Nazaret en tiempos de Jesús era una aldea o villorrio muy insignificante, muy pequeño y apenas conocido, y hasta despreciable, según la frase de Natanael:
«¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn. 1, 46). 
Nazaret tenía una sinagoga (Lc. 4, 16), y este villorrio, escenario de la infancia y vida oculta de Jesús, y donde pasaron con El San José y la Virgen, guarda hoy sus recuerdos con la «Fuente de la Virgen» y lo que fuera «Taller de San José», convertido actualmente en Iglesia, en cuyo pavimento puede leerse la inscripción: «Aquí estuvo sujeto a ellos», es decir. El Niño-Dios fue obediente a sus padres José y María.
En aquel tiempo tal vez no tendría apenas 300 habitantes. En 1933, que tuve yo la dicha de estar allí por primera vez, tenía unos 6.000, y en la actualidad con motivo de la inmigración judía pasa de 35.000.
En la parte del Nazaret antiguo se destaca una hermosa basílica que cobija el lugar donde el ángel San Gabriel se apareció a la Virgen María y donde se realizó el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
En Nazaret, pues, se estableció la Sagrada Familia al regresar de Egipto, y San José abriría su taller de carpintería, y con sus cuidados y los de María «el niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría» (Lc. 2, 40). Hemos de advertir que Jesús era Dios y hombre a la vez, y como Dios que era no crecía en sabiduría porque lo sabía todo, y ese crecer es como decir que cada día daba más muestras ante las gentes de la sabiduría que poseía, y como hombre, aparte del conocimiento infuso, iría adquiriendo la ciencia experimental en el trabajo con San José, el aprendizaje relativo a hacer con perfección las obras propias del taller donde trabaja con su padre.
Años más tarde sus paisanos de Nazaret, se dieron cuenta de la gran ciencia de Jesús y se decían admirados: «¿No es éste el hijo de José?» (Lc. 4, 16 ss). «¿No es éste el carpintero, el hijo de María?» (Mc. 6, 3). Jesús, sin duda, por llamarlo aquí «el carpintero», seguiría en este oficio después de haber muerto su padre San José.