ALGUNOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES
- La oración lo es todo.
Alguien podría objetar: «Sostener que la oración sea todo, es, además de peligroso, exagerado. ¿Acaso no se necesita también la predicación, los Sacramentos, las buenas obras y, sobre todo, la caridad para con el prójimo?»
Es útil precisar en qué sentido se ha de entender la frase: «La oración lo es todo»
No se quiere decir que para salvarse baste orar, dejando y descuidando el cumplimiento de nuestros deberes, desde el momento en que Jesús mismo nos advierte: «No el que dice ¡Señor! ¡Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos».
Se quiere afirmar, por el contrario, que sólo con la oración se puede obtener la gracia actual eficaz, que es absolutamente necesaria para cumplir bien nuestros deberes, ejercitarla caridad con el prójimo, etc.
Por esto, cuando decimos que «la oración lo es todo» queremos decir que es un medio universal que se usa siempre. Es como la espada, que el soldado de Cristo nunca debe abandonar, sino llevarla siempre consigo para defenderse de los golpes de los enemigos del alma.
También, a propósito del campo, todos los campesinos dicen: «Para los campos, el agua lo es todo». Porque cuando están abundantemente regados producen en gran cantidad todo género de frutos. Donde, por el contrario, falta el agua, los .campos· son estériles, el trabajo del agricultor resulta inútil y el sol los .abrasa en vez de fecundarlos.
La oración ha de ser como la sal que debe ponerse en todas las comidas. Aún los Sacramentos tienen que ser precedidos, acompañados y seguidos de mucha y continuada oración y deben impulsar a hacer que aumente el espíritu de oración.
La Santa Iglesia nos lo enseña con sus ejemplos. La liturgia acompaña siempre la administración de los Sacramentos con mucha oración.
Notemos, pues, que orando se ejercen casi todas las virtudes, de modo que puede afirmarse que quien ora -como diría la gente sencilla- mata no sólo dos, sino muchos pájaros de un tiro. En efecto, orando se ejercita la fe en Dios nuestro Padre, la esperanza en su misericordia, el amor hacia Él, con el deseo de obtener su ayuda para servirle. Es también un acto de caridad cuando se ora por los demás.
Además, la oración es un acto de humildad en cuanto que nos reconocemos incapaces y absolutamente necesitados de Dios; .es un acto de abnegación en cuanto que, a menudo, hemos de imponernos algún sacrificio para orar, etc.
Y por esto, así como el maestro le dice siempre al alumno: «Estudia si quieres ser un hombre de provecho»; así como el padre repite con frecuencia al niño: «Come si quieres crecer, come si quieres hacerte robusto», así también debemos repetirnos continuamente a nosotros mismos: «Reza, reza, reza, si quieres salvarte».
***
- «Pero ¿el trabajo no es oración?», podría objetar alguno.
Esta frase, aunque contiene algo de verdad, resulta, con frecuencia, causa de ruina para muchos, porque se entiende equivocadamente.
Creer que el trabajo, como tal, pueda ocupar el lugar de la oración es un error. El engaño es evidente. Del hecho de que Ia oración es una obra buena se saca la consecuencia de que todas las obras buenas producen todos los frutos de la oración. Razonar de este modo es como sostener: ¡puesto que el vino es una bebida; todas las bebidas, incluso el agua, hacen el mismo bien que el vino!
Los campos donde no hay agua no resultan fértiles aunque se trabajen durante mucho tiempo con los sistemas más perfeccionados. Así también para el alma el trabajo sin oración le hará que resulte estéril para el bien.
Así como no se puede poner en gracia de Dios a un niño dando una crecida limosna a los pobres en vez de administrarle el Bautismo; lo mismo que no se puede obtener uva cuando no se cultivan las vides, sino las moreras; así como no podemos alimentarnos por llevar un vestido elegante en vez de comer, así tampoco podemos asegurarnos la perseverancia final con otras obras si dejamos la oración.
Ni siquiera el Sumo Pontífice puede dispensar de que se reciba el Bautismo y la Confesión para obtener la gracia santificante.
Así, ninguno, ni los ricos más acaudalados, ni los profesores más doctos, ni los que ocupan los puestos sociales más elevados, ni las personas dedicadas a las cosas más importantes y santas pueden obtener sin orar la gracia actual, eficaz en todo tiempo, en todo lugar, en toda circunstancia.
Esta verdad nos ilumina respecto al verdadero sentido que se debe dar a la frase: «Dejar a Dios por Dios». El que con el pretexto de atender a obras de caridad disminuye, descuida o, peor aún, deja las prácticas normales de piedad, interpreta esta expresión equivocadamente y va a la ruina