Capítulo 52

Que el hombre no se repute por digno de consuelo,
sino de castigo

El Alma.– 1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de ninguna visita espiritual, y por eso justamente lo haces conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado.
Porque, aunque yo pudiese derramar un mar de lágrimas, aún no merecería tu consuelo.

Por eso no soy digno sino de ser afligido y castigado, porque te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho y de muchas maneras.jesus cruz

Así que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación.
Mas tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan «para manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu misericordia» (Rom 9,13), aun sobre todo merecimiento, tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo sobrehumano.

Porque tus consolaciones no son ilusorias como las humanas.

2. ¿Qué he hecho, Señor, para que tú me dieses ninguna consolación celestial?
Yo no me acuerdo haber hecho ningún bien, sino que he sido siempre inclinado a vicios, y muy perezoso para enmendarme.
Esto es verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, tú estarías contra mí y no habría quien me defendiese.
¿Qué he merecido por mis pecados sino el infierno y el fuego eterno? Conozco, en verdad, que soy digno de todo escarnio y menosprecio, y no merezco ser contado entre tus devotos. Y aunque me moleste el oírlo, acusaré mis pecados contra mí y en favor de la verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.

3. ¿Qué diré yo, pecador, y lleno de toda confusión?
No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten misericordia de mí; perdóname.
«Déjame un poco para que llore mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de obscuridad de muerte» (Job 10,20).

¿Qué es lo que principalmente exiges del culpable y miserable pecador, sino que se convierta y se humille por sus pecados?
De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza de ser perdonado, se reconcilia la conciencia turbada, repárase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera y se juntan en santa paz Dios y el alma arrepentida.

4. El humilde arrepentimiento de los pecados es para ti, Señor, sacrificio muy acepto, que huele más suavemente en tu presencia que el incienso.
Este es también el perfume agradable que tú quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies, porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado.
Allí está el lugar del refugio para el que huye del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó.