señor que no se disipe en nuestras mentes la evidencia de que la libertad no es indeterminación arbitraría o escéptica; es camino hacia bienes superiores, que son los que dan consistencia y anchura al vivir de cada uno. Por eso experimentamos que la libertad sin norma es esclavitud para el que la padece y es tiranía para los demás. Por eso experimentamos con gozo la gran definición de la libertad: «Servir a Dios es reinar». Y en aplicación práctica a la vida social, a la vida comunitaria en todos los pueblos, y en nuestra patria, sabemos que el servicio de la sociedad a la libertad, porque no hay libertad sino en la sociedad, en promover positivamente las condiciones favorables para que los hombres descubran y vivan los valores fundamentales, para que puedan conocer y amar a Cristo.

Se nos habla de respeto al pluralismo. Respondemos que, sin duda, merece respeto la libertad creadora en el ancho campo de lo opinable, y que no hemos de restringir arbitrariamente este campo; pero tampoco hemos de caer en el escepticismo absurdo. Ante las desviaciones manifiestas, sobre todo, contra el bien máximo, el respeto y el servicio a la libertad de los demás no consiste en la aceptación ecléctica de un pluralismo caótico. Hay que favorecer la libertad para el bien; y en cuanto a lo demás, la esencia razonable y cristiana de la libertad social o civil importa tres posturas:

La primera, no coaccionar, no violentar a quienes no perciben o no viven los valores; ser pacientes con quienes están en su búsqueda.

La segunda, que tendemos, desgraciadamente, a omitir, proponerles el bien, estimular la atención de los interesados hacia ese bien.

La tercera, defenderse y defender a los hermanos, particularmente a los más débiles, contra la agresión injusta de quienes traten de proyectar su propia oscuridad o su propia turbulencia sobre los demás.
Jesús nos dijo emocionadamente hablando de la oración: ¿Si tu hijo te pide pan, le darás una piedra?; ¿si tu hijo necesita un pez, le darás una serpiente?; ¿si tu hijo necesita un huevo, le darás un escorpión? (Cfr. Lc. 11, 11-12).

Hermanos, que nuestro respeto sincerísimo a la libertad de los demás no consista nunca en esta operación monstruosa de dar escorpiones a nuestros hermanos, especialmente a los pequeños, los que respecto de la patria son de verdad hijos. Y que en esta labor de servicio a las exigencias auténticas de la libertad, camino del bien, no dejemos solas a las autoridades o no nos limitemos a reclamar de ellas, sino que cooperemos todos, conscientes de que se trata no de una limitación de la libertad, sino de su defensa, del ejercicio de un deber y de un derecho.

Muchos otros aspectos de esta manera confusa de apelar a los valores humanos podrían ser evocados aquí; no me atrevo a insistir en ellos para no ocupar demasiado tiempo vuestra atención. Sólo quisiera decir de paso, que Dios, que se nos ha manifestado en Cristo, no podrá tolerar jamás que, los que le conocemos, traicionemos nuestra condición de testigos. Otros, que no le conocen, podrán acercarse, sin darse cuenta, al Señor a través de las aspiraciones confusas de su propio corazón; pero nosotros, no. Tenemos una luz, y no para ocultarla, sino para mostrarla. Nosotros no podemos ocultar al Señor, ni siquiera dentro del hombre; no podemos decir que ya amamos al hombre, si, mientras tanto, omitimos la profesión de nuestro amor a Cristo Jesús, a Dios Padre; porque el Señor que nos ha pedido, como exigencia de una caridad eficaz, el amor y el servicio a los hombres, ha dicho también que «el que me negare delante de los hombres, yo le negaré también delante de mi Padre» (Mt. 10, 33).

