Capítulo 49

Del deseo de la vida eterna,
y cuántos bienes están prometidos a los que pelean

Jesucristo.– 1. Hijo, cuando sientes que de arriba te infunden algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo para poder contemplar mi claridad sin sombra de mudanza, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración.Jesus-con-doctores
Da muchas gracias a la soberana Bondad, que así se digna favorecerte, visitarte con clemencia, moverte con eficacia, sostenerte con vigor, para que no te deslices por tu propio peso a las cosas terrenas.
Porque esto no lo recibes por tu diligencia o fuerzas, sino sólo por el querer de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates que te han de venir, y trabajes para llegarte a mí de todo corazón y servirme con ardiente voluntad.

2. Hijo, muchas veces arde el fuego, pero no sube la llama sin humo.
Así, los deseos de algunos se encienden a las cosas celestiales, mas aún no están libres de la tentación del afecto natural. Y por eso no obran puramente por la honra de Dios aún lo que con tan gran deseo me piden.
Tal suele ser tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad.
Pues no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.

3. Pide no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para mí aceptable y honroso; porque si rectamente juzgas, debes seguir y anteponer mi voluntad a tu deseo y a cualquiera cosa deseada.
Conozco tu deseo, y he oído tus continuos gemidos. Ya quisieras estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la casa eterna, y la patria celestial te llena de gozo; pero aún no es venida esa hora, aún es otro tiempo, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba.
Deseas gozar del Sumo Bien, mas no lo puedes alcanzar por ahora.
Yo soy; «espérame -dice el Señor- hasta que venga el reino de Dios» (Lc 22,18).

4. Has de ser probado aún en la tierra y ejercitado en muchas cosas.
Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida.
«Esfuérzate, pues, y sé valeroso» (Jos 1,6), así en hacer como en padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de hombre nuevo y te vuelvas otro hombre.

Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres.
Lo que agrada a otros irá adelante; lo que a ti te contenta no se hará.
Lo que dicen otros será oído; lo que dices tú será reputado por nada.
Pedirán otros y recibirán; tú pedirás y no alcanzarás.
Otros serán grandes en boca de los hombres; de ti no se hablará.
A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil para todo.
Por esto se contristará alguna vez la naturaleza, y no harás poco si la sufrieres callando.

5. En estas y otras muchas cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo.
Apenas hay cosa en que más necesites morir a ti mismo que en ver y sufrir lo que repugna a tu voluntad, principalmente cuando parece sin razón y menos útil lo que te mandan hacer.
Y porque tú, siendo súbdito, no osas resistir a la ordenación de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.

6. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio, y no te serán pesados, sino muy gran consuelo de tu paciencia.
Pues por esta poca voluntad que ahora dejas de grado poseerás para siempre tu voluntad en el cielo, pues allí hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear.
Allí tendrás en tu poder todo el bien sin miedo de perderlo.
Allí tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna extraña o propia.
Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie te impedirá, nada se te opondrá, sino que todas las cosas que deseares las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán todos tus deseos.
Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar, la silla del reino para siempre.
Allí se verá el fruto de la obediencia, se alegrará el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada.

7. Inclínate, pues, humildemente bajo la mano de todos y no cuides de mirar quién lo dijo o quién lo mandó.
Sino procura con gran cuidado que, ya sea superior o inferior, o igual el que algo te exigiere o insinuare, todo lo tengas por bueno y cuides de cumplirlo con sincera voluntad.
Busque cada uno lo que quisiere; gloríese este en esto y aquel en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú no te alegres ni en esto ni en aquello, sino en el desprecio de ti mismo y en sola mi voluntad y honra.
Una cosa debes desear, y es que, en vida o en muerte, sea Dios siempre glorificado en ti.