Y en cuanto a la unidad, que es, sobre todo en el ámbito íntimo del pensamiento y de los corazones, una de las grandes exigencias de toda vida comunitaria, queremos recordar que no puede lograrse a costa de Cristo. Se fomenta, sin duda, la unidad, aprovechando ese mínimo que nos es común a todos los que convivimos en un ámbito determinado, pero ese grado no puede ser el término de un rebajamiento, de una reducción, sino -como decíamos antes- inicio de ascensión. En definitiva, no hay unidad verdadera entre los hombres, sino cuando todos comulgan en un movimiento ascendente hacia valores que nos trascienden y nunca cuando pretenden lograrla, por la vía fácil de la reducción a un mínimo, porque ese camino conduce a lo inferior, donde reina el egoísmo, manantial incesante de toda división.Cristo-Redentor-4-600x483

La encarnación de Cristo fue un abajarse, pero con finalidad elevadora; si no, carecería de sentido. Por eso, los cristianos esperamos de nosotros mismos y de toda la Iglesia, especialmente de los más responsables en la misma, que cuando practique, en virtud de la caridad, los servicios temporales que necesiten los hombres, los convierta siempre en signo de la presencia del amor que salva; que, como Cristo Jesús, el pan más o menos multiplicado, levante siempre el apetito y el corazón hacia el pan que baja del cielo. Porque cuando no se produce esta elevación desde el pan de la tierra al pan del cielo, entonces -como sucedió a Jesús en Cafarnaún- mejor sería que la Iglesia se quedase sin seguidores. Entonces, Cristo Jesús, implacablemente fiel a su misión de amor, preferirá que se marchen todos. «¿También vosotros os queréis ir?», tendrá que decir, a última hora, al grupo minúsculo de sus discipulos (Cfr. Jn. 6, 6o-67).

Precisamente porque conocemos el valor cristiano de la vida social, no podemos ocultarlo; tenemos que exponerlo, realizarlo, defenderlo, sean cuales fueren las situaciones de desconocimiento o de repulsa de hermanos nuestros. ¿Por qué hemos de tolerar con laxitud cualquier forma de vida social, aunque sea con menosprecio de su contenido religioso y de los más finos valores morales?

Cristo es un dato irreversible. No es algo accidental; es el sentido de la historia, y nada, ninguna concepción por brillante que fuese, aunque la expongan hombres de la Iglesia, puede justificar la traición a la presencia visible, profesada, de Cristo entre los hombres o, lo que es lo mismo, no hay amor a los hombres sin amor a la verdad. Recordemos, a este respecto, las palabras incisivas del Padre Santo, Pablo VI, en su encíclica Humanae Vitae, dirigiéndose a los sacerdotes: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas», y continúa diciéndoles que imiten al Señor, «intransigente con el mal, misericordioso con las personas»; al Señor que dijo: ‘La verdad es la que os hará libres» (Jn. 8, 32).

El mismo Papa, hablando, el pasado día 5 de este mes, a todos los obispos del mundo, en conmemoración de la clausura del Concilio Vaticano II y exhortándonos a que presentemos constantemente pura e íntegra la verdad de la fe al pueblo, que tiene imprescriptible derecho de recibirla, nos dice: «Sepamos caminar fraternalmente con todos los que, privados de esa luz que nosotros gozamos, tratan de llegar a la casa paterna a través de la niebla de la duda. Pero si nosotros compartimos sus angustias, que sea para tratar de curarlas; si les presentamos a Jesucristo, que sea el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos y hacernos participar de su vida, y no una figura totalmente humana, por maravillosa y atrayente que sea».
Sin este amor a la verdad (que por ser amor es ya plenamente respetuoso de la intimidad y la libertad de los hermanos), la vida social, so pretexto de lograr la unidad por abajo, mediante un humanismo recortado, da necesariamente paso libre al ateísmo.
El ateísmo se está convirtiendo en muchas partes del mundo, y algunos quieren que también se convierta en nuestra patria, en la forma de convivencia y por lo mismo, prácticamente para la mayoría del pueblo, en forma de vida. A este propósito, no será inoportuno recordar que, cuando terminó el Concilio, el episcopado español expuso con cierta solemnidad las orientaciones de la Iglesia acerca de la vida política y social que habrían de inspirar el perfeccionamiento de la sociedad española y de sus formas institucionales. Sobre el modo de hacerlo, el episcopado declaraba que no se sentía facultado para emitir ningún juicio autoritativo. Invitaba entonces a que opinasen y deliberasen sobre el asunto los que legítimamente participan en la vida pública, con amoroso respeto a los anhelos e indicaciones de todos los conciudadanos, sin que nadie canonice sus opiniones preferidas, y sin que nadie condene, con ligereza, en nombre del Evangelio, las soluciones ajenas. Supuesta -añadía el Episcopado- la voluntad operante de perfeccionamiento, la jerarquía no ve que ni la estructura de las instituciones político-sociales, ni el modo general de su actuación, estuviesen en disconformidad sustancial con los derechos fundamentales de la persona y de la familia y con los bienes que atañen a la salvación de las almas.
«Pero, y la adición es importante, pensando en el futuro, estos dos motivos de orden moral y sobrenatural nos obligarían a rechazar de antemano, bien un sistema de arbitrariedad opresora, bien un sistema fundamentado en el ateísmo o en el agnosticismo religioso, en contra de la profesión de fe de la mayoría de los españoles. Es nuestro deber amonestar a todos los fieles para que de ninguna manera, ni con ningún pretexto, contribuyan a fortalecer las condiciones que pudieran facilitar la implantación de tal sistema.»
Y en 1967, hablando a los militantes del apostolado seglar, con palabras reiteradas luego en 1969 para todos los fieles españoles, se les proponía a éstos, como obligación absoluta, lo siguiente:
«Los fieles, al mismo tiempo que colaboran con todos los hombres, aun los no creyentes, en la recta ordenación de las cosas temporales, evitarán a toda costa contribuir al progreso de los planes de quienes intentan desterrar a Cristo de la vida humana.»

Mis queridos hermanos, en el mismo documento en el que se recogían estas palabras, el episcopado español -subrayando una de las muchas exigencias de la fe cristiana en su proyección social- escribía lo que sigue: «Los ciudadanos de un país consagrado al Señor no pueden permitir con pasividad que la atmósfera social sea contagiada por factores que la hagan irrespirable para la fe y la vida moral de sus hermanos, en particular los más indefensos.» (Ver también Humanae Vitae, núms. 22 y 23.)

Quisiera terminar con dos peticiones al Señor. Una de perdón. Este pueblo nuestro recibió desde el principio la luz de la estrella y, gracias al Señor, esta estrella ha irradiado en tantas partes del mundo. España como comunidad y en muchas ocasiones ha sabido valorar, como le corresponde, la primacía de la fe y, por eso, no tiene por qué lamentar ahora el haber invertido tantos esfuerzos suyos en la acción misionera. Pero… ¡cuánto falta, Señor, para que la estrella brille con toda su pureza; para que dé todo el rendimiento que Cristo espera de nosotros! También con palabras del Episcopado Español, en 1969, pidamos perdón al Señor por los pecados que se oponen al reinado de Cristo en nuestra patria, pecados que expresaba así: Incredulidad, pasividad apostólica, omisión culpable de los deberes de colaboración ciudadana, profanación de la santidad familiar, odio, resentimiento, violencia, impureza, enriquecimiento injusto, falsedad, escándalo, falta de amoroso respeto a los hermanos».

Segunda petición: Que mientras el Señor nos va purificando de nuestros pecados, que confesamos humildemente, y en medio de los pecados mismos, nos mantenga el don supremo de la fidelidad a Cristo. El mundo dicen ahora que cambia. Cambia siempre. En medio de los cambios más o menos acelerados, que sepamos discernir lo que contribuye a implantar más hondamente en las almas la presencia de Cristo, y que sepamos rechazar lo que tiende a oscurecerla por entronización de la autosuficiencia humana, por mucho que aduzca valores de origen divino; porque lo son, pero si se emplean contra Dios, configuran una actitud satánica.

Pidamos que todos los hijos de la santa Iglesia, particularmente los de España, sepan ver como el mejor servicio que pueden ofrecer a los hombres, la valiente, la humilde, la agradecida fidelidad al don que han recibido, para hacer partícipes a los hermanos; que cese dentro de la Iglesia la vergüenza de no ser iguales a lo que gustaría a un sector del mundo; que se realice la gran palabra del evangelio de hoy, es decir, que las ovejas que se encuentren desorientadas o dispersas sin pastor hallen a su pastor, que es Cristo; que descubran esta presencia de Cristo encarnada en la Iglesia y no la sustituyan por ningún valor especioso.

  Pidamos que España, como comunidad temporal, prospere; que mejore con la cooperación y la unidad de todos los ciudadanos; que dé y que reciba en el concierto de las naciones, pero que tampoco se avergüence de aquellas diferencias, si las hubiere, que dimanen de su positiva fidelidad a Cristo; que no identifique el progreso hacia la unidad con la traición a Cristo; que en este país, mis queridos hermanos, luzca siempre la estrella para los que buscan al Niño, para los que necesitan desesperadamente encontrar al Niño.

  La patria es algo más que una agregación de ciudadanos. La patria ejerce verdadera paternidad, y las generaciones venideras tienen derecho a heredar la fidelidad a Cristo, a recibir pan y alimentos integralmente nutritivos; no les demos escorpiones, piedras, serpientes.

Queridos hermanos, que esta fidelidad vigorosa, difícil, constante, pero siempre alegre, porque la luz de la estrella es el único manantial de gozo, que brilla es la noche, en el camino oscuro de los hombres, sea preservada, protegida amorosamente por Santa María, nuestra Madre, y que se mantenga a nuestro lado centinela perpetuo el gran apóstol Santiago, cuyo año santo acaba de abrirse en Compostela. Así sea.

José Guerra Campos

Imitación de Cristo 83

06 lunes Oct 2014

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Capítulo 45

Que no se debe creer a todos,
y que es fácil resbalar en las palabras

El Alma.- 1. «Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la ayuda del hombre» (Sal 59,12).
¿Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había? ¿Cuántas veces también la hallé donde menos lo pensaba?
Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti, ¡oh Dios!
Bendito seas, Señor, Dios mío, en todas las cosas que nos suceden.
Flacos somos y mudables; presto somos engañados, y nos mudamos.bla bla cinco

  1. ¿Qué hombre hay que se pueda guardar con tanta cautela y discreción en todo, que alguna vez no caiga el algún engaño o perplejidad?
    Mas el que confía en ti, Señor, y te busca con sencillo corazón, no resbala tan fácilmente.
    Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por ti, o consolado; porque no desamparas para siempre al que en ti espera.
    Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo.
    Tú, Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro semejante.
  2. ¡Oh, cuán bien lo entendía aquella alma santa que dijo: «Mi alma está asegurada y fundada en Jesucristo»! (santa Águeda).
    Si yo estuviese así, no me acongojaría tan presto el temor humano, ni me moverían las palabras injuriosas.
    ¿Quién puede preverlo todo? ¿Quién es capaz de precaver los males venideros?
    Si lo que hemos previsto con tiempo nos daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido sino perjudicarnos gravemente?
    Pues, ¿por qué, miserable de mí, no me previne mejor? ¿Por qué creí de ligero a otros?
    Pero somos hombres, y hombres frágiles, aunque por muchos seamos estimados y llamados ángeles.
    Señor, ¿a quién creeré, a quién sino a ti? Eres la Verdad, que no puede engañar ni ser engañada.
    En cambio, «todo hombre es mentiroso» (Sal 115,2), frágil, mudable y resbaladizo, especialmente en palabras; de modo que apenas se debe creer luego lo que a primera vista parece recto.
  3. Cuán prudentemente nos avisaste que nos guardásemos de los hombres (Mt 10,17), que «los enemigos del hombre son los de su casa» (Mt 10,36) y que no diésemos crédito al que nos dijese: «¡A Cristo míralo aquí o míralo allí!» (Mt 24,23).
    He escarmentado en mí mismo. ¡Ojalá sea para mi mayor cautela y no para continuar con mi imprudencia!
    Cuidado -me dice uno-, cuidado; reserva lo que te digo. Y mientras yo lo callo, y creo que está oculto, él no pudo callar el secreto que me confió, sino que me descubrió a mí y a sí mismo, y se fue.
    Defiéndeme, Señor, de aquestas ficciones, y de hombres tan indiscretos, para que nunca caiga en sus manos ni yo incurra en semejantes cosas.
    Pon en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí las lenguas astutas.
    De lo que no quiero sufrir, mucho me debo guardar.
  4. ¡Oh, cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creerlo todo fácilmente, ni hablarlo después con ligereza; descubrirse a pocos, buscarte siempre a ti, que miras al corazón, y no moverse por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores salgan perfectas según el beneplácito de tu voluntad!
    ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial huir las apariencias humanas y no codiciar las cosas de fuera que causan admiración, sino seguir con toda diligencia las que dan fervor y enmienda de vida!
    ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo!
    ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada en silencio en esta vida frágil, que toda ha de llamarse malicia y tentación!

 

